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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 28 de diciembre de 1997

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el clima de alegría propio de la Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, y nuestro pensamiento va, naturalmente, a la institución familiar, por la que la Iglesia, ya desde sus comienzos, ha sentido siempre afecto y solicitud. En nuestro tiempo, en el que la familia afronta a menudo dificultades o está sometida a influencias sociales y económicas que minan su solidez interior, la Iglesia se considera llamada a orientarla y sostenerla. Invita hoy a las familias a mirar la casa de Nazaret, desde donde Jesús proclama el «evangelio de la familia». De ese sublime testimonio las familias cristianas pueden tomar vigor y sabiduría para afrontar los deberes de cada día.

2. La familia es el fundamento y la salvaguardia de una sociedad verdaderamente libre y solidaria. No podemos menos de subrayar también aquí la urgencia de tutelar y promover sus auténticos derechos. En efecto, en muchos lugares sufre ataques y afronta desafíos. Pienso, por ejemplo, en las persistentes amenazas que se ciernen sobre la vida de tantas familias: la miseria, el desempleo, la falta de vivienda, la mentalidad contraria al don de la vida, más aún, a veces favorable incluso a la eliminación de la vida con el aborto y la eutanasia, y el individualismo que ignora o convierte al otro en instrumento y es el origen de tantas soledades que afligen a la sociedad actual, como la de muchos ancianos relegados a vivir fuera de su casa y sin el cariño de la familia. Junto a estos fenómenos tan preocupantes, son más graves aún las amenazas que atentan directamente contra la estructura de la familia y desfiguran su fisonomía y su papel en la sociedad.

Todo esto muestra cuán urgente es perseverar en una inteligente pastoral familiar, cuyos principales agentes sean los mismos miembros de la familia. Sólo así será posible contrarrestar y vencer las fuerzas negativas que tienden a destruir este baluarte de toda civilización auténtica.

3. Hace casi tres años escribí en la Carta a las familias: «A través de la familia discurre la historia del hombre, la historia de la salvación de la humanidad». La familia se encuentra «en el centro de la gran lucha entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, entre el amor y cuanto se opone al amor. A la familia está confiado el cometido de luchar ante todo para liberar las fuerzas del bien, cuya fuente se encuentra en Cristo, redentor del hombre» (n. 23). Para cumplir esta misión, la familia necesita, además de oportunas iniciativas sociales, civiles y eclesiales, la ayuda del Señor. Es importante que sus miembros aprendan a invocarlo, haciendo oración juntos, en comunión de fe y amor.

Este es mi mejor deseo para todas las familias cristianas, que acompaño con la invocación a María, Reina de la familia.



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