Index   Back Top Print

[ ES  - IT ]

VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
  

BEATIFICACIÓN DE MERCEDES DE JESÚS MOLINA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Guayaquil, viernes 1 de febrero de 1985

 

1. «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito» (Matth. 11, 25-26).

Un día, en medio de la Tierra Santa, Jesucristo pronunció estas palabras en las que se desvela el misterio de su Padre.

Que hοy estas mismas palabras resuenen en el lejano Ecuador, en medio de la ciudad de Guayaquil, junto al Océano Pacífico. Porque desde los tiempos en que fueron pronunciadas por primera vez, el destino de estas palabras del Hijo de Dios fue universal: todas las naciones y la creación entera debían escucharlas; son palabras en las cuales culmina la Buena Nueva de la salvación.

Todos nosotros que hοy escuchamos estas palabras del Salvador, escritas en el Evangelio de San Mateo, nos hemos reunido aquí para una solemnidad extraordinaria. El Obispo de Roma y Sucesor de Pedro ha venido hasta vosotros, para realizar el acto de la beatificación y elevación al honor de los altares de la humilde hija del Ecuador, la Madre Mercedes de Jesús Molina y Ayala, fundadora de las Religiosas Marianitas.

2. Con el corazón rebosante de gozo, mis queridos hermanos y hermanas, quiero dirigiros un saludo de paz y de comunión en la misma fe y esperanza.

Saludo en primer lugar al Pastor de esta arquidiócesis de Guayaquil, a los obispos auxiliares y a los obispos del Ecuador aquí presentes, a los sacerdotes y seminaristas, a los religiosos y religiosas, a las Autoridades, a todo el Pueblo santo de Dios reunido en torno al altar, en esta fiesta del espíritu que hace vibrar los sentimientos más nobles de la piedad cristiana.

Saludo también a los universitarios que me han invitado a visitarlos. No pudiendo ir a verlos, envío a todos los universitarios del Ecuador mí cordial recuerdo. Saludo asimismo a los niños del Ecuador que me han enviado sus hermosos dibujos, un verdadero cántico a la bondad. A todos los niños mando mí agradecido abrazo de padre, especialmente a los niños enfermos.

Saludo con afecto particular a todas las religiosas marianitas que hoy se alegran con la beatificación de su madre fundadora.

El Señor Obispo de Riobamba, Monseñor Leonidas Proaño, ha presentado la figura de la nueva Beata y los motivos para elevarla al honor de los altares. Con el acto de beatificación que acabo de ratificar he querido poner simbólicamente en medio de toda la Iglesia a esta mujer del Ecuador, Mercedes de Jesús. En ella reconocemos la obra del Espíritu santificador que llevó sus virtudes hasta el vértice de una heroicidad ejemplar. Y con este acto queremos que en la comunión de los santos podamos encontrar todos, pero especialmente la Iglesia del Ecuador y la familia que ella ha fundado, ejemplo de vida, ayuda de intercesión, presencia alentadora en el camino hacia la patria, como nos dice la liturgia de la Iglesia.

Una humilde hija de esta tierra, la Beata Mercedes de Jesús Molina, recibe hoy aquí, no lejos de su aldea natal de Baba, entonces cantón de Guayaquil, hoy provincia de Los Ríos, el reconocimiento de sus virtudes. En ella veneramos una cristiana ejemplar, una educadora y misionera, la primera fundadora de una congregación religiosa ecuatoriana que como un inmenso rosal, según el sueño y la inspiración de la Madre, se extiende ya por diversas naciones, perfumando con su apostolado la Iglesia en América Latina.

Y es una alegría para todo el pueblo cristiano del Ecuador que desde hoy pueda venerar, junto a la «azucena de Quito», Santa Mariana de Jesús, a la «rosa de Baba y Guayaquil», la Beata Mercedes de Jesús. Ellas son perfume de santidad y poderosa intercesión celestial, ejemplo y estímulo de una auténtica vida cristiana para todos los hijos de esta tierra.

3. Jesucristo, en el Evangelio de hoy, se dirige al Padre celestial con palabras singulares: «Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Matth. 11, 27). Y al mismo tiempo, el Hijo «bendice al Padre», «porque estas cosas ha revelado a los pequeños» (Ibíd. 11, 25).

La Madre Mercedes de Jesús ha recibido a manos llenas esta revelación. En ella estuvo aquel amor de la Sabiduría del que nos habla la primera lectura de la liturgia de hoy.

