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JUAN PABLO II

REGINA CAELI

Domingo 7 de junio de 1981

La alocución fue grabada anteriormente y transmitida por radio. Al terminar el Papa apareció en la ventana de su despacho —era el primer domingo que lo hacia después del sacrílego atentado del 13 de mayo—, recitó la plegaria mariana y bendijo a la multitud.

 

1. "Veni, Sancte Spiritus". Esta es la invocación, queridísimos hermanos y hermanas, que brota espontáneamente de nuestros labios en esta fiesta de Pentecostés. Es la invocación que repetimos hoy con particular intensidad de sentimientos, al recordar el 1600 aniversario del Concilio Constantinopolitano I, segundo Concilio Ecuménico, que proclamó solemnemente la divinidad del Espíritu Santo.

Para celebrar tan importante aniversario se han reunido aquí en Roma, de todas las partes del mundo, cardenales, arzobispos y obispos, los cuales, esta mañana, congregados en la basílica de San Pedro, han renovado, en nombre de toda la Iglesia, la profesión de fe en el divino Espíritu, "Señor y dador de vida". Íntimamente unido a ellos, deseo darles de nuevo mi saludo cordial, expresado ya en mi homilía, y agradecerles la solicitud con que han acogido la invitación para tomar parte en este solemne testimonio de comunión eclesial.

Mi saludo se dirige, en particular, a la Delegación del Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, presidida por el Metropolita Damaskinos. A través de él quiero manifestar mi afecto fraterno a los representantes de las Iglesias de Oriente, que en la Sede Constantinopolitana celebran hoy la misma solemnidad jubilar. Igualmente saludo a los Delegados de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales.

2. "Veni, Sancte Spiritus". El día del primer Pentecostés cristiano, el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles en forma de lenguas de fuego. Y con el fuego de Pentecostés se les daba el mismo Amor personal de Dios. Reanimada por ese calor, la Iglesia podía salir a plena luz, para afrontar al mundo y llevar a los hombres el mensaje de la salvación. Y desde ese día el Espíritu Santo jamás ha abandonado a la Iglesia.

3. Ser dóciles a la acción del Espíritu: éste es el compromiso que se nos pide hoy, solemnidad de Pentecostés. Ejemplo sublime de esta docilidad es para todos nosotros la Virgen Santísima, María de Nazaret, que pronunció el "fiat" de su disponibilidad total a los designios de Dios, de modo que el Espíritu pudo comenzar en Ella la realización concreta del plan de la salvación.

Esta tarde, los obispos, reunidos en Roma, volverán a encontrarse en la basílica de Santa María la Mayor, para rendir homenaje a la "Madre de Dios", a la Theotókos, en el 1550 aniversario de otro Concilio Ecuménico, el de Éfeso, que reconoció oficialmente este titulo a la Virgen, entre el júbilo del pueblo cristiano. Anticipándonos con el corazón a este solemne acto litúrgico, elevamos a María nuestra oración, con la que tratamos de abrazar idealmente y ofrecerle toda la familia humana:

"Regina coeli, laetare, alleluia...".

 



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