DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A UNA DELEGACIÓN DE LA IGLESIA EVANGÉLICA LUTERANA ALEMANA
Lunes, 4 de junio de 2018
Estimado obispo Ulrich, queridos amigos:
Os doy mi cálida bienvenida, alegre por vuestra presencia. Le agradezco de todo corazón, obispo Ulrich, las palabras que me dirigió y que dan testimonio de su compromiso ecuménico. También saludo cordialmente a los demás representantes del Comité Nacional Alemán de la Federación Luterana Mundial y de la Iglesia Evangélica Luterana de Alemania, junto con sus invitados.
Con alegría recuerdo los momentos compartidos el año pasado con motivo de la Conmemoración común de la Reforma. Ya el 31 de octubre de 2016 nos habíamos encontrado en Lund para caracterizar con un espíritu de comunión fraterna aquello que, por las heridas del pasado, habría podido suscitar, en cambio, controversia y rencor. Gracias a Dios, hemos podido constatar que los quinientos años de historia —a veces muy dolorosa— que nos han visto contrapuestos y, a menudo en conflicto, han dejado paso en los últimos cincuenta años, a una creciente comunión. Gracias a la acción del Espíritu, a los encuentros fraternos, a los gestos marcados por la lógica del Evangelio más que por las estrategias humanos, así como a través del diálogo oficial luterano-católico, ha sido posible superar viejos prejuicios de ambos lados. Con la ayuda de Dios, esperamos en un porvenir encaminado a la superación completa de las divergencias. Tenemos que ir adelante.
La Conmemoración común de la Reforma nos ha confirmado que el ecumenismo seguirá marcando nuestro camino. Se está convirtiendo cada vez más en una necesidad y un deseo, como lo demuestran las diversas oraciones en común y los muchos encuentros ecuménicos que tuvieron lugar el año pasado en el mundo. No olvidemos comenzar desde la oración, para que no sean los proyectos humanos los que indiquen el camino, sino el Espíritu Santo: solo Él abre el camino e ilumina los pasos a seguir. El Espíritu de amor no puede sino empujarnos por los senderos de la caridad. Como cristianos, los católicos y los luteranos están llamados en primer lugar a amarse «profundamente, con todo el corazón, el uno al otro», porque están «regenerados por la palabra de Dios viva y eterna» (1P 1,22-23). Pero también estamos llamados a aliviar juntos las miserias de los necesitados y los perseguidos. Los sufrimientos de tantos hermanos oprimidos por causa de la fe en Jesús son también una invitación urgente para alcanzar una unidad cada vez más concreta y visible entre nosotros. El ecumenismo de la sangre.
Sostengámonos mutuamente en el camino, también llevando adelante el diálogo teológico. Ningún diálogo ecuménico puede avanzar si permanecemos quietos. Hay que seguir: no con el afán de correr hacia adelante para ganar metas ambiciosas, sino caminando juntos con paciencia, bajo la mirada de Dios. Algunos temas, pienso en la Iglesia, la Eucaristía y el ministerio eclesial, merecen reflexiones oportunas y bien compartidas. El ecumenismo también pide no ser elitista, sino involucrar a tantos hermanos y hermanas como sea posible en la fe, creciendo como una comunidad de discípulos que oran, aman y proclaman. Es sobre esta base que el diálogo ecuménico nos ayudará a seguir adelante, bajo la guía del Espíritu Santo, en la comprensión común de la revelación divina, que se profundiza conociendo y amando juntos al Señor Jesucristo, porque «en Él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9) y «Dios tuvo a bien [...] reconciliar [...] por él y para él todas las cosas» (Col 1,19-20).
Que el Señor nos acompañe, para que nuestro ser cristianos esté más centrado en Él y más valiente en la misión; para que el cuidado pastoral se enriquezca con el servicio y, en sus diversas dimensiones, esté más imbuido de un espíritu ecuménico. Invoco sobre todos vosotros la bendición del Señor: descienda el Espíritu Santo y reúna lo que aún está dividido.
Sería hermoso, al final de estas palabras, rezar juntos el Padrenuestro: “Vater Unser…”.
Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 4 de junio de 2018.
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