JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 19 de noviembre de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. La identidad y el ministerio pastoral de los obispos figuraron entre los temas más profundizados por el concilio Vaticano II, primero, en la Lumen gentium, y después en el decreto Christus Dominus.
En la constitución sobre la Iglesia, el tema sobre la jerarquía sagrada se colocó oportunamente después del correspondiente al pueblo de Dios. En efecto, en el interior y al servicio de este pueblo se realiza el ministerio de quienes, «por institución divina, han sucedido a los Apóstoles como pastores de la Iglesia» (Lumen gentium, 20), reafirmó el Concilio, ateniéndose a la Escritura y a la Tradición. Los obispos la plenitud del sacramento del orden, que los habilita a «hacer las veces del mismo Cristo, maestro, pastor y sacerdote», actuando en su persona (ib., 21). Lo hacen en comunión jerárquica de un único colegio, que se remonta al «colegio apostólico» y cuya cabeza es el sucesor de Pedro (ib., 22).
Treinta años después del Concilio se pude comprobar cuán fecunda ha sido la perspectiva conciliar de la colegialidad episcopal. Precisamente gracias a esta perspectiva, el decreto Christus Dominus ha podido indicar los nuevos caminos de comunión que están enriqueciendo el rostro y la vida de la comunidad eclesial. Entre otros aspectos, basta pensar en la internacionalización de la Curia romana (cf. n. 10) y la creación de las Conferencias episcopales (cf. n. 37).
¿Cómo no dar gracias al Señor por los frutos que ha dado y promete seguir dando el Sínodo de los obispos, instituido por Pablo VI como respuesta a los deseos de los padres conciliares? Se trata de una expresión privilegiada de la «solicitud por la Iglesia universal», a la que los obispos están llamados, en colaboración con el Romano Pontífice (ib., 5).
2. El decreto Christus Dominus, en sintonía con la Lumen gentium, ha dedicado mucha atención también a la vida de las Iglesias particulares, en las que «está verdaderamente presente y actúa la Iglesia de Cristo» (ib., 11). En ellas la Iglesia , guiada por el obispo, se edifica y crece todos los días con la fuerza de la palabra de Dios y de la Eucaristía.
El modelo de obispo que describe el Concilio es el del pastor que, en nombre de Cristo, ejerce la función de enseñar, santificar y gobernar al pueblo de Dios. Es un ministerio que implica una autoridad específica, que se comprende y se ejercita según la lógica de la comunión y del servicio. El obispo debe ser para su comunidad un «verdadero padre, que se distingue por el espíritu de amor y de solicitud para todos» (ib., 16). Debe ser capaz de escuchar y valorar todos los carismas y estar dispuesto a acoger las legítimas exigencias de todos los creyentes. Precisamente para favorecer esto, el decreto Christus Dominus ha promovido la participación activa de sacerdotes, religiosos y laicos en la programación pastoral, mediante organismos institucionales como el Consejo pastoral diocesano (cf. n. 27).
3. María, con los Apóstoles, estaba en el cenáculo esperando Pentecostés. Para ellos era el rostro de Cristo, era la Madre. La invocamos a menudo como Regina Apostolorum. Que la Virgen santísima interceda por todos los pastores de la Iglesia, para que en su difícil ministerio se conformen cada vez más con la imagen del buen Pastor.
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