Discurso al Embajador de ITALIA,
Excmo. Sr. Don Giuseppe BALDOCCI*
14 de noviembre de 1992
Señor Embajador:
Le agradezco de corazón las nobles expresiones que me ha dirigido, en el momento en que se dispone a comenzar su misión de Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Italiana ante la Santa Sede.
Me complace también dirigir mi pensamiento deferente y cordial al Excelentísimo Presidente de la República, Honorable Oscar Luigi Scalfaro, al que deseo renovar mis más fervientes votos por el feliz cumplimiento de su alto mandato al servicio del País, invocando sobre su persona la continua asistencia divina para que lleve a cabo una lucida y eficaz acción de promoción del bien común.
Su presencia aquí testimonia por sí misma el feliz estado de las relaciones entre la Santa Sede e Italia: relaciones que, habiendo tenido su principio inspirador en los pactos lateranenses, recientemente han recibido una confirmación positiva y fecunda con el acuerdo de revisión del año 1984 que, corroborando la plena independencia y autonomía de la comunidad política y de la Iglesia en sus campos respectivos, ha reafirmado su compromiso recíproco de colaborar para la promoción del hombre y el bien del País (art.1 del Acuerdo de revisión de 1984).
En su ardua misión, usted tendrá el elevado honor de representar a toda la nación italiana, unida a esta Sede Apostólica por vínculos profundos y vitales. En mis visitas pastorales – que usted ha recordado – a las diversas diócesis del País recibo un testimonio constante de los sentimientos de devoción y afecto que unen al pueblo italiano con la persona del Sucesor de Pedro.
Los viajes apostólicos me permiten entrar en contacto y conocer de cerca la rica y múltiple vitalidad de las diversas comunidades católicas en su compromiso eclesial; vitalidad que encuentra también hoy alimento en la riqueza de un patrimonio incomparable de humanidad y fe. Conociendo cada vez más a fondo y amando con intensidad creciente «esta tierra tan querida por Dios» (cf. Discurso en el Quirinal, 4 de octubre de 1985), no puedo menos de manifestar el deseo de que Italia tenga siempre una clara conciencia de su inigualable patrimonio moral y religioso, y que, más que como peso de siglos pasados, lo considere fuente de energías jóvenes y siempre renovadas para su nueva cultura y su moderno desarrollo, y como un estímulo para su concordia nacional y una guía para su progreso social.
A la intensa actividad propiamente eclesial se une, de parte de los ciudadanos católicos italianos, una no menos rica y profunda entrega al servicio de toda la sociedad civil y a la promoción del bien común en campos ya experimentados y arduos, como la educación de la juventud, la promoción de la cultura, la escuela, la asistencia sanitaria y los servicios de la caridad, ofreciendo una contribución original para resolver los problemas, nuevos y graves, que exigen soluciones tempestivas y clarividentes, como son la promoción de la vida y de su calidad, la defensa de la familia, la eliminación de la marginación de los más pobres, los débiles, los ancianos y los inmigrantes. Me complace recordar aquí, de modo particular, las numerosas organizaciones y asociaciones de voluntariado, también internacional, que, al proponer sobre todo a los jóvenes nuevas fronteras de compromiso ético y civil, aspiran legítimamente a ver reconocida de forma más amplia por las autoridades competentes su genuina y creativa aportación a la edificación de una civilización cada vez más justa, éticamente motivada, con el fin de «hacer más humana la vida humana» (Gaudium et spes, 39). Toda la comunidad eclesial italiana se alegrara de apoyar la atención y los esfuerzos de los gobernantes italianos en esos sectores tan urgentes y delicados para el bienestar y la salvaguardia de la dignidad y de la auténtica libertad de la persona humana.
Con el mismo espíritu de colaboración leal y abierta, es de desear que llegue a conclusión, pasados casi ocho años desde su estipulación, la fase de actuación del citado acuerdo de revisión del concordato, con atención particular al sector de los bienes culturales eclesiásticos y al reconocimiento civil de los títulos de estudio concedidos por las facultades aprobadas por la Santa Sede.
