SANTA MISA PARA LOS CATEQUISTAS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Explanada de la Rua José de Alencar, Porto Alegre
Sábado 5 de julio de 1980
¡Venerables hermanos, hijos carísimos!
1. ¡Laudetur Jesus Christus! (Alabado sea Jesucristo). Con estas palabras de saludo cristiano deseo dirigirme a vosotros en este encuentro marcado por la Providencia en el programa de mi viaje por Brasil, en esta hora de plenitud espiritual.
Os agradezco el consuelo que me proporciona esta vuestra acogida tan afectuosa y cordial. No os detengáis precisamente en mi humilde persona. Elévense, más bien, vuestros corazones hasta Aquel a quien representa y sirve, el Señor Jesucristo. En su nombre vengo a vosotros. A El, que dentro de poco bajará a este altar, todo el honor y la gloria, sobre todo en este día iluminado por el suave y pacífico triunfo eucarístico en tierras de Brasil.
Viniendo al encuentro de un deseo vuestro, tal vez ni siquiera manifestado, quisiera responder, antes que nada, a algunas preguntas que, más o menos conscientemente, se habrá hecho vuestro corazón: ¿Por qué el Papa ha venido desde tan lejos hasta nosotros? ¿Cuáles son los motivos que le han traído hasta aquí?
Pues bien, hijos carísimos, la razón es ésta: he venido para conoceros mejor, para escucharos, para entrar en diálogo con vosotros, para mostraros que la Iglesia está cerca de vosotros y participa de vuestros problemas, de vuestras dificultades y sufrimientos, de vuestras esperanzas. Soy el primer Papa que llega a esta bellísima tierra. Entonces, he venido también para dar gracias al Señor con vosotros por el don inestimable que os ha concedido, la fe católica. Vuestro maravilloso país, donde la naturaleza derramó inmensas riquezas, es un país joven, abierto al futuro, de impresionante pujanza en todos los sectores de la vida humana. Vuestra mayor riqueza, sin embargo, es el patrimonio religioso y moral de vuestra tradición cristiana. Este patrimonio no sólo merece ser conservado a toda costa, sino que, además de esto, debe introducirse en el movimiento ascendiente de la nación, debe ser su alma, a fin de que, así como ha sido católico el sustrato de vuestra historia pasada, también sea cristianamente vivo y operante el espíritu de vuestra sociedad de hoy.
Cumpliendo la misión recibida por San Pedro y sus sucesores, he venido para confirmaros en la fe. Hemos oído en la segunda lectura que Pablo recorría las ciudades ya evangelizadas, exhortando a los cristianos a observar la doctrina apostólica y confirmándolos en la fe recibida (cf. Act 16, 4-5). Pido a Dios que este mi viaje apostólico tenga para vosotros el mismo sentido y obtenga el mismo resultado.
Por eso, hijos carísimos, los mejores votos que puedo haceros, la directriz que deseo dejaros como recuerdo de este mi viaje, son las palabras de San Pedro a las comunidades de la Iglesia naciente. "Permaneced firmes en la fe" (1 Pe 5, 9): firmes en la adhesión interior, plena y sincera, al Evangelio; y firmes en la proclamación exterior, exenta de cualquier intemperancia o falta de respeto hacia las opiniones ajenas, pero franca, valiente, coherente, perseverante, digna de la fe de vuestros padres.
2. Sois una nación que hoy se encuentra en fase de transformación febril. Y esto, como bien sabéis, trae consigo cambios no pequeños, no sólo en cuanto al aspecto exterior del país, sino sobre todo en cuanto al interior de la vida y de las costumbres del pueblo.
¿Estarán los cristianos de Brasil preparados para enfrentarse al choque provocado por este paso de las viejas a las nuevas estructuras económicas y sociales? ¿Su fe estará en condiciones de permanecer inquebrantable?
En otros tiempos, a muchos les bastaba un tipo modesto de instrucción elemental y aquella sincera religiosidad popular, enraizada tan profundamente con sus diversas expresiones en el contexto social y cultural de vuestra nación.
Hoy ya no es así. La difusión de la cultura, el espíritu crítico, la publicidad dada a todas las cuestiones, los debates, exigen un conocimiento más completo y profundo de la fe. La misma religiosidad popular debe ser alimentada, de manera cada vez más explícita, por la verdad revelada, y liberada de los elementos que la hacen parecer no auténtica. Necesita el alimento sólido de que habla San Pablo. En otras palabras, se impone un esfuerzo serio y sistemático de catequesis. Es el problema que hoy se pone ante vosotros en toda su gravedad y urgencia.
Providencialmente, este esfuerzo ya está siendo realizado en vuestro país. Tal esfuerzo corresponde a la tarea fundamental de la Iglesia, a su misión primaria y específica. "Evangelizados por el Señor en su Espíritu -—así se expresaron vuestros obispos en Puebla— fuimos enviados para llevar la Buena Nueva a todos los hermanos, especialmente a los pobres y olvidados" (núm. 164).
Se trata de una misión grandiosa, a la que todos somos llamados a dar nuestra contribución. Un edificio está formado por muchas piedras; su construcción es el fruto conjunto de quien lo ideó y de quien puso en acto los planos.
3. Esto mismo sucede con la Iglesia, como la vemos hoy: el gran artífice es Dios, que la ideó y continúa vivificándola; pero las piedras son aquellos que sirvieron como instrumentos dóciles y prestos a la acción del Espíritu Santo y que transmitieron esta maravillosa herencia de la fe. Somos nosotros, ahora, los que tenemos que continuarla y ampliarla, para que se haga realidad la llegada del Reino de Dios.
¿Qué servicio es más hermoso que el del catequista que anuncia la Palabra divina, que se une con amor, confianza y respeto a su hermano para ayudarle a descubrir y realizar los designios providenciales de Dios sobre él?
Pero se trata también de una tarea extremadamente ardua y delicada, porque la catequesis no es mera enseñanza, sino transmisión de un mensaje de vida, como nunca será posible encontrar en otras expresiones del pensamiento humano, aun en las más sublimes.
Quien dice mensaje dice algo más que doctrina. En efecto, ¡cuántas doctrinas jamás llegan a ser mensaje!
El mensaje no se limita a proponer ideas: exige una respuesta, puesto que es interpelación entre personas, entre el que propone y el que responde.
El mensaje es vida. Cristo anunció la Buena Nueva, la salvación y la felicidad: "Bienaventurados los pobres de espíritu, bienaventurados los mansos, bienaventurados los perseguidos..." (cf. Mt 5, 3-11); y además: "Os dejo mi paz, os doy mi alegría" (cf. Jn 14, 27; 15, 11). Las multitudes lo escuchaban porque veían en él la esperanza y la plenitud de la vida (cf. Jn 10, 10).
Además, es preciso respetar este mensaje divino, pues el hombre no es juez de la palabra y la obra de Dios (cf. Catechesi tradendae, núms. 17, 29, 30, 49, 52, 58, 59). Debe respetarla manteniéndose fiel, sobre todo, a Cristo, a su verdad, a su mandato —sin esto, habría alteración, traición—, y al hombre, destinatario de la Palabra y el mensaje del Señor. Y no al hombre abstracto, imaginario, sino al hombre concreto que vive en el tiempo, con sus dramas, sus esperanzas. Es a este hombre a quien se debe anunciar el Evangelio, para que en él y por él reciba del Espíritu Santo la fuerza para realizarse plenamente, en la integridad de su ser y de sus valores.
La eficacia de la catequesis, por consiguiente, dependerá en gran parte de esta su capacidad de dar un sentido, el sentido cristiano, a todo lo que constituye la vida del hombre en su tiempo, hombre entre los hombres, ciudadano entre los ciudadanos.
4. En cuanto al tema de la catequesis, sabéis que el pensamiento de la Iglesia fue ampliamente expuesto en la reciente Exhortación Apostólica Catechesi tradendae. No pretendo repetir lo que se dijo en este Documento. Sin embargo, quisiera llamar la atención sobre algunos puntos que afectan más de cerca a las necesidades de la Iglesia en Brasil.
Antes que nada: la catequesis en la familia. En los primeros años de vida de los niños, se lanzan las bases y el fundamento de su futuro. Por eso mismo, los padres tienen que comprender la importancia de su misión a este respecto. En virtud del bautismo y del matrimonio son ellos los primeros catequistas de sus hijos: en efecto, educar es continuar el acto de la generación. En esta edad, Dios pasa de manera particular "a través de la intervención de la familia" (Directorio catequístico general, 79).
Los niños tienen necesidad de aprender y de ver a sus padres que se aman, que respetan a Dios, que saben explicar las primeras verdades de la fe (cf. Catechesi tradendae, 36), que saben exponer el "contenido cristiano" en el testimonio y en la perseverancia "de una vida de todos los días vivida según el Evangelio" (ib., 68).
El testimonio es fundamental. La Palabra de Dios es eficaz en sí misma, pero adquiere sentido concreto cuando se vuelve realidad en la persona que la anuncia. Esto vale en manera particular para los niños que aún no tienen condiciones para distinguir entre la verdad anunciada y la vida del que la anuncia. Para el niño no hay distinción entre la madre que reza y la oración; más aún, la oración tiene valor especial ' porque la reza la madre.
Que no suceda, amadísimos padres que me escucháis, que vuestros hijos lleguen a la madurez humana, civil y profesional, quedando niños en asuntos de religión. No es exacto decir que la fe es una opción para realizar en la edad madura. La verdadera opción supone el conocimiento; y nunca podrá haber elección entre cosas que no fueron propuestas sabia y adecuadamente.
Padres catequistas, la Iglesia tiene confianza en vosotros, espera mucho de vosotros.