Bien podría repetir con el autor del libro del Eclesiástico:

«Me di a buscar abiertamente la sabiduría en mi oración, / a la puerta, delante del templo la pedí / y hasta mi último día la andaré buscando...» (Sir. 51, 13-14).

«Desde mí juventud he seguido sus huellas... / Gracias a ella he hecho progresos, / a quien me dio sabiduría daré gloria» (Ibíd.. 51, 15-17).

Mercedes Molina buscó la sabiduría desde su juventud. Los primeros dolores que trocaron su adolescencia en un encuentro profundo con Dios, fueron un primer rayo de la sabiduría divina. Puso en la balanza los placeres que ofrecía el mundo y la entrega que exigía el Evangelio. Y eligió con decisión a Cristo crucificado como Esposo de su alma. Sabiduría de Dios.

Vivió primero consagrada a Dios en medio del mundo, bajo la guía de sacerdotes insignes y siguiendo las huellas de la entonces Beata Mariana de Jesús. De esta manera buscaba identificarse por la oración y la penitencia con Cristo crucificado, a quien había elegido por encima de cualquier otro amor humano.

4. Era la lenta preparación con la que se disponía a dar gloria a Aquel que le había dado la sabiduría.

Muy pronto podrá realizar el programa trazado en esas palabras del libro del Eclesiástico que hemos proclamado: la sabiduría hecha vida: «Pues decidí ponerla en práctica tuve celo por el bien y no quedaré confundido. Mi alma ha luchado por ella, ala práctica del bien ha estado atenta. Hacía ella enderecé mi alma y en la pureza la he encontrado» (Sir. 51, 18-20).

Esta ardiente enamorada del Amor divino, de la Buena Noticia de la salvación y del mismo Verbo encarnado, desea compartir con los demás estos tesoros que el Padre «ha revelado a los pequeños»:

«Acercaos a mí, ignorantes, / instalaos en la casa de instrucción. / ¿Por qué habéis de decir que estáis privados de ella, / cuando vuestras almas tienen tanta sed?» (Ibíd.. 51, 23-24).

Siguiendo el camino del amor, muy pronto Mercedes Molina, que asumió el título «de Jesús» para indicar su exclusiva entrega a Cristo, empezó a realizar las obras de gloria para su Esposo.

Primero como madre y maestra de huérfanas en Guayaquil; más tarde, siguiendo las huellas de su confesor, como intrépida y amorosa misionera entre los indios jíbaros de Gualaquiza; de nuevo como educadora y protectora de la niñez abandonada en Cuenca. Todo era una preparación providencial en la que se iba templando su carisma de fundadora que finalmente recibe la aprobación del Obispo de Riobamba el lunes de Pascua de 1873, cuando nace oficialmente la congregación de las Religiosas de Mariana de Jesús, las marianitas.

5. El Espíritu de la Sabiduría había acrisolado en el amor y en el dolor el carisma de una fecundidad espiritual transmitido a sus hijas con el ejemplo de la vida, con la atención directa de las primeras religiosas, cuidando personalmente el «rosal» de Cristo crucificado y de la Virgen María, Sede de la Sabiduría.

He aquí como se cumplen las palabras de Jesús en los corazones de los pequeños, de los que El nos habla en el Evangelio de hoy; son aquellos que abriéndose de par en par para acoger la Sabiduría divina, viven, como proclama el Apóstol en la Carta a los Corintios, «la fe, la esperanza y la caridad»... «Pero la mayor de todas ellas es la caridad» (1Cor. 13, 13).

«Aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque poseyera plenitud de fe como para trasladar montañas... si no tengo caridad nada me aprovecha» (Ibíd.. 13, 2).

Con las palabras más bellas que jamás hayan sido pronunciadas, el Apóstol Pablo proclama las alabanzas del amor.

Pues la santidad consiste en el amor. Esta fue en realidad la santidad de esta mujer de la costa ecuatoriana: vivir el amor de Jesús en el amor del prójimo. La mirada contemplativa de la Madre Mercedes había quedado fascinada por la pobreza del Niño de Belén, por el dolor del rostro paciente del Crucificado. Quiso ser sencilla y limpiamente amor para el dolor, según el lema recogido en los primeros apuntes biográficos: «Amor por tantos cuantos dolores en el mundo los hay»; encarnar en obras la caridad para todos aquellos que en la pobreza, el dolor, el abandono reflejaban el misterio del Niño pobre de Belén o del Cristo doliente del Calvario.

