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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 24 de noviembre de 2004

 

Cristo, primogénito de toda criatura
y primer resucitado de entre los muertos

1. Acaba de resonar el gran himno cristológico recogido al inicio de la carta a los Colosenses. En él destaca precisamente la figura gloriosa de Cristo, corazón de la liturgia y centro de toda la vida eclesial. Sin embargo, el horizonte del himno en seguida se ensancha a la creación y la redención, implicando a todos los seres creados y la historia entera.

En este canto se puede descubrir el sentido de fe y de oración de la antigua comunidad cristiana, y el Apóstol recoge su voz y su testimonio, aunque imprime al himno su sello propio.

2. Después de una introducción en la que se da gracias al Padre por la redención (cf. vv. 12-14), este cántico, que la liturgia de las Vísperas nos propone todas las semanas, se articula en dos estrofas. La primera celebra a Cristo como "primogénito de toda criatura", es decir, engendrado antes de todo ser, afirmando así su eternidad, que trasciende el espacio y el tiempo (cf. vv. 15-18).

Él es la "imagen", el "icono" visible de Dios, que permanece invisible en su misterio. Esta fue la experiencia de Moisés, cuando, en su ardiente deseo de contemplar la realidad personal de Dios, escuchó como respuesta:  "Mi rostro no podrás verlo; porque no puede verme el hombre y seguir viviendo" (Ex 33, 20; cf. también Jn 14, 8-9).

En cambio, el rostro del Padre, creador del universo, se hace accesible en Cristo, artífice de la realidad creada:  "Por medio de él fueron creadas todas las cosas (...); todo se mantiene en él" (Col, 1, 16-17). Así pues, Cristo, por una parte, es superior a las realidades creadas, pero, por otra, está implicado en su creación. Por eso, podemos verlo como "imagen de Dios invisible", que se hizo cercano a nosotros con el acto de la creación.

3. En la segunda estrofa (cf. vv. 18-20), la alabanza en honor de Cristo se presenta desde otra perspectiva:  la de la salvación, de la redención, de la regeneración de la humanidad creada por él, pero que, por el pecado, había caído en la muerte.

Ahora bien, la "plenitud" de gracia y de Espíritu Santo que el Padre ha puesto en su Hijo hace que, al morir y resucitar, pueda comunicarnos una nueva vida (cf. vv. 19-20).

4. Por tanto, es celebrado como "el primogénito de entre los muertos" (v. 18). Con su "plenitud" divina, pero también con su sangre derramada en la cruz, Cristo "reconcilia" y "pacifica" todas las realidades, celestes y terrestres. Así las devuelve a su situación originaria, restableciendo la armonía inicial, querida por Dios según su proyecto de amor y de vida. Por consiguiente, la creación y la redención están vinculadas entre sí como etapas de una misma historia de salvación.

5. Siguiendo nuestra costumbre, dejemos ahora espacio para la meditación de los grandes maestros de la fe, los Padres de la Iglesia. Uno de ellos nos guiará en la reflexión sobre la obra redentora realizada por Cristo con la sangre de su sacrificio.

Reflexionando sobre nuestro himno, san Juan Damasceno, en el Comentario a las cartas de san Pablo que se le atribuye, escribe:  "San Pablo dice que "por su sangre hemos recibido la redención" (Ef 1, 7). En efecto, se dio como rescate la sangre del Señor, que lleva a los prisioneros de la muerte a la vida. Los que estaban sometidos al reino de la muerte no podían ser liberados de otro modo, sino mediante aquel que se hizo partícipe con nosotros de la muerte. (...) Por la acción realizada con su venida hemos conocido la naturaleza de Dios anterior a su venida. En efecto, es obra de Dios el haber vencido a la muerte, el haber restituido la vida y el haber llevado nuevamente el mundo a Dios. Por eso dice:  "él es imagen de Dios invisible" (Col 1, 15), para manifestar que es Dios, aunque no sea el Padre, sino la imagen del Padre, y se identifica con él, aunque no sea él" (I libri della Bibbia interpretati dalla grande tradizione, Bolonia 2000, pp. 18 y 23).

San Juan Damasceno concluye, después, con una mirada de conjunto a la obra salvífica de Cristo:  "La muerte de Cristo salvó y renovó al hombre; y devolvió a los ángeles la alegría originaria, a causa de los salvados, y unió las realidades inferiores con las superiores. (...) En efecto, hizo la paz y suprimió la enemistad. Por eso, los ángeles decían:  "Gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra"" (ib., p. 37).


Saludos

(A los jóvenes,  profesores y estudiantes de Italia congregados en la Basílica vaticana)

Me alegra mucho encontrarme con vosotros, queridos jóvenes y estudiantes procedentes de varias regiones de Italia. Con afecto os dirijo un cordial saludo a cada uno. El domingo pasado celebramos la solemnidad de Cristo, Rey del universo. Amadísimos hermanos, que Jesús sea siempre el centro de vuestra vida; que sea la luz y guía de todas vuestras opciones; participad generosamente con vuestro testimonio en la construcción de su reino de justicia y de paz. Recemos ahora juntos el padrenuestro.

En la Sala Pablo VI
Saludo cordialmente a los peregrinos de España y América Latina, especialmente a los de las diócesis de Mallorca y de Huelva, así como al grupo de Castilla y León, y a los mexicanos de Guadalajara. ¡Gracias por vuestra presencia!

(En polaco)
Dentro de pocos días comenzará el Adviento. Que, en el Año de la Eucaristía, sea un tiempo de vigilancia especial, de oración y de adoración a Cristo. Bendigo de corazón a los que esperan al Salvador. ¡Alabado sea Jesucristo!".

(En italiano) 
Os saludo, por último, a vosotros, queridos enfermos y recién casados.

Cristo, que ha hecho de la cruz un trono real, os ayude a vosotros, queridos enfermos, a comprender el valor redentor del sufrimiento vivido en unión con él; a vosotros, queridos recién casados, os llene de su amor para que vuestras familias sean santas y alegres.



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