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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS
PARA LA ALIMENTACIÓN Y LA AGRICULTURA (FAO)* 

 

Al señor
JACQUES DIOUF
director general de la Organización
de las Naciones Unidas para la
agricultura y la alimentación (FAO)

La celebración anual de la Jornada mundial de la alimentación, al concentrar la atención en la FAO y en sus esfuerzos por combatir el hambre y la desnutrición, sirve para recordarnos una vez más la situación de innumerables personas en todo el mundo que viven en un estado de inadecuada seguridad alimentaria.

Las conclusiones de la Cumbre mundial sobre la alimentación, cinco años después están aún frescas en nuestra memoria. La comunidad internacional se esfuerza por garantizar la liberación básica del hambre y el acceso a una alimentación adecuada y sana, expresiones primarias del derecho a la vida y del respeto a la dignidad humana, que tan a menudo se proclaman solemnemente, pero que aún están muy lejos de ser una realidad. De hecho, mientras los logros de la humanidad ofrecen la esperanza de un futuro más sensible a las necesidades humanas, el mundo sigue trágicamente dividido entre los que viven en la abundancia y los que carecen de lo esencial para su sustento diario. Esta situación constituye uno de los obstáculos más evidentes para la construcción de una sociedad digna de la humanidad, un mundo que sea auténticamente humano y fraterno.

El tema elegido este año: "Agua, fuente de seguridad alimentaria", es una invitación a reflexionar en la importancia del agua, sin la cual las personas y las comunidades no pueden vivir. Como factor indispensable de la actividad humana, el agua es un elemento básico de la seguridad alimentaria. Además, no podemos olvidar que el agua, símbolo usado en los ritos comunitarios de muchas religiones y culturas, significa pertenencia y purificación. En el cristianismo, el agua se usa como signo de un proceso de transformación y conversión interior. De su valor simbólico brota la invitación a ser plenamente conscientes de la importancia de este bien tan valioso y, en consecuencia, a revisar los modelos actuales de comportamiento, para garantizar, ahora y en el futuro, que todos los pueblos tengan acceso al agua indispensable para sus necesidades, y que las actividades productivas, en particular la agricultura, puedan gozar de cantidades adecuadas de este recurso inestimable. La creciente conciencia de que el agua es un recurso limitado, pero absolutamente esencial para la seguridad alimentaria, hoy está llevando a muchos a cambiar de actitud, un cambio que se ha de fomentar por el bien de las generaciones futuras.

Es necesario que la comunidad internacional y sus agencias intervengan de modo más eficaz y visible en este sector. Esta intervención debería tender a impulsar una mayor cooperación para proteger las reservas hídricas de la contaminación y del uso impropio, así como de la explotación que sólo mira al lucro y al privilegio. En estos esfuerzos, el objetivo principal de la comunidad internacional debe ser el bienestar de las personas -hombres, mujeres, niños, familias y comunidades- que viven en las regiones más pobres del mundo y que, por tanto, sufren más por la escasez o el mal uso de los recursos hídricos.

Las conclusiones de los recientes encuentros internacionales han demostrado que la lucha contra el hambre y la desnutrición, y más generalmente la lucha contra la pobreza y en defensa de los ecosistemas de la tierra, se ha de librar en situaciones muy diferentes y en medio de intereses opuestos. El primer paso en este esfuerzo consiste en alcanzar un equilibrio sostenible entre el consumo y los recursos disponibles.

Todos somos conscientes de que este objetivo no puede alcanzarse sin prestar atención a los principios fundamentales del orden ético y moral, principios arraigados en el corazón y en la conciencia de todo ser humano. De hecho, el orden de la creación y su delicada armonía corren el peligro de quedar irremediablemente alterados. La sabiduría bíblica nos recuerda que no debemos abandonar el "manantial de aguas vivas para hacer cisternas, cisternas agrietadas" (Jr 2, 13).

Podemos ver aquí una advertencia con respecto a nuestra situación actual. En otras palabras, se nos recuerda que las soluciones técnicas, independientemente de su grado de desarrollo, no son útiles si no tienen en cuenta el carácter central de la persona humana, que, en sus dimensiones espiritual y material, es la medida de todos los derechos y, por tanto, debe ser el criterio guía de los programas y de las políticas.

Sólo si el acceso al agua se considera un derecho de las personas y de los pueblos se garantizarán, de forma legítima y respetuosa, niveles adecuados de desarrollo en todas las áreas geográficas. Para que suceda esto, la política internacional debe prestar nuevamente atención al inestimable valor de los recursos hídricos, que a menudo no son renovables y no pueden ser patrimonio exclusivo de unos pocos, puesto que son un bien común de toda la humanidad. Por su misma naturaleza, "deben llegar a todos en forma equitativa bajo la guía de la justicia y el acompañamiento de la caridad" (Gaudium et spes, 69).

Que este año la celebración de la Jornada mundial de la alimentación sirva para recordar a todos la verdadera dimensión humana de la tragedia del hambre y la desnutrición, y ayude a la comunidad internacional a reafirmar el imperativo moral de la solidaridad. Esta debe ser la orientación de los esfuerzos encaminados a asegurar que todas las personas y las naciones tengan acceso a los recursos hídricos para garantizar un nivel adecuado de seguridad alimentaria.

Con este deseo, invoco sobre la FAO, sobre sus Estados miembros, así como sobre sus directores y sobre todo el personal abundantes bendiciones celestiales, y le renuevo a usted, señor director general, la expresión de mi más alta consideración.

Vaticano, 13 de octubre de 2002

JOANNES PAULUS PP. II


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n. 43, p. 9.



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