Fue madre y educadora de huérfanas, misionera pobre y pacificadora entre los indios, fundadora de una familia religiosa. A sus hijas legó su mismo espíritu, que condensa la santidad en un amor apostólico hacia los más pobres, despreciados, abandonados. Fue su misión «anunciar la salvación a los pobres sin amparo y sin apoyo», enjugar las lágrimas de los corazones arrepentidos, clamar por la liberación de los que sufren prisión o condena, consolar a todos los afligidos. Amor sin fronteras, capaz de llevar ayuda y consuelo, como la Madre resumió en sus constituciones, «a cuantos corazones afligidos en el mundo los hay».

6. De esta forma Jesucristo, mediante su humilde sierva Mercedes Molina, se ha hecho particularmente cercano a los hombres aquí en el Ecuador; se ha hecho presente de una manera especial.

Mediante su servicio parecía decir: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mí yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mí carga ligera» (Matth. 11, 28-30).

El Espíritu Santo ha dibujado en el rostro de Madre Mercedes los rasgos de Cristo manso y humilde, misericordioso y acogedor. En ella resplandece claramente la verdadera opción preferencial por los pobres. Es la opción de Cristo y de la Iglesia a través de todos los tiempos. Es la predilección por los más humildes que el Espíritu Santo suscita en el corazón de los Santos. Y es el programa, opción preferencial ni exclusiva ni excluyente, que en el día de Navidad he querido proclamar solemnemente como compromiso de toda la Iglesia.

La Beata Mercedes nos enseña que en los pobres está Cristo pobre, que en todos los que sufren se refleja el rostro amoroso y paciente de Jesús. El ha querido identificarse con todo hombre y toda mujer de nuestro mundo, para garantizar a todos que allí donde se vive una situación de pobreza y de sufrimiento, allí está la misericordia de Dios Padre, para atraer el amor afectivo y efectivo de los hermanos, porque «cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Ibíd. 25, 40).

Para la Iglesia en Ecuador, para los responsables de la sociedad de esta nación, la Beata Mercedes no es sólo una gloria, es un modelo de vida. Su ejemplo nos habla de una caridad que ha brotado de la contemplación del Evangelio, de la comunión con la Eucaristía, que se ha traducido en obras de misericordia. Por eso, como presencia de Cristo en esta tierra, nos lanza un desafío a realizar el Evangelio de la caridad, en los mismos campos en que ella pudo realizar inicialmente su compromiso de amor a Cristo.

En la educación y promoción cultural, en la elevación de la mujer, en la afirmación de los derechos de la persona, en la justa distribución de los recursos económicos, en la respetuosa atención a los indígenas, la Iglesia del Ecuador y los responsables de la vida social tienen en la Beata Mercedes de Jesús un modelo de amor y de servicio.

7. En el día de hoy, y desde este momento para siempre, la Beata, hija de vuestra patria, hija de la Iglesia en tierras del Ecuador, permanecerá con vosotros en el misterio de la comunión de los Santos.

Viendo a Dios «cara a cara», en esta caridad «que no acaba nunca», se unirá con sus hermanos y hermanas, escuchará sus oraciones y súplicas. Y junto con ellos bendecirá a Dios así como lo expresa el Salmo de la liturgia de hoy:

«Bendeciré al Señor en todo tiempo / sin cesar en mi boca su alabanza... / Engrandeced conmigo al Señor, / ensalcemos su nombre todos juntos... / Cuando el pobre grita el Señor oye, / y le salva de todas sus angustias... / Gustad y ved qué bueno es el Señor. / Dichoso el hombre que se cobija en El» (Ps. 33, 1-9).

En esta celebración eucarística bendecimos y ensalzamos al Señor por la presencia del misterio de Cristo. Con El y por El se eleva la oración de la Iglesia, oración y súplica de todos los pobres que invocan al Señor. En la gozosa experiencia de la comunión eucarística se participa de la bondad del Señor que quiere ser contagiosa, para que todos participen y demuestren que Dios es bondad infinita.

Por intercesión de la Beata Mercedes de Jesús pido al Padre bueno y misericordioso que se irradie su bondad, especialmente en los más pobres y necesitados, para que todos juntos en el banquete de la reconciliación y de la comunión fraterna podamos de veras cantar, como en este día: «Gustad y ved qué bueno es el Señor».



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana