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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS EMPLEADOS DEL DICASTERIO PARA LA COMUNICACIÓN

Sala Regia
Lunes, 23 de septiembre de 2019

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Queridos hermanos y hermanas:

Tengo un discurso que leer..., no es tan largo, son siete páginas..., pero estoy seguro de que después de la primera la mayoría se dormirá, y no podré comunicar. Creo que lo que quiero decir en este discurso se entenderá bien con la lectura, con la reflexión. Por esta razón, doy este discurso al Dr. Ruffini, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido, para que os lo de a todos. Y me permito hablar un poco espontáneamente, con vosotros para decir lo que tengo en mi corazón sobre la comunicación. Al menos creo que no habrá muchos que se queden dormidos, ¡y podemos comunicarnos mejor!

Gracias por vuestro trabajo, gracias por este dicasterio tan numeroso... Le pregunté al Prefecto: “Pero... ¿todos trabajan?” ― “Sí” ―me ha dicho― para evitar esa famosa anécdota.... [Un día le preguntaron al Papa Juan XXIII: “¿Cuántos trabajan en el Vaticano?” y él respondió: “Cerca de la mitad”]. Todos trabajan, y trabajan en esta actitud que expresa el deseo de Dios: comunicarse a sí mismo, en lo que los teólogos llaman la pericoresis: se comunica dentro de sí mismo, y se comunica con nosotros. Este es el comienzo de la comunicación: no es un trabajo de oficina, como la publicidad, por ejemplo. Comunicar es precisamente tomar del Ser de Dios y tener la misma actitud; no poder permanecer solo: la necesidad de comunicar lo que tengo y creo que es lo verdadero, lo justo, lo bueno y lo bello. Comunicarse. Y vosotros sois especialistas de comunicación, sois técnicos de comunicación. No debemos olvidar esto. Se comunica con el alma y el cuerpo; se comunica con la mente, el corazón, las manos; se comunicas con todo. El verdadero comunicador lo da todo, se entrega totalmente ―como decimos en mi tierra: “pone toda la carne en el asador”, todo, no escatima para sí mismo. Y es verdad que la mayor comunicación es el amor: en el amor está la plenitud de la comunicación: el amor a Dios y entre nosotros.

Pero, ¿cómo debe ser la comunicación? Una de las cosas que no debéis hacer es publicidad, sólo publicidad. No debéis hacer como las empresas humanas que intentan tener más gente... En una palabra técnica: no tenéis que hacer proselitismo. Me gustaría que nuestra comunicación fuera cristiana y no un factor de proselitismo. No es cristiano hacer proselitismo. Benedicto XVI lo dijo muy claramente: «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción», es decir, por el testimonio. Y nuestra comunicación debe ser testimonio. Si queréis comunicar solamente una verdad, sin la bondad ni la belleza, deteneos, no lo hagáis. Si queréis comunicar una verdad más o menos, pero sin involucraros, sin dar testimonio de esa verdad con vuestra propia vida, con vuestra propia carne, parad, no lo hagáis. Siempre está la firma del testimonio en cada una de las cosas que hacemos. Testigos. Cristianos significa testigos, “mártires”. Esta es la dimensión “mártir” de nuestra vocación: ser testigos. Esto es lo primero que me gustaría deciros.

