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JUAN PABLO II

ÁNGELUS

Domingo 28 de febrero de 1999

 

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El tiempo de Cuaresma, además de la oración, la penitencia y el ayuno, nos invita a intensificar los gestos de caridad concreta que el lenguaje bíblico califica a menudo con el término «limosna».

A este propósito, Jesús pone en guardia ante el riesgo de la vanagloria: la caridad no es auténtica, si busca la alabanza de los hombres (cf. Mt 6, 2-3). Por otra parte, recomienda a sus discípulos: «Que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5, 16). Nuestras acciones son buenas cuando reflejan la luz de Dios y, por tanto, es justo que el mérito y la alabanza vayan a él.

2. En este último año de preparación para el gran jubileo, en el que dirigimos nuestra mirada a Dios Padre, es importante poner de relieve la «mayor» (1 Co 13, 13) de las virtudes cristianas, es decir, la caridad, recordando la sintética y profunda afirmación de la primera carta de san Juan: «Dios es amor» (1 Jn 4, 8.16). La caridad, en su doble aspecto de amor a Dios y a los hermanos, es la síntesis de la vida espiritual y moral del creyente, y encuentra en Dios mismo su fuente y su meta (cf. Tertio millennio adveniente, 50).

En el Mensaje para la Cuaresma escribí que «la experiencia del amor del Padre impulsa al cristiano a hacerse don viviente, en una lógica de servicio y de participación que lo abre a acoger a los hermanos». Y, recordando también que «innumerables son los campos en que la Iglesia ha testimoniado a lo largo de los siglos, con la palabra y las obras, el amor de Dios», añadí que «hoy tenemos ante nosotros grandes espacios en los que ha de hacerse presente la caridad de Dios a través de la actuación de los cristianos. Las nuevas formas de pobreza y los grandes interrogantes que angustian a muchos corazones esperan respuestas concretas y oportunas. Quien está solo o se encuentra marginado de la sociedad, quien tiene hambre, quien es víctima de la violencia o no tiene esperanza, ha de poder experimentar en la solicitud de la Iglesia la ternura del Padre celestial, que desde el principio del mundo ha pensado en cada hombre para colmarlo de su bendición» (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de enero de 1999, p. 20).

3. Queridos hermanos, pidamos a la Virgen María que, en esta Cuaresma, ayude a todos los discípulos de Cristo a poner la caridad en el centro de su vida, y a revisar en su examen diario de conciencia cómo la practican. Frente a la tentación de encerrarse en sí mismos, el compromiso de brindar ayuda a los demás, sin esperar nada a cambio, es un camino valioso para experimentar en la propia vida el amor de Dios.


Después del Angelus

Mañana, 1de marzo, entrará en vigor la convención para la prohibición y destrucción de las minas antipersonales.

Para toda la comunidad internacional se trata de una meta, que representa una victoria de la cultura de la vida sobre la cultura de la muerte. La Santa Sede se adhirió a esta convención ya desde el comienzo, firmando y ratificando el documento de Ottawa del 4 de diciembre de 1997.

Desgraciadamente, es aún largo el camino para que el mundo se vea libre de estos terribles y engañosos artefactos. Pido a Dios que dé a todos la valentía de la paz, para que los países que aún no han firmado este importante instrumento del derecho internacional humanitario lo hagan cuanto antes, y continúen con perseverancia la actividad de desactivación y la labor de rehabilitación de los heridos.

Quiera Dios que los hombres caminen juntos por los senderos de la vida, sin temer las asechanzas de destrucción y muerte.

 



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