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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DE LA ASOCIACIÓN DE LOS SANTOS PEDRO Y PABLO

Aula Pablo VI
Sábado, 8 de enero de 2022

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¡Queridos amigos de la Asociación de los Santos Pedro y Pablo!

Doy las gracias con vosotros al Señor por los 50 años de vuestra asociación, renacida gracias a la intuición clarividente de san Pablo VI.

Saludo al presidente, doctor Stefano Milli, y le doy las gracias por sus palabras; saludo al Asistente espiritual, monseñor Joseph Murphy y a los otros responsables, a todos los socios con sus familias.

Es bonito ver que, en este medio siglo de vida, vosotros habéis pasado de ser “guardias de honor de palacio” al honor de estar “al servicio” de la humanidad peregrina, dando así un testimonio particular de vida cristiana, de apostolado y de fidelidad a la Sede Apostólica.

¿Qué representan vuestros 50 años de historia? Podemos responder a esta pregunta con el título de vuestro periódico: “Encuentro”. De hecho, vuestra historia está hecha de continuos “encuentros”.

En el encuentro siempre hay un movimiento. Si todos estamos quietos, no nos encontramos nunca. «La vida es el arte del encuentro, aunque haya tanto desencuentro por la vida» (Enc. Fratelli tutti, 215). Pero la vida es esto: el arte del encuentro. El encuentro es como el oxígeno de la vida. Por eso necesitamos una cultura del encuentro, porque «como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos» (ibid., 216). Este es el criterio que da sentido a vuestro compromiso cotidiano, ¡y os lo agradezco mucho! A través de vuestros servicios cotidianos vosotros os convertís en artesanos del encuentro, llevando el calor de la gentileza de Jesús a quien entra en la Basílica de San Pedro, a quien necesita una indicación, a quien necesita una sonrisa para sentirse en casa. Gracias por este estilo de la sonrisa: creo que es un poco vuestra espiritualidad. Siempre la sonrisa, que favorece el encuentro. La sonrisa es un puente.

Me vuelven a la mente las palabras de san Juan XXIII: “Yo pongo mis ojos en vuestros ojos, pongo mi corazón cerca de vuestro corazón”. Esta expresión expresa bien el sentido cristiano del encontrarse.

Y quisiera dejaros algunas indicaciones para el futuro, para que vuestro precioso servicio pueda continuar siendo testimonio para quien encontréis, en un contexto que seguirá sintiendo todavía los efectos de la pandemia. Las resumo en esta exhortación: “Comenzamos de nuevo con más humanidad, mirando a Jesús, con la esperanza en el corazón”. Esto sería como el programa que yo os doy, un poco un “programa de casa”. Creo que puede inspiraros.

Comenzamos de nuevo. Ciertamente atesorando lo vivido, teniendo en cuenta que todos hemos cambiado un poco y, espero, mejorado, pero siempre dispuestos a servir según el lema de vuestra Asociación: “Fide constamus avita”: “Perseveramos firmemente en la fidelidad de nuestros padres”.

Con más humanidad. Si todos hemos cambiado un poco es porque nos hemos dado cuenta, con lo que hemos vivido, que lo que verdaderamente cuenta para la vida son las relaciones humanas. Todos sentimos la necesidad de querernos, de vivir más unidos, de escuchar que nos dirigen palabras buenas y alentadoras, y al mismo tiempo, donarlas con un estilo de vida lleno de esperanza. Os animo a seguir mostrando este rostro con más humanidad.

Y mirando a Jesús. Vuestra Asociación siempre ha propuesto la vida de Jesús como el estilo de vida plenamente humano, el punto de referencia y el fundamento para el hombre de todo tiempo, y por tanto también para el hombre de hoy. Pero aún más ahora, queremos testimoniar nuestra fe anunciado que nuestra vida concreta encuentra su raíz en la humanidad de Jesús. Por tanto, conocerle mejor a Él, conocer cómo ha conducido su existencia, lo que ha dicho, cómo se ha relacionado con los otros, es fundamento para descubrir cómo vivir humanamente el hoy. Mirándole a Él nos sentimos llamados cada vez más a un servicio cotidiano hecho de acogida, de compartir, de escucha fraterna, de cercanía humana. Creo que así se puede mostrar, con los hechos, la belleza y la fuerza del Evangelio.

Y finalmente: con la esperanza en el corazón. Queridos hermanos y hermanas, la esperanza no debe faltar nunca en el camino del creyente, esa esperanza que no decepciona, no decepciona nunca. Somos de Cristo, somos insertados en Él con el Bautismo; en nosotros está su presencia, está su luz, está su vida. Caminemos pues apoyados en su Palabra: es palabra de vida. Caminemos con alegría y esperanza, conscientes de que el Señor no dejará nunca de sostener nuestro compromiso por el bien. Lo digo dirigiéndome de forma especial a los jóvenes: os animo a donar vuestras energías a quien lo necesita, y para convertirse en hombres capaces de encuentros verdaderos y sinceros.

Encomiendo a María, Virgo Fidelis, a vosotros queridos Socios, a vuestros familiares ―a los cuáles quitáis tiempo para dedicarlo con generosidad a la Santa Sede― y a todos vuestros seres queridos. Que la Virgen Santa vele con su amor materno por cada uno de vosotros.

Por esto, antes de la bendición, recitamos juntos la Oración de la Asociación:

Virgen Santa y tierna Madre nuestra, que siempre fuiste fiel a Dios en el heroico cumplimiento de tu sublime misión, oh, te rogamos, nos alcances, siguiendo tu ejemplo, también nosotros nos mantengamos fieles en todos los acontecimientos de la vida, a nuestra vocación cristiana y a los indicios de la gracia divina.

Hemos asumido compromisos sacrosantos con nuestro Dios: tú nos imploras que nuestra fe, amenazada y combatida por todos lados, nunca flaquee.

Somos hijos de la Iglesia: concédenos que, firmes en el amor ardiente a la Iglesia misma y en la devota obediencia a su Cabeza visible, sea nuestra gloria trabajar con fuerza y sufrir con generosidad. Así, ayudados por ti, oh Virgen María, una vez cumplida nuestra jornada terrenal, mereceremos la corona inmortal en el cielo. Amén.

Virgo Fidelis, ora pro nobis.

Y ahora os doy la Bendición, que extiendo a vuestras familias, recordando especialmente a los niños y a las personas enfermas. Y os pido por favor que recéis por mí. ¡Gracias!



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