Señor Embajador, usted en sus palabras recordó la obra incansable de la Santa Sede en favor de la superación de conflictos antiguos y nuevos, que desgarran la vida de los pueblos, y en favor de la promoción en la comunidad internacional de aquel valor fundamental – la paz –, del que depende el inicio de un fecundo camino hacia la prosperidad y la renovación espiritual y civil.
En particular, los grandes y recientes cambios sociopolíticos acaecidos en los países de Europa del Este, después de decenios de opresión por obra de la ideología materialista y marxista, aunque han permitido a naciones enteras volver a entrar en el flujo vital de la historia, abriéndoles el camino hacia 1a libertad y 1a democracia, han hecho surgir penosos y graves desgarrones que, con sus costes enormes e intolerab1es, muestran cuán urgente resulta la búsqueda de formas adecuadas de cooperación e integración con el Oeste europeo, con la conciencia de un único destino.
La gravedad de esas situaciones debe impulsar a todos los pueblos, y en especial a los europeos, a tomar conciencia de cómo, en la única gran ciudad en que se está convirtiendo de hecho el mundo, a medida que 1as distancias se acortan, 1a paz resulta indivisible y todo lo que la obstaculiza no es fruto de 1a fatalidad sino de responsabilidades precisas. En este escenario nuevo y grande, Italia ha de seguir ofreciendo su contribución valida, fiel a su antigua vocación de promotora de la construcción de una Europa unida, aun consciente de las dificultades, a menudo también arduas, que se encuentran en el camino.
Estoy convencido de que Italia confirmará también en el futuro el compromiso que, ya desde hace años, la ve entre los más decididos protagonistas de la cooperación y la ayuda a los países en vías de desarrollo, con intervenciones directas y con el apoyo concreto a las beneméritas organizaciones del voluntariado internacional.
Sobre estos arduos temas la Santa Sede e Italia están llamadas a recorrer nuevos itinerarios de colaboración beneficiosa e intensa, en bien de la paz entre los pueblos y de la firme defensa de los derechos del hombre. Confío en que a esa acción convergente correspondan, con la ayuda de Dios, felices resultados, también gracias a 1a acción que usted está a punto de comenzar a llevar a cabo.
Al asegurarle toda mi consideración, formulo mis mejores votos por el éxito de su misión, y de corazón le imparto a usted, Señor Embajador, la bendición apostólica, que con gusto extiendo a sus colaboradores, a sus respectivas familias y a todo el amado pueblo italiano.
*L'Osservatore Romano - Edición Semanal en lengua española n.50 p.22 (p.722).
DISCORSO DI GIOVANNI PAOLO II
A S.E. IL SIGNOR GIUSEPPE BALDOCCI,
NUOVO AMBASCIATORE D’ITALIA PRESSO LA SANTA SEDE*
Sabato, 14 novembre 1992
Mr. Ambassador,
I thank you with all my heart for the noble words which you addressed to me on the occasion on which you begin your mission as Ambassador Extraordinary and Plenipotentiary of the Italian Republic to the Holy See.
I likewise spontaneously turn my respectful and cordial thoughts to His Excellency the President of the Republic, the Honourable Oscar Luigi Scalfaro, to whom I wash to renew my most sincere wishes for the successful fulfilment of his important mandate at the service of the country, invoking upon his person continuous divine assistance for an enlightened and effective action on behalf of the common good.
1. Your very presence here testifies to the happy state of relations between the Holy See and Italy; while these relations find their inspiring principle in the Lateran Treaty, they again find positive, fruitful confirmation with the recent Revision Accord of 1984 which, while recalling the full independence and autonomy of the political community and of the Church in their respective fields, reaffirmed their mutual agreement to cooperate for human development for the good of the country (Art. 1).
