JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 21 de diciembre de 1997
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. En este cuarto y último domingo de Adviento, nuestra mirada se orienta totalmente a la Navidad, ya inminente. «El Señor está cerca», repite la liturgia: hay que prepararse para acogerlo. Este es el sentido de todo el tiempo de Adviento, que la Iglesia ha ordenado sabiamente para la preparación de la Navidad, a fin de que los creyentes puedan vivir plenamente el misterio de la Encarnación.
La palabra de Dios nos presenta los modelos de la espera del Señor que viene.
Ante todo, la Virgen María, que acepta plenamente el designio de Dios y acoge en su seno al Verbo hecho carne; luego, Juan Bautista, que exhorta a todos a «preparar el camino del Señor» (cf. Lc 3, 4); san José, hombre justo y sabio, que acoge y coopera dócilmente en los arcanos designios de la Providencia divina. Por último, los pastores de Belén, que durante la noche vigilan su rebaño, están preparados para recibir el anuncio angelical de la Navidad, acuden a la cueva y reconocen en el Niño al Salvador esperado.
Estos son los modelos que hay que imitar a fin de prepararse para vivir de modo auténtico la Navidad.
2. Con el primer domingo de Adviento empezó el año dedicado de modo especial al Espíritu Santo. Se trata de una nueva oportunidad para meditar en el papel que el Espíritu de Dios desempeña en la encarnación del Verbo.
En el nacimiento del Señor el Espíritu creador realiza el comienzo de una nueva creación, que tendrá su coronación en la Pascua, con la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. En el Verbo encarnado, que nace de María Virgen como primogénito de una multitud de hermanos, el Espíritu crea también la humanidad nueva de los redimidos. La Navidad marca así el comienzo de la Iglesia, pueblo de la nueva Alianza, que vemos representado en el belén por María, José y los pastores.
De la misma forma que el nacimiento de Jesús fue posible gracias a la acción del Espíritu Santo, así también en el Espíritu el cristiano y la comunidad eclesial pueden revivir este misterio, con su impulso de renovación.
3. En este itinerario espiritual nos guía María, a quien el Espíritu Santo hizo perfectamente dócil a la voluntad creadora y redentora de Dios. También su prima Isabel, al recibir su visita, se llena del Espíritu Santo y se dirige a la «madre de su Señor» con las palabras: «¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá » (Lc 1, 45). Que el Espíritu Santo suscite en todo creyente un íntimo y convencido «sí» a Cristo, que en la Navidad viene a liberarnos con su poder y a guiar nuestros pasos por el camino de la paz.
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