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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA FEDERACIÓN ITALIANA DE TENIS Y PÁDEL

Aula Pablo VI
Sábado, 6 de mayo de 2023

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¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!

Doy las gracias al presidente de la Federación Italiana por sus palabras y os saludo a todos vosotros, que participáis en el primer Simposio Internacional de Tenis y Pádel. Procedentes de treinta países, con una gran participación de profesores y de niños y jóvenes. Y precisamente en la dimensión educativa y formativa estarán centradas las dos jornadas de vuestro encuentro. El profesor de tenis o pádel, de hecho, además de un técnico, es también y diría sobre todo un “educador”. Por eso os animo a proseguir sobre este camino educativo, y os propongo una sencilla reflexión, que me parece puede deducirse de la práctica de vuestro deporte: el buen juego viene de una justa dinámica de ataque y de defensa. Y así sucede también en un camino educativo: se trata de unir bien el riesgo y la prudencia. ¿Y cómo hacer este matrimonio entre riesgo y prudencia? ¡No es fácil!

Un buen jugador de tenis o pádel —pero esto vale para cualquier deporte— no puede siempre y sólo atacar, no puede arriesgar siempre, debe también saber defender. Y hay cualidades para el ataque y cualidades para la defensa, que ambas deben ser ejercitadas. Un maestro que concentra toda la enseñanza en el ataque, o al contrario en la defensa, deja a su alumno “descubierto” en otro aspecto. Es interesante desarrollar esta comparación y encontrar las similitudes con la educación de la personalidad.

Un buen educador sabe equilibrar bien el riesgo y la prudencia. Arriesgar quiere decir, por ejemplo, permitir a un muchacho hacer una experiencia nueva, que nunca ha hecho, y para la cual no se sabe cómo reaccionará, pero que consideramos que podrá ayudarlo a crecer. Esto es arriesgar. El riesgo debe ser siempre proporcionado y acompañado. El muchacho debe sentirse libre y al mismo tiempo no abandonado. Los padres o los educadores que, para proteger al niño, le hacen evitar cualquier imprevisto, o le resuelven todos los problemas, no le hacen crecer. Esta no es prudencia, es una mezcla de miedo de la realidad y de egoísmo posesivo hacia el niño. No hace bien.

En cambio, la verdadera prudencia, como la buena defensa, es una actitud siempre positiva, nunca negativa. La defensa, por así decir, es otra forma de atacar. Así la prudencia en la educación es indispensable para valorar bien las situaciones, en relación con la potencialidad del muchacho y de la muchacha. En particular, el educador debe entrenar a la resistencia, a no rendirse, a tratar de responder a esos golpes que parecen inatrapables y, sin embargo, con prontitud y agilidad, se pueden recuperar, de forma que el otro jugador se quede desplazado, porque no se lo esperaba. 

Y después quiero repetir también a vosotros lo que para mí es lo más importante: el tenis es un juego, el pádel es un juego, y su fuerza educativa está precisamente en la dinámica del juego. No os dejéis robar el gusto de hacer deporte por pasión, para divertiros y divertir. Esta es la gratuidad, el espíritu de gratuidad con el que debemos jugar. La competitividad es buena si no quita esta dimensión lúdica. En cambio, si prevalece la dinámica de la competición, esta desencadena varias formas de egoísmo que terminan por arruinar la práctica deportiva, de forma que ya no resulta educativa, sino al contrario. Hay algo en el deporte —tanto en el tenis como en el pádel y en cualquier deporte— que no debemos perder nunca: el amateurismo, la dimensión de amateur. Cuando se hace deporte por otros intereses, no por la gratuidad del amateur, se pierde la belleza, se pierde esa dimensión “sinfónica” del deporte, se vuelve un comercio. Tened siempre esto presente: que mi tenis, que mi pádel, sean siempre de aficionado, de amateur, no perder esta dimensión.

Queridos dirigentes, queridos profesores, queridos alumnos, gracias por haber venido tan numerosos. ¡Id adelante, teniendo bien unidos el riesgo y la prudencia, el ataque y la defensa! De corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestras familias. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí.



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