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PRIMERAS VÍSPERAS DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

HOMILÍA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Miércoles 31 de diciembre de 2003

 

1. Te Deum laudamus! Así canta la Iglesia su gratitud a Dios, mientras se alegra aún por la Navidad del Señor. En la sugestiva celebración de esta tarde nuestra atención se centra en el encuentro ideal del año solar con el litúrgico, dos ciclos temporales que implican dos dimensiones del tiempo.

En la primera dimensión, los días, los meses y los años se suceden según un ritmo cósmico, en el que la mente humana reconoce la huella de la Sabiduría creadora de Dios. Por eso la Iglesia exclama:  Te Deum laudamus!

2. La segunda dimensión del tiempo que la celebración de esta tarde nos manifiesta es la de la historia de la salvación. En su centro y cumbre está el misterio de Cristo. Nos lo acaba de recordar el apóstol san Pablo:  "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo" (Ga 4, 4). Cristo es el centro de la historia y del cosmos; es el nuevo Sol que surgió en el mundo "de lo alto" (cf. Lc 1, 78), un Sol que lo orienta todo hacia el fin último de la historia.

En estos días, entre Navidad y fin de año, estas dos dimensiones del tiempo se entrelazan con particular elocuencia. Es como si la eternidad de Dios viniera a visitar el tiempo del hombre. De este modo, el Eterno se hace "instante" presente, para que la repetición cíclica de los días y los años no acabe en el vacío del sin sentido.

3. Te Deum laudamus! Sí, te alabamos, Padre, Señor del cielo y de la tierra. Te damos gracias porque has enviado a tu Hijo, hecho Niño pequeño, para dar plenitud al tiempo. Así te ha complacido a ti (cf. Mt 11, 25-26). En él, tu Hijo unigénito, has abierto a la humanidad el camino de la salvación eterna.

Te elevamos nuestra solemne acción de gracias por los innumerables beneficios que nos has concedido a lo largo de este año. Te alabamos y te damos gracias juntamente con María, "que dio al mundo al autor de la vida" (Antífona de la liturgia).

4. Queridos fieles de la diócesis de Roma, es justo que mi palabra se dirija ahora a vosotros expresamente. Estáis aquí para elevar, juntamente con el Papa, vuestra alabanza y vuestra acción de gracias a Dios, dador de todo bien.

A cada uno de vosotros va mi saludo cordial. Va, de manera especial, al cardenal vicario, al monseñor vicegerente, a los obispos auxiliares y a todos los que trabajan activamente al servicio de la comunidad diocesana. Saludo a las autoridades italianas y al alcalde de Roma, al que agradezco su grata presencia.

Esta tarde tenemos aquí, con nosotros, el icono de la Virgen del Amor Divino, valioso don que la comunidad de Roma ha hecho al Papa. Os lo agradezco profundamente. En la corona de la Virgen están engarzadas veinte piedras preciosas, que corresponden a los veinte misterios del santo rosario, de acuerdo con mi petición de que a los quince misterios tradicionales se añadieran los cinco misterios luminosos. Deseo que este icono sea venerado en el nuevo santuario de la Virgen del Amor Divino. A la Virgen encomiendo, en particular, el compromiso pastoral que durante estos años está llevando a cabo la diócesis en favor de la familia, de los jóvenes y de las vocaciones de especial consagración.

A todos repito lo que escribí en 1981 en la exhortación apostólica Familiaris consortio:  "El futuro de la humanidad se fragua en la familia" (n. 86). Encomiendo a la Madre de Dios y a san José, su esposo, mi oración a Jesús, para que inspire a la diócesis de Roma estrategias pastorales adecuadas a nuestro tiempo, dirigidas a todas las familias de la ciudad y a las parejas de jóvenes que se preparan para el matrimonio. Ojalá que la familia corresponda cada vez más plenamente al proyecto que Dios tiene para ella desde siempre.

5. Amadísimos hermanos y hermanas, se está concluyendo rápidamente otro año. Ya miramos al 2004, que se perfila en el horizonte. Para el año que termina y para el que va a comenzar dentro de algunas horas invocamos la protección maternal de María santísima, pidiéndole que siga guiándonos en nuestro camino.

Virgen María, Reina de la paz, obtén días de paz para la ciudad de Roma, para Italia, para Europa y para el mundo entero. Sancta Dei Genitrix, ora pro nobis! ¡Madre del Redentor, Virgen del Amor Divino, ruega por nosotros! Amén.

 



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