Además de esto, quiero recomendar vivamente la catequesis parroquial. La parroquia es el lugar en que la catequesis puede poner de manifiesto toda su riqueza. En ella, la escucha de la palabra se asocia a la oración, a la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos, a la comunión fraterna y al ejercicio de la caridad. En ella, el misterio cristiano es anunciado y vivido. Urge que cada parroquia se convierta en un lugar donde la catequesis ocupe la mayor de las atenciones y vuelva a encontrar "su propia vocación, que es la de ser una casa de familia, fraternal y acogedora, donde los bautizados y los confirmados toman conciencia de ser Pueblo de Dios" (ib., 67).
Además, está la enseñanza religiosa en las escuelas.
En la escuela, el ciudadano se forma a través de la cultura y la formación profesional. La educación de la conciencia religiosa es un derecho de la persona humana. El joven exige ser encaminado hacia todas las dimensiones de la cultura y quiere también encontrar en la escuela la posibilidad de entablar conocimiento con los problemas fundamentales de la existencia. Entre estos, ocupa el primer lugar el problema de la respuesta que él tiene que dar a Dios. Es imposible llegar a auténticas opciones de vida, cuando se pretende ignorar la religión, que tiene tanto que decir, o incluso cuando se quiere restringirla a una enseñanza vaga y neutra y, por consiguiente, inútil, por carecer de una relación con los modelos concretos y coherentes co la tradición y la cultura de un pueblo.
La Iglesia, al defender esta incumbencia de la escuela, no ha pensado ni piensa en privilegios: ella propugna una educación integral amplia y los derechos la familia y la persona.
5. Finalmente, quiero recordar la contribución que nos viene de los medios de comunicación social.
No podemos dejar de admirar su enorme desarrollo. Por ellos, la cultura llega a todos los rincones, ya no hay barreras de espacio ni de tiempo. Estos medios penetran en la intimidad de los hogares y llegan a los lugares más humildes y alejados.
Son muchas las ventajas que ofrecen: informan con rapidez, instruyen, divierten, hermanan a los hombres, unen a la expresión racional la imagen, el símbolo, el contacto personal; la palabra se conjuga con la expresión estética y artística.
Su poder es tal que da fuerza a aquello de lo que hablan y empequeñece lo que callan.
Pueden tener sus riesgos, cómo los de la cultura generalizada y, por consiguiente, reducida; de la pasividad y de la emotividad y, por consiguiente, del empobrecimiento del sentido crítico; de la manipulación y, por consiguiente, del impulso a la evasión y al hedonismo.
Pero estos defectos no están precisamente ligados a la técnica y sus medios, sino al hombre que se sirve de ellos. La catequesis, que hasta ahora tuvo sobre todo expresión escrita, está llamada a expresarse cada vez más también a través de estos nuevos instrumentos. La tarea es grande y de mucha responsabilidad: es necesario actuar en los medios de comunicación y, al mismo tiempo, educar para el uso de esos instrumentos (cf. Inter mirífica, 3). •
Construiremos la Iglesia también a medida que sepamos trabajar en este campo.
6, Hijos carísimos, poco valor tendría una catequesis, aun sustanciosa y segura, si no se transmitiera con eficacia de expresión y apoyo de los subsidios didácticos que hoy se presentan cada vez más ricos y sugestivos. La catequesis exige una "ars docendi" especial, una pedagogía propia. Para poseerla, no basta la información común, muchas veces aproximada y empírica, como la puede tener cualquier sacerdote o religioso o cualquier laico que tenga instrucción religiosa.'
Muchos elementos culturales, didácticos y, sobre todo, morales son necesarios para dar al catequista el prestigio y la eficiencia que le deben cualificar. ¿No existe, acaso, en esto el peligro de que, al faltar estas exigencias, la enseñanza del catecismo no sólo sea infructuosa, sino a veces incluso nociva? Por eso comprobamos con gran satisfacción que también entre vosotros aparecen y se multiplican las escuelas de catequesis, para posibilitar a los catequistas una preparación doctrinal, didáctica y espiritual progresivamente actualizada. Así comprenderéis que yo, lleno de viva esperanza acompañada de insistente oración, formule mis fervientes votos por el feliz y fecundo resultado de todas estas acertadas iniciativas.
El Evangelio de hoy nos habla por medio de símbolos de vida y de crecimiento, lento tal vez, pero constante: es la semilla que, arrojada al suelo, se desarrolla hasta la espiga; es el grano de mostaza que llega a convertirse en arbusto en el que las aves del cielo encuentran refugio (cf. Mc 4, 1-2; 26, 32). Que cada uno de vosotros medite bien sobre el sentido de esas palabras del Señor y, viviendo su vocación y misión específicas en la Iglesia, tenga en sí mismo esa vida y participe de ese crecimiento, para ayudar también a los demás a crecer en una fe firme y madura.
Amadísimos hijos: os he hablado con afecto profundo; os he dado algunas directrices, pero, sobre todo, he querido alentaros.
Que el Señor os bendiga en el camino que loablemente emprendisteis con alegría. Os recomiendo a todos a la protección de María Santísima, "Madre y modelo de los catequistas" (Catechesi tradendae, 73).
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