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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL OBISPO DE CREMONA EN EL OCTAVO CENTENARIO
DE LA MUERTE DE SAN HOMOBONO

 

Al venerado hermano GIULIO NICOLINI
Obispo de Cremona (Italia)

1. El 13 de noviembre de 1197 Homobono Tucenghi, comerciante de telas de Cremona, concluía su existencia terrena contemplando al Crucificado, mientras participaba, como solía hacer cada día, en la santa misa en la iglesia parroquial de San Egidio, en su ciudad.

Poco más de un año después, el 12 de enero de 1199, mi predecesor Inocencio  III lo inscribía en el catálogo de los santos, aceptando la petición que el obispo Sicardo le había dirigido, cuando fue como peregrino a Roma con el párroco Osberto y un grupo de ciudadanos, después de haber examinado los numerosos testimonios, también escritos, de los prodigios atribuidos a la intercesión de Homobono.

Ocho siglos más tarde, la figura de san Homobono sigue constantemente viva en la memoria y en el corazón de la Iglesia y de la ciudad de Cremona, que lo veneran como su patrono. Es el primer fiel laico, y el único que, sin pertenecer a la nobleza o a familias reales o principescas, fue canonizado en la Edad Media (cf. A. Vauchez, I laici nel Medioevo, Milán 1989, p. 84; La santità nel Medioevo, Bolonia 1989, p. 340). «Padre de los pobres», «consolador de los afligidos», «asiduo en las continuas oraciones», «hombre de paz y pacificador », «hombre bueno de nombre y de hecho», este santo, como afirmó el Papa Inocencio III en la bula de canonización Quia pietas, sigue siendo aún hoy un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da fruto en nuestro tiempo.

2. Por eso, he recibido con mucho agrado la noticia de que usted, venerado hermano, ha decidido dedicar a su memoria el período de tiempo que va del 13 de noviembre de 1997 al 12 de enero de 1999, denominándolo «Año de san Homobono», que se celebrará con peculiares iniciativas espirituales, pastorales y culturales, articuladas en el camino de preparación para el gran jubileo del año 2000 y con el espíritu de comunión creado por el Sínodo que la diócesis ha celebrado recientemente.

En efecto, aunque esté tan lejano en el tiempo, Homobono se nos presenta como un santo para la Iglesia y la sociedad de nuestro tiempo. No sólo porque la santidad es una sola, sino también por las características de la vida y de las obras con que este fiel laico vivió la perfección evangélica. Responden de modo singular a las exigencias actuales y confieren a la celebración jubilar un profundo sentido de «contemporaneidad».

3. Los testimonios unánimes de la época definen a Homobono «pater pauperum », padre de los pobres. Esta definición, que se ha mantenido en la historia de Cremona, resume en cierto modo las dimensiones de la elevada espiritualidad y de la extraordinaria aventura del comerciante. Desde el momento de su conversión a la radicalidad del Evangelio, Homobono llega a ser artífice y apóstol de caridad. Transforma su casa en casa de acogida. Se dedica a la sepultura de los muertos abandonados. Abre su corazón y su bolsa a todos los necesitados. Se dedica con todo su empeño a dirimir las controversias que, en la ciudad, dividen a grupos y familias. Lleva a cabo con generosidad las obras de misericordia espirituales y corporales y, a la vez, con el mismo fervor con que participa diariamente en la Eucaristía y se dedica a la oración, protege la integridad de la fe católica frente a infiltraciones heréticas.

Recorriendo el camino de las bienaventuranzas evangélicas, durante la época del municipio, en la que el dinero y el mercado tienden a constituir el centro de la vida ciudadana, Homobono conjuga justicia y caridad y hace de la limosna el signo de comunión, con la espontaneidad con que, gracias a la asidua contemplación del Crucificado, aprende a testimoniar el valor de la vida como don.

4. Fiel a estas opciones evangélicas, afronta y supera los obstáculos que se le presentan en su ambiente familiar, ya que su esposa no comparte sus opciones; en el parroquial, que ve con cierta sospecha su austeridad; e incluso en el ámbito del trabajo, por la competencia y la mala fe de algunos, que tratan de engañar al honrado comerciante.

Así, surge la imagen de Homobono trabajador, que vende y compra telas y, mientras vive el dinamismo de un mercado que se extiende por ciudades italianas y europeas, confiere dignidad espiritual a su trabajo: una espiritualidad que es la impronta de toda su laboriosidad.

En su experiencia se funden las diversas dimensiones. En cada una encuentra el «lugar» adecuado para desarrollar su aspiración a la santidad: en el núcleo familiar, como esposo y padre ejemplar; en la comunidad parroquial, como fiel que vive la liturgia y participa asiduamente en la catequesis, unido profundamente al ministerio del sacerdote; en el ámbito de la ciudad, donde irradia la fascinación de la bondad y de la paz.

5. Una vida tan rica en méritos no podía menos de dejar una huella profunda en la memoria. En efecto, es admirable la perseverancia que ha tenido Cremona en el afecto y en el culto a este singular ciudadano suyo, que surgió precisamente del sector popular.

Es significativo el hecho de que, en 1592, la iglesia catedral fuera dedicada simultáneamente a él y a la Asunción de la Virgen María. Y es igualmente significativo que, en 1643, fuera elegido patrono de la ciudad por los miembros del Concejo, en medio del júbilo, «la inmensa alegría» y las «lágrimas de devoción» del pueblo. Un santo laico, elegido como patrono por los mismos laicos.

No ha de sorprender que el culto de san Homobono se haya difundido en muchas diócesis italianas y más allá de las fronteras nacionales. Homobono es un santo que habla a los corazones. Es hermoso constatar que los corazones sienten su amable fascinación. Lo demuestra la incesante peregrinación de fieles ante sus restos mortales, sobre todo, no exclusivamente, el día de su fiesta litúrgica, y la intensa devoción que le profesa la población, recordando las gracias recibidas y confiando en la intercesión del amado «comerciante celestial».

6. Como dije al inicio, en el año jubilar su voz, en algunos aspectos esenciales, habla con el acento de la «contemporaneidad ».

Los tiempos ya no son los de hace ochocientos años. A la canonización de Homobono, que maduró en el clima y en los procedimientos medievales, no podemos atribuirle el carácter de una «promoción del laicado», en el sentido que damos hoy a este concepto.

Sin embargo, es verdad que, precisamente a esta luz, leemos la aventura espiritual que ha surcado la secular historia de Cremona. Y en esta perspectiva redescubrimos el mensaje, aún hoy original, del insigne patrono. Se trata de un fiel laico que, como laico, alcanzó el don de la santidad.

Su historia tiene un valor ejemplar como llamada a la conversión sin restricciones de ningún tipo y, por tanto, a la santificación, que no está reservada a unos cuantos, sino que se propone a todos indistintamente.

El concilio Vaticano II hace de la santidad un elemento constitutivo de la pertenencia a la Iglesia, cuando afirma que «todos los cristianos, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Lumen gentium, 40); y destaca que «esta santidad favorece, también en la sociedad terrena, un estilo de vida más humano» (ib.). Precisamente esto es lo que necesitamos en la situación de imparable transición que estamos viviendo: lo necesitamos para desarrollar las premisas positivas actuales y responder a los graves desafíos que nacen de la profunda crisis de civilización y de cultura, que afecta al ethos colectivo.

7. La llamada a la santidad exige y valoriza la vida y la actividad del laicado, como también enseña el Concilio, y yo mismo reafirmé en la exhortación apostólica postsinodal Christifideles laici.

De acuerdo con lo que escribí en este último documento, veo acercarse a nosotros y, en particular, al hoy de la Iglesia y de la sociedad cremonesa, la historia existencial de san Homobono. En efecto, para llevar a cabo una nueva evangelización, «urge en todas partes rehacer el entramado cristiano de la sociedad humana, pero la condición es que se rehaga la cristiana trabazón de las mismas comunidades eclesiales» (n. 34).

Los fieles laicos deben sentirse plenamente partícipes en esta tarea, con los carismas peculiares de su índole laical. Las situaciones nuevas, tanto eclesiales como sociales, económicas, políticas y culturales, exigen con una fuerza muy particular su participación específica (cf. ib., 3).

8. Es una feliz coincidencia que la celebración jubilar de este «santo de la caridad » se inserte en la conclusión del último decenio de nuestro siglo, que la comunidad eclesial en Italia ha consagrado al programa «Evangelización y testimonio de la caridad».

Como dije en la Christifideles laici, la caridad, en sus varias formas, desde la limosna hasta las obras de misericordia, «anima y sostiene una activa solidaridad, atenta a todas las necesidades del ser humano» (n. 41). Es y será siempre necesaria para las personas y las comunidades. Y «se hace más necesaria, cuanto más las instituciones, volviéndose complejas en su organización y pretendiendo gestionar toda área a disposición, terminan por ser abatidas por el funcionalismo impersonal, por la exagerada burocracia, por los injustos intereses privados, por el fácil y generalizado encogerse de hombros» (ib.).

La sensibilidad de Homobono estimula ejemplarmente a abrirse a todo el horizonte de la caridad, en sus múltiples expresiones, no sólo materiales: caridad de la cultura, caridad política y caridad social, con vistas al bien común. Un ejemplo tan elocuente puede contribuir eficazmente a serenar el actual clima político y social, favoreciendo un ambiente de concordia, de confianza recíproca y de compromiso común.

9. Me alegra particularmente el hecho de que la celebración del «Año de san Homobono» se extienda a todo 1998, segundo año de la fase preparatoria del gran jubileo, dedicado especialmente al Espíritu Santo.

Que la querida figura del antiguo comerciante acompañe desde el cielo este providencial evento. Que, invocado con la profunda y tradicional devoción y con una fe cada vez más consciente, obtenga a todos los bautizados la fidelidad a los dones del Espíritu, recibidos sobre todo en el sacramento de la confirmación. Que a los fieles laicos les obtenga una conciencia más madura de que su participación en la vida de la Iglesia «es tan necesaria, que, con gran frecuencia, sin ella el mismo apostolado de los pastores no podría conseguir plenamente su efecto» (Apostolicam actuositatem, 10). A todos los componentes de la Iglesia cremonesa les obtenga del Señor el celo que se exige a los nuevos evangelizadores, llamados en el período postsinodal a ser verdaderos testigos de fe, esperanza y caridad.

Con estos fervientes deseos, recordando mi visita pastoral a Cremona, en junio de 1992, y mi sucesivo encuentro con quienes vinieron a Roma en peregrinación, en noviembre del año pasado, como coronamiento del Sínodo diocesano, le imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica a usted, venerado hermano, a los presbíteros, a los diáconos, a los consagrados y las consagradas, a los fieles laicos, a cada familia, a cada parroquia y a toda la ciudad.

Vaticano, 24 de junio de 1997.

IOANNES PAULUS PP. II

 



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