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SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Basílica de Santa María la Mayor
Lunes 8 de diciembre de 1980

 

1. Salus Populi Romani!

Con este saludo vengo hoy, venerados y queridos hermanos y hermanas, a esta basílica mariana de Roma. Vengo aquí después del acto solemne de homenaje, tributado a la Inmaculada en la plaza de España, donde los romanos desde hace años y generaciones manifiestan su amor y su veneración hacia Aquella a la que el Ángel, en el momento de la Anunciación, saludó "llena de gracia" (Lc 1, 28). En el texto griego del Evangelio de San Lucas este saludo se dice: kecharitoméne, es decir, particularmente amada por Dios, totalmente invadida de su amor, consolidada completamente en El: como si hubiese sido formada del todo por El, por el amor santísimo de Dios.

Y precisamente por esto: Salus Populi! Salus Populi Romani!

Este titulo consagra justamente la devoción mariana de Roma. Puede remontarse a los mismos orígenes de esta basílica, puesto que ya mi predecesor Sixto III, en el siglo V, en la inscripción dedicatoria, llama así a la Virgen: Virgo Maria... nostra salus. La invocación se enriqueció en la alta Edad Media, favorecida por la solemne procesión del 15 de agosto, que unía la devoción a la imagen del Salvador, conservada en la Basílica Lateranense, con la de la Virgen de Santa María la Mayor. Entonces el pueblo romano cantaba a la Virgen durante la procesión: "Virgen María, mira propicia a tus hijos... Alma María, muéstrate benigna a las lágrimas de quien te suplica. Madre Santa de Dios, mira al pueblo romano...".

También me es grato recordar, que la devoción a la Virgen en esta basílica tuvo, en los siglos medievales, un carácter universal, porque unía a los romanos con los religiosos griegos, que vivían en Roma y la celebraban en la propia lengua. Además, esta basílica fue elegida por los Santos Cirilio y Metodio, que llegaron a Roma en el siglo IX y fueron recibidos jubilosamente por el Papa Adriano II y por todo el pueblo romano, para la celebración en lengua eslava de la liturgia, que ellos habían instaurado para la evangelización de los pueblos eslavos. Sus libros litúrgicos en lengua eslava, aprobados por el Papa, fueron colocados sobre el altar de esta basílica.

2. Cuando decimos Salus Populi, Salus Populi Romani, somos conscientes de que María ha experimentado más que todos la salvación, la ha experimentado de modo particular y excepcional. Siendo Ella Madre de nuestra salvación, Madre de los hombres y del pueblo, Madre de Roma, esto lo es en Cristo por Cristo, por obra de Cristo; Salus Populi Romani in suo Salvatore!

Lo enseña también el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen gentium: "Uno solo es nuestro Mediador según las palabras del Apóstol: 'Porque uno es Dios, y uno también el Mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a Sí mismo para redención de todos' (1 Tim 2, 5-6). Sin embargo, la misión maternal de María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, sino que demuestra su eficacia. Pues todo el influjo salvífico de la Santísima Virgen sobre los hombres no dimana de una necesidad ineludible, sino del divino beneplácito y de la superabundancia de los méritos de Cristo; se apoya en la mediación de éste, depende totalmente de ella y de la misma saca todo su poder. Y lejos de impedir la unión inmediata de los creyentes con Cristo, la fomenta" (Lumen gentium, 60).

3. Lo demuestra de modo particular esta solemnidad de la Inmaculada Concepción.

Este es el día en que confesamos que María —elegida de modo particular y eternamente por Dios en su amoroso designio de salvación— ha experimentado también de modo especial la salvación: fue redimida de modo excepcional por obra de Aquel, a quien Ella, como Virgen Madre, debía transmitir la vida humana.

De ello hablan también las lecturas de la liturgia de hoy. San Pablo en la Carta a los Efesios escribe: "Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido, en la persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales y celestiales. El nos eligió en la Persona de Cristo —antes de crear el mundo— para que fuésemos santos e irreprochables en El por el amor" (Ef 1. 3-4).

Estas palabras se refieren de modo particular y excepcional a María. Efectivamente, Ella, más que todos los hombres y más que los ángeles— "fue elegida en Cristo antes de la creación del mundo", porque de modo único e irrepetible fue elegida para Cristo, fue destinada a El para ser Madre.

Luego, el Apóstol, desarrollando la misma idea de su Carta a los Efesios, escribe: "...Nos ha destinado (Dios) en la Persona de Cristo —por pura iniciativa suya— a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1, 5).

Y también estas palabras —en cuanto se refieren a todos los cristianos— se refieren a María de modo excepcional. Ella — precisamente Ella como Madre— ha adquirido en el grado más alto la "adopción divina": elegida para ser hija adoptiva en el eterno Hijo de Dios, precisamente porque El debía llegar a ser, en la economía divina de la salvación, su verdadero Hijo, nacido de Ella, y por esto Hijo del Hombre: Ella como frecuentemente cantamos— ¡Hija amada de Dios Padre!

4. Y finalmente escribe el Apóstol: "Con Cristo hemos heredado también nosotros. A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su voluntad. Y así nosotros, los que ya esperábamos en Cristo, seremos alabanza de su gloria" (Ef 1, 11-12).

Nadie de modo más pleno, más absoluto y más radical "ha esperado" en Cristo como su propia Madre, María.

Y tampoco nadie tanto como Ella "ha sido hecha heredera en El", ¡en Cristo!

Nadie en la historia del mundo ha sido más cristocéntrico y más cristóforo que Ella. Y nadie ha sido más semejante a El, no sólo con la semejanza natural de la Madre con el Hijo, sino con la semejanza del Espíritu y de la santidad.

Y porque nadie tanto como Ella existía "conforme al designio de la voluntad de Dios", nadie en este mundo existía tanto como Ella "para alabanza de su gloria", porque nadie existía en Cristo y por Cristo tanto como Aquella, gracias a la cual Cristo nació en la tierra.

He aquí la alabanza de la Inmaculada, que la liturgia de hoy proclama con las palabras de la Carta a los Efesios. Y toda esta riqueza de la teología de Pablo se puede encontrar encerrada también en estas dos palabras de Lucas "Llena de gracia" ("kecharitoméne").

5. La Inmaculada Concepción es un particular misterio de la fe, y es también una solemnidad particular. Es la fiesta de Adviento por excelencia. Esta fiesta —y también este misterio— nos hace pensar en el "comienzo" del hombre sobre la tierra, en la inocencia primigenia y luego, en la gracia perdida y en el pecado original.

Por esto leemos hoy primeramente el pasaje del libro del Génesis, que da la imagen de este "comienzo".

Y cuando, precisamente en este texto, leemos de la mujer, cuya estirpe "aplastará la cabeza de la serpiente" (cf. Gén 3, 15), vemos en esta mujer, juntamente con la Tradición, a María, presentada precisamente inmaculada por obra del Hijo de Dios, al cual debía dar la naturaleza humana. Y no nos maravillamos de que al comienzo de la historia del hombre, entendida como historia de la salvación, esté inscrita también María, si —como hemos leído en San Pablo— antes de la creación del mundo todo cristiano fue elegido ya en Cristo y por Cristo: ¡Esto vale mucho más para Ella!

6. La Inmaculada es, pues, una obra particular, excepcional y única de Dios: "Llena de gracia...".

Cuando, en el tiempo establecido por la Santísima Trinidad, fue a Ella el Ángel y le dijo: "No temas... Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo" (Lc 1, 30-32), solamente Aquella que era "llena de gracia" podía responder tal como entonces respondió María: "Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).

Y María respondió así precisamente.

Hoy, en esta fiesta de Adviento, alabamos por ello al Señor.

Y le damos gracias por esto.

¡Damos gracias porque María es "llena de gracia"!

Damos gracias por su Inmaculada Concepción.

 



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