DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LAS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL
DE LAS HERMANAS TERCIARIAS CAPUCHINAS DE LA SAGRADA FAMILIA
Sala del Consistorio
Lunes, 26 de septiembre de 2022
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Reverenda Madre General,
queridas hermanas capitulares:
Me alegro de poder acogerlas hoy aquí, con motivo de la celebración del 23 Capítulo general. Agradezco por las amables palabras de la Madre General, que expresan la benevolencia de todas las hermanas terciarias capuchinas.
Veo con satisfacción que proceden ustedes de distintos rincones del mundo, es algo hermoso porque indica que viven realmente un espíritu de acogida y de fraternidad universal, acorde con su especial relación con la “Sagrada Familia”, 34 países dijo usted, no. Esta actitud, propia del entorno de familia, han querido expresarla en el lema del capítulo general que gira en torno a dos ideas: escucha humilde y sinodalidad. Esto es lindo, no, de darle vacaciones a la lengua y dedicarse a escuchar, no, que trabaje más el oído que la lengua. Son palabras inspiradoras, que tienen una profunda raíz en la vida religiosa. Para escuchar hace falta en primer lugar silencio, silencio profundo, silencio interior, ese que encontramos en la oración.
Muchas veces nuestros propios modos de vida, están “llenos de ruido”, como nos decía san Pablo VI en su conocida alocución en Nazaret. Parece que lo más importante es encontrar ese estímulo que consiga llamar la atención del otro, que produzca una respuesta lo más inmediata posible. Para muchos, alzar la voz, física o moralmente, se presenta como la solución para conseguir que la masa ensordecida se decante por su idea u opinión, buscando siempre el modo de que su señal se oiga más, sea más atractiva o más sorprendente, no, afirmarse. Con desazón, se suele descubrir que los que así habían sido convocados casi inmediatamente se alejan para acudir al reclamo de un grito más impactante todavía. De grito en grito. Esto embrutece, embrutece, y no le tengan miedo a la palabra, eso de andar de grito en grito, esto embrutece al hombre, coarta su libertad hasta hacerlo esclavo de aquellos que tienen la capacidad de condicionar esas señales, a través de los medios de comunicación, la educación, la opinión pública o la política, imponiendo así sus agendas de esta manera, con petulancia, con suficiencia.
La profecía que nos pide Jesús es precisamente ir contra esa corriente, buscar el silencio, apartarnos del mundo, del ruido. Esto nos permite poder prestar atención y con paciencia artesana individuar los distintos sonidos, sopesarlos y distinguirlos. De ese modo, esa algarabía inicial empezará a tener cuerpo, lo que parecía discordante podrá ser comprendido y ubicado, tendrá nombre, tendrá rostro. Ninguna nota será demasiado alta o demasiado baja, y ningún sonido será estridente a nuestros oídos si encuentra la armonía que sólo nuestro silencio le puede dar. Y digo que sólo nuestro silencio le puede dar, porque la armonía se encuentra, no se impone. Cuantas veces encontramos gente que parece buena, pero no es gente armónica, gente que no tiene interiormente una unidad que los inspire a ir adelante. Esa armonía que nace, no que se impone.
La tentación es tener una bella melodía en la cabeza, y rechazar o tratar de acallar lo que no sea acorde con ella. Yo tengo mi versito, tengo acá mi ritmo, y todo lo demás afuera, la tentación. Pero eso es juzgar al otro, ponerse en lugar de Dios, decidir quién merece y quién no merece estar ahí. Es una gran soberbia, a la que hay que combatir con la humildad de nuestro silencio profético. Si soy capaz de escuchar así, podré oír con claridad todas las voces, todas, comprender su orden, a qué responden, qué quieren decir, y por qué lo dicen de esa manera, a veces de modo tan desgarrado y tan inusual.
Queridas hermanas, sean profetas de la escucha, en primer lugar, sintiendo la voz de Dios, que las llama a amar a todos sin distinción, a amar lo creado como don suyo, a ver en todo su grandeza, como nos enseña san Francisco en su Cántico de las criaturas. Es esa la melodía que se impone naturalmente, por ser la esencia propia de todas las cosas. En esa melodía, incluso el dolor, la oscuridad, la muerte, encuentran su sentido, y, también, lo encuentra el hermano en dificultad, el necesitado de perdón, necesitado de redención, necesitado de una segunda oportunidad, podemos entender las razones del que opina distinto a mí, del que me lleva la contra, e, incluso, de nuestra propia limitación.
Y es propio desde este silencio y desde este silente escuchar a Dios y este silencio en que el hombre se encuentra con Dios, que de lo cacofónico podemos llegar a lo sinfónico. Al “sin” (συν-) de la sinodalidad, o lo que es lo mismo, del caminar juntos (συν -ὁδος), a ser un coro con un solo corazón y una sola alma, por más que estemos en tiempos y tesituras distintas. No es una utopía, si realmente nos convencemos de que alzar la voz no es el camino, que el único camino es Jesús. No les escondo que es el camino de la cruz, de la humildad, de la pobreza, del servicio. Es el camino elegido por san Francisco, y por su venerable fundador, Luis Amigó, que meditaba todos los días la Pasión, invitándolas a abrazar el estilo de la pequeñez y la mortificación como camino al cielo. Es interesante que, sepa que cada una con la voz propia, que debe ser escuchado por los otros, si hay buen espíritu contribuye a esa sinfonía del corazón, a esa consonancia de una comunidad, que no es que todas sientan lo mismo, piensen lo mismo, sino que están armónicamente unidas y Él único capaz de dar armonía es el Espíritu Santo, el único. Pidan al Espíritu Santo armonía en sus comunidades.
Si ante ese estruendoso silencio de la Pasión, el mundo viene interpelado como Pilatos, y puesto delante de la Verdad desnuda, pidamos, con las palabras de san Pablo VI, que el silencio de Nazaret, que cultivó la Sagrada Familia, les enseñe, en su especifica vocación como religiosas, “el recogimiento y la interioridad, el estar siempre dispuestas a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros, la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve” (cf. San Pablo VI, Alocución en Nazaret, 5.1.1964), esto último, san Pablo VI, todo. Y esto, de tal manera que sean siempre profecía de esa escuela del Evangelio que es para el mundo camino de salvación. Gracias y les pido que no se olviden de rezar por mí.
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