Otra cosa es una cierta resignación, que tan a menudo entra en los corazones de los cristianos. Veamos el mundo...: es un mundo pagano, y esto no es una novedad. El “mundo” siempre ha sido un símbolo de la mentalidad pagana. Jesús pide al Padre, en la Última Cena, que proteja a sus discípulos para que no caigan en el mundo y en la mundanidad (cf. Jn 17, 12-19). El clima de mundanidad no es algo nuevo del siglo XXI. Siempre ha sido un peligro, siempre ha habido tentación, siempre ha sido el enemigo: la mundanidad. “Padre, protégelos para que no caigan en el mundo, para que el mundo no sea más fuerte que ellos”. Y muchos, los veo, piensan: “Sí, debemos cerrarnos un poco, ser una iglesia pequeña pero auténtica” ― esa palabra que me da alergia: “pequeña pero auténtica”: si algo lo es, no es necesario llamarlo auténtico. Luego volveré a hablar de ello. Esto es un repliegue en uno mismo con la tentación de la resignación. Somos pocos, pero no pocos como los que se defienden porque somos pocos y el enemigo es mayor; pocos como la levadura, pocos como la sal: ¡ésta es la vocación cristiana! No debemos avergonzarnos de ser pocos; y no debemos pensar: “No, la Iglesia del futuro será una Iglesia de los elegidos”: caeremos de nuevo en la herejía de los esenios. Y así se pierde la autenticidad cristiana. Somos una Iglesia de unos pocos, pero como levadura. Jesús lo dijo. Como la sal. La resignación a la derrota cultural ―permitidme llamarlo así― viene del mal espíritu, no de Dios. No es un espíritu cristiano, la queja de la resignación. Esta es la segunda cosa que me gustaría deciros: No tengáis miedo. ¿Somos pocos? Sí, pero con el deseo de “misionar”, de mostrar a los demás quiénes somos. Con el testimonio. Una vez más repito esta frase de San Francisco a sus hermanos, cuando los envía a predicar: “Predicad el Evangelio, y si es necesario, también con palabras”. Es decir, con el testimonio en primer lugar.

Miro a este arzobispo lituano que tengo ante mí y pienso en el emérito de Kaunas, que ahora será nombrado cardenal: ese hombre, ¿cuántos años de prisión pasó? ¡Con su testimonio hizo tanto bien! Con dolor.... Son nuestros mártires, los que dan vida a la Iglesia: no nuestros artistas, no nuestros grandes predicadores, no nuestros custodios de la “doctrina verdadera e integral”... No, los mártires. Iglesia de mártires. Y comunicar es esto: comunicar esta gran riqueza que tenemos. Esta es la segunda cosa.

La tercera cosa la tomo de lo que dije antes, que me da un poco de alergia cuando oigo decir: “Esto es una cosa auténticamente cristiana”, “esto es realmente así”. Hemos caído en la cultura de los adjetivos y los adverbios, y hemos olvidado la fuerza de los sustantivos. El comunicador debe hacer que la gente entienda el peso de la realidad de los sustantivos que reflejan la realidad de las personas. Y esta es una misión de comunicación: comunicarse con la realidad, sin endulzar con adjetivos o adverbios. “Esto es una cosa cristiana”: ¿por qué decir auténticamente cristiana? ¡Es cristiana! El mero hecho del sustantivo “cristiano”, “yo soy de Cristo”, es fuerte: es un sustantivo adjetivado, sí, pero es un sustantivo. Pasar de la cultura del adjetivo a la teología del sustantivo. Y vosotros debéis comunicar de esta manera. “¿Cómo, conoces a esa persona?” ― “Ah, esa persona es así, así...”: inmediatamente el adjetivo. Primero el adjetivo, quizás, luego, después, cómo es la persona. Esta cultura del adjetivo ha entrado en la Iglesia y nosotros, todos los hermanos, nos olvidamos de ser hermanos para decir que ese “es de esta manera” hermano, que aquel “es de otra manera” hermano: primero el adjetivo. Vuestra comunicación debe ser austera pero bella: ¡la belleza no es arte rococó, la belleza no necesita esas cosas rococó; la belleza se manifiesta desde el mismo sustantivo, sin fresas en el pastel! Creo que tenemos que aprender esto.

Comunicar con el testimonio, comunicar implicándose en la comunicación, comunicar con los sustantivos de las cosas, comunicar como mártires, es decir, como testigos de Cristo, como mártires. Aprender la lengua de los mártires, que es la lengua de los Apóstoles. ¿Cómo comunicaban los Apóstoles? Leamos esa joya que es el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y veremos cómo se comunicaba en aquel tiempo y cómo es la comunicación cristiana.

¡Gracias, muchas gracias! Después tenéis aquel [el discurso escrito] que es más “construido”, porque la base la hicisteis vosotros. Pero leedlo, reflexionad. Gracias por lo que hacéis, y seguid adelante con alegría. Comunicar la alegría del Evangelio: esto es lo que el Señor nos pide hoy. Y gracias, gracias por vuestro servicio y gracias por ser el primer Dicasterio encabezado por un laico. ¡Seguid así! Gracias.

 

Discurso entregado por el Santo Padre

Queridos hermanos y hermanas:

Os doy la bienvenida y doy las gracias al Dr. Paolo Ruffini, Prefecto del Dicasterio, que preside por primera vez la Asamblea Plenaria, por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos vosotros. Algunos de vuestros rostros me resultan más familiares, porque me acompañáis en mi trabajo diario y en mis viajes apostólicos. Sé, sin embargo, que hay muchas otras personas que también viven su semana laboral al ritmo de los compromisos del Papa. Pero lo hacen “entre bastidores”, poniendo su trabajo, al servicio de la Iglesia, toda su profesionalidad y creatividad, su pasión y discreción.

Me alegra poder veros a todos juntos hoy y agradeceros lo que hacéis. Gracias a vuestro trabajo, muchas personas se sienten alentadas en su camino de fe y muchas son invitadas a buscar y encontrar al Señor. Gracias a vuestro trabajo, el Papa habla en casi cuarenta idiomas ―¡es un verdadero “milagro pentecostal”! Gracias a vosotros, el Magisterio del Papa y de la Iglesia se lee en papel, se escucha en la radio, se ve en las redes de televisión y en los sitios web y se comparte a través de los medios de comunicación social, en un mundo digital cada vez más veloz.

Es la primera vez que me encuentro con todos vosotros desde que, hace cuatro años, se inició el proceso de reunir en un nuevo dicasterio de la Curia romana todas las realidades que, de diversas maneras, se ocupaban de la comunicación (cf. Motu Proprio El contexto actual de la comunicación, 27 de junio de 2015). Las reformas son casi siempre laboriosas, y también lo es la de los medios de comunicación del Vaticano. Puede que haya habido algunos tramos de carretera especialmente difíciles, puede que haya habido algunos malentendidos, pero me complace ver que el camino sigue adelante con previsión y prudencia. Conozco el esfuerzo que habéis hecho para utilizar lo mejor posible los recursos que os han sido confiados, conteniendo los costes improductivos.

Para la Iglesia, la comunicación es una misión. Ninguna inversión es demasiado alta para difundir la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, todo talento debe ser bien empleado, hacer que dé fruto. La credibilidad de lo que decimos también se mide por esto. Además, para permanecer fiel al don recibido, hay que tener el valor de cambiar, no sentirse nunca realizado, ni desanimarse. Siempre hay que entrar en juego, salir de las falsas seguridades y aceptar el reto del futuro. Avanzar no es apagar la memoria del pasado, es mantener vivo su fuego.

He visto el trabajo que habéis hecho. Lo veo todos los días. Por esto, hoy quiero dar gracias a Dios junto con vosotros por la fuerza que os ha dado y que nos da. La memoria agradecida por todo lo que ya se ha hecho y la conciencia del esfuerzo común os llenen de fuerza para seguir adelante en este camino.

En realidad, nuestra fuerza por sí sola no es suficiente. San Pablo VI lo dijo hace 55 años cuando recibió a los miembros de la primera asamblea plenaria de lo que entonces se llamaba la Comisión Pontificia para las Comunicaciones Sociales. Reconoció lo limitada que era nuestra fuerza frente a este inmenso campo de la comunicación. Pero precisamente por esto ―decía― era necesario «pensar en otro orden de fuerzas, en otro modo de juzgar las cosas; orden y modo que queremos estudiar en la escuela del Señor […] Un pensamiento de fe debe sostener la nimiedad de nuestros humildes esfuerzos [...]. De esta forma seremos mejores instrumentos en las manos de Dios, es decir, pequeños y generosos, y más crecerá la probabilidad de nuestra eficacia» (Enseñanzas II [1964], 563).

Sabemos que desde entonces los retos en este ámbito han crecido exponencialmente y que nuestras fuerzas siguen siendo insuficientes. El desafío al que estáis llamados, como cristianos y comunicadores, es verdaderamente grande. Y precisamente por eso es hermoso.

Por eso me alegra que el tema elegido para esta Asamblea sea «Somos miembros unos de otros» (Ef 4,25). Vuestra fuerza, la nuestra, reside en la unidad, en ser miembros unos de otros. Sólo así podremos responder cada vez mejor a las exigencias de la misión de la Iglesia.

En mi Mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este año, que lleva el mismo título, escribí que «cuanto más cohesionada y solidaria es una comunidad, [...] y persigue objetivos compartidos, mayor es su fuerza. [...] La metáfora del cuerpo y los miembros nos lleva a reflexionar sobre nuestra identidad, que está fundada en la comunión y la alteridad. Como cristianos, todos nos reconocemos miembros del único cuerpo del que Cristo es la cabeza», y «estamos llamados a manifestar esa comunión que define nuestra identidad como creyentes. Efectivamente, la fe misma es una relación, un encuentro; y mediante el impulso del amor de Dios podemos comunicar, acoger, comprender y corresponder al don del otro».

La comunicación en la Iglesia sólo puede caracterizarse por este principio de participación y de compartir. La comunicación es verdaderamente eficaz sólo cuando se convierte en testimonio, es decir, en participación en la vida que nos da el Espíritu y que nos hace descubrir en comunión unos con otros, miembros unos de otros.

San Juan Pablo II escribió en su Carta apostólica El rápido desarrollo: «Tanto la comunicación en el seno de la comunidad eclesial, como la de Iglesia con el mundo, exigen transparencia y un modo nuevo de afrontar las cuestiones ligadas al universo de los medios de comunicación. […] Es éste uno de los campos donde se requiere mayormente la colaboración entre fieles laicos y pastores, ya que, como subraya oportunamente el Concilio, “de este trato familiar entre los laicos y pastores se esperan muchos bienes para la Iglesia […] de suerte que la Iglesia entera, fortalecida por todos sus miembros, pueda cumplir con mayor eficacia su misión en favor de la vida del mundo” (Lumen Gentium, 37)» (n. 12).

Por eso os animo a continuar, en vuestro trabajo diario, a trabajar cada vez más en equipo, en esta colaboración entre laicos, religiosos y sacerdotes de muchos países, de muchas lenguas, que es muy buena para la Iglesia. Que el estilo mismo de vuestro trabajo sea un testimonio de comunión.

Os animo también, más allá de los trabajos de esta Asamblea Plenaria, a buscar con ingenio y creatividad todas las vías para fortalecer la red con las Iglesias locales. En este sentido, os animo a que fomentéis la formación de entornos digitales en los que nos comuniquemos y no sólo nos conectemos.

Sé que recientemente este Dicasterio ha promovido algunos instrumentos concretos para que la circularidad de la comunicación al servicio de todos crezca entre las Iglesias locales y el propio Dicasterio. Sé que tenéis nuevos proyectos, que ciertamente no carecerán del apoyo del Papa. A través de vuestro trabajo participáis en el servicio de la unidad de la Iglesia y en la coordinación de la comunicación de toda la Curia Romana. Debemos caminar juntos. Debemos saber interpretar y orientar nuestro tiempo. Que la comunicación eclesial sea verdaderamente la expresión de un único “cuerpo”.

Gracias a cada uno de vosotros, gracias también a vuestras familias y comunidades. Os pido, por favor, que recéis por mí, y os bendigo de corazón.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 23 de septiembre de 2019.

 



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