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MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II
AL CARDENAL JAMES FRANCIS STAFFORD
CON OCASIÓN DE UN CONGRESO TEOLÓGICO-PASTORAL SOBRE EL TEMA
"LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN"

 

Al venerado hermano
Señor cardenal
JAMES FRANCIS STAFFORD
Presidente del Consejo pontificio para los laico
s

1. He sabido con agrado que, por iniciativa del movimiento de los Focolares, se celebrará en Castelgandolfo, del 26 al 29 de junio, un congreso teológico-pastoral sobre el tema:  Los movimientos eclesiales para la nueva evangelización. A usted, que competentemente acompaña y orienta el camino de los movimientos eclesiales en la comunión y en la misión de la Iglesia, le pido que transmita mi saludo cordial a la señorita Chiara Lubich, a sus colaboradoras y colaboradores, así como a los relatores del congreso y a todos los sacerdotes, diáconos permanentes y seminaristas estudiantes de teología que participen en él.

En la carta apostólica Novo millennio ineunte tracé las líneas del camino que la Iglesia, impulsada por la abundante efusión de gracia que se produjo durante el reciente gran jubileo, está llamada a recorrer en el alba del tercer milenio. La Iglesia debe "recomenzar desde Cristo", con la mirada fija en él y, sumergiéndose en su misterio, comprometerse a ser para todos escuela de comunión y de caridad efectiva. Así, sostenida por la fuerza del Espíritu Santo, a pesar de las debilidades humanas, la Iglesia podrá testimoniar el amor de Dios en todos los ambientes donde está en juego la vida del hombre y la construcción de la sociedad.

Esta misión implica a toda la comunidad cristiana; y los movimientos eclesiales constituyen un "don providencial" para este camino, como yo mismo recordé en el memorable encuentro del 30 de mayo de 1998 en la plaza de San Pedro. Precisamente por esto, en la citada carta apostólica subrayé el "deber de promover las diversas realidades de asociación, que tanto en sus modalidades más tradicionales como en las más nuevas de  los movimientos eclesiales, siguen  dando  a  la  Iglesia  una vitalidad que es don de Dios y constituyen una auténtica "primavera del Espíritu"" (n. 46).

2. En gran número de movimientos eclesiales, además de los fieles laicos, participan muchos sacerdotes, atraídos por el ímpetu carismático, pedagógico, comunitario y misionero que acompaña a las nuevas realidades eclesiales. Esta experiencia puede resultar muy útil, porque es "capaz de enriquecer la vida sacerdotal de cada uno y de animar el presbiterio con ricos dones espirituales" (Pastores dabo vobis, 31). En la doctrina de la Iglesia católica es muy claro que los sacerdotes están llamados, ante todo, a vivir con plenitud la gracia del sacramento, que los configura a Cristo, Cabeza y Pastor, al servicio de toda la comunidad cristiana, en relación cordial y filial con el obispo y unidos fraternalmente al presbiterio diocesano. Pertenecen a la Iglesia particular y colaboran en su misión. Pero es verdad que "los carismas del Espíritu siempre crean afinidades, destinadas a dar a cada uno apoyo para su tarea objetiva en la Iglesia" (Discurso a los participantes en los ejercicios espirituales organizados  por el movimiento Comunión y Liberación, n. 3:  L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de septiembre de 1985, p. 11). Precisamente por esto los movimientos pueden ser útiles también a los sacerdotes.

Su eficacia positiva se manifiesta cuando los sacerdotes encuentran en los movimientos "la luz y el calor" que les ayudan a madurar en una vida cristiana fervorosa y, particularmente, en un auténtico sensus Ecclesiae, que los estimula a una fidelidad mayor a los legítimos pastores, haciéndolos atentos a la disciplina eclesiástica para cumplir con celo misionero las obligaciones propias de su ministerio. Los movimientos eclesiales son, asimismo, "fuente de ayuda y apoyo en el camino de formación hacia el sacerdocio", en particular para los que provienen de asociaciones específicas, teniendo en cuenta el respeto debido a la disciplina establecida en la Iglesia para los seminarios.

Por eso, es importante evitar que la participación del sacerdote, del diácono y del seminarista en los movimientos o asociaciones eclesiales lleve a una cerrazón, no sólo presuntuosa sino también restringida. Por el contrario, debe abrir su espíritu a la acogida, al respeto y a la valoración de otras modalidades de participación de los fieles en las realidades eclesiales, impulsándolos a ser cada vez más hombres de comunión, "pastores de todos" (cf. Pastores dabo vobis, 62).

3. Con estas premisas, la inserción en los movimientos eclesiales ofrecerá a los sacerdotes una posibilidad de enriquecimiento espiritual y pastoral. En efecto, al participar en ellos, los presbíteros pueden aprender a vivir mejor la Iglesia en la coesencialidad de los dones sacramentales, jerárquicos y carismáticos que son propios de ella, según la multiplicidad de los ministerios, estados de vida y funciones que la edifican. "Cautivados" y "atraídos" por el mismo carisma, partícipes en una misma historia e insertados en una misma asociación, sacerdotes y laicos comparten una interesante experiencia de fraternidad entre christifideles que se edifican recíprocamente, sin confundirse jamás.

Sin embargo, sería una gran pérdida si se tendiera a una "clericalización" de los movimientos. Igualmente, sería un daño si el testimonio y el ministerio de los sacerdotes se vieran de alguna forma ofuscados y asimilados progresivamente a un estado laical. Dentro de un movimiento, el sacerdote debe situarse, por encima de las funciones y de los cargos que en él está llamado a desempeñar, como una presencia singular de Cristo, Cabeza y Pastor, ministro de la