In your demanding position you will have the great honour of representing the whole Italian nation, which is joined to this Apostolic See by deep, vital bonds. In my pastoral visits to the different Dioceses of the country, as you recalled, I continuously receive testimony of the feelings of devotion and affection which bind the Italian people to the person of the Successor of Saint Peter.
2. My apostolic journeys permit me to make contact with and get to know better the rich and varied vitality of the various Catholic communities in their ecclesial missions, a vitality which even today is nourished by the wealth of an incomparable heritage of humanity and faith. By knowing ever more deeply and by loving with growing intensity «this land which is particularly dear to God» (cf. Address at the Quirinal, 4 October 1985), I cannot fail to express the wish that Italy may always have a clear awareness of its incomparable moral and religious patrimony and that it may consider it not merely as the weight of past centuries, but rather as a source of ever renewed and youthful energy for its new culture and its modern development, and a stimulus, as it were, for its national harmony as well as a guide to its social progress.
3. The Italian Catholic citizens combine an intense and truly ecclesial activity with a no less rich and deep dedication to the service of all civilized society and to the promotion of the common good in difficult and demanding fields such as that of education, the development of culture schools, health care, charitable services and that of offering further contributions to solving serious new problems requiring rapid, far-sighted solutions such as the promotion of life and its quality, the defence of the family, the overcoming of the marginalization of those who are less fortunate, weak, elderly or are immigrants. I would like to remember here especially the many organizations and volunteer associations, also at an international level which, while offering particularly to young people further frontiers of ethical and civil commitment legitimately seek recognition from the competent authorities for their genuine and creative contribution to the construction of a more just and ethically motivated civilization in view of «the better ordering of human society» (Gaudium et spes, n. 39). The entire Italian ecclesial community will always be pleased to support the Italian government's attention and efforts in such urgent and delicate areas for the well‑being and safeguarding of the dignity and authentic freedom of the human person.
In the same spirit of loyal and open cooperation we can hope that, eight years after it was drafted, the implementation of the aforementioned Revision Accord of the Concordat will soon be concluded with particular attention given to the section on ecclesiastical cultural goods and the civil recognition of the academic degrees granted by the faculties approved by the Holy See.
4. Mr. Ambassador, in your address you mentioned the Holy See's untiring work at overcoming both old and new conflicts which harm the life of peoples and in fostering within the international community that fundamental value, peace on which the beginning of a fruitful journey towards prosperity and spiritual and civil renewal depends.
In particular, the great sociopolitical upheavals of late in the countries of Eastern Europe after years of oppression by materialistic and Marxist ideology have, on the one hand, permitted whole nations to reinsert themselves into the vital stream of history, opening the way towards freedom and democracy. On the other hand, they have caused serious and distressing wounds, the great and intolerable costs of which show the urgent need for seeking adequate forms of cooperation and integration with Western Europe, in the knowledge of their common destiny.
5. The seriousness of these situations should urge all people, especially Europeans, to understand how, in that one great city which the world is in fact becoming as distances gradually shorten, peace is rendered indivisible and everything hindering it is not the result of fate but of precise responsibilities. It is in this vast new setting that Italy will not fail to continue to make her valid contribution, faithful to her ancient vocation to promote the construction of a united Europe, while remaining aware of the often arduous difficulties which might oppose it.
I am convinced that in the future Italy will continue to confirm the undertaking which, for years now, sees her among those working with conviction in actively assisting developing countries through direct intervention and through concrete support of international organizations of volunteers.
It is in regard to these demanding issues that the Holy See and Italy are called to follow new paths of fruitful, intense cooperation for the benefit of peace among peoples and the courageous defence of human rights. I believe that this joint action, with the help of God, will be met by success, thanks also to the activity which you are about to begin.
While expressing my highest esteem to you, I offer my most fervent wishes for the success of your mission.
With all my heart I import to you, Mr. Ambassador, my Apostolic Blessing which I gladly extend to your coworkers, their families and to all the beloved Italian people.
*L'Osservatore Romano. Weekly edition in English n. 48 p.17.
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