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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMUNIDAD DEL SEMINARIO DE BURGOS (ESPAÑA)

Sala Clementina
Sábado, 27 de abrile de 2024

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Queridos hermanos obispos,
queridos sacerdotes y seminaristas:

Me alegra poder recibirlos hoy aquí, en la casa de Pedro, y agradezco especialmente a Dios por ver en ustedes dos cosas. La primera, un mosaico de razas, culturas, edades que se han encontrado para responder juntos a la llamada de Jesús al sacerdocio ministerial. La segunda, el hecho de que se estén formando en un lugar del mundo que tal vez para muchos fuese impensable; una tierra rica de historia y tradición, de gentes recias “por el clima y las costumbres”, pero que ahora ustedes definen como “la España vaciada”. Y me viene aquello tan lindo del Mío Cid cuando habla de Burgos: “Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entróse, en su compañía sesenta pendones, salíanlo a ver mujeres y varones; burgueses y burguesas están en los balcones”.Esto siempre me viene cuando hablo de Burgos. Y estuve allí, estuve visitando en el año 70 al Arzobispo de entonces, que era pariente de un tío político mío. Así que recuerdo bien Burgos.

Al reflexionar sobre la razón por la que Dios nos ha traído al lugar donde estamos, es bueno que recordemos el pasaje de san Lucas en el que Jesús envía a sus discípulos «a donde pensaba ir Él» (Lc 10,1). Es un buen criterio de discernimiento y de examen, pues lo podemos traducir a nuestra realidad, con unas simples palabras: “Jesús me quiere en esta tierra vaciada para llenarla de Dios”, es decir, para que lo haga presente entre mis hermanos, para que construya comunidad, construya Iglesia, Pueblo.

Antes que nada, este propósito se realiza siendo un grupo heterogéneo que sabe de acogida y de enriquecimiento mutuo. Sin caridad a Dios y a los hermanos, sin caminar de “dos en dos” —como sigue diciendo el evangelista— no podemos llevar a Dios.

Después, manifestar al Señor una disponibilidad absoluta, “rogándole” que nos “envíe” a nosotros, aunque parezcamos poco ante un trabajo —la mies— tan grande. Y esto es muy importante. Y después la actitud de abandono y confianza, que el vacío sólo se haga en nuestro corazón para acoger a Dios y al hermano. Esta sería la tercera cosa. Desprendiéndonos de las falsas seguridades humanas.

Tener a Dios en nosotros nos llena de paz, una paz que podemos comunicar, que podemos llevar a todos los pueblos y ciudades, desear para cada hogar. De ese modo llenarán con su luz los campos que ahora parecen yermos, fecundándolos de esperanza. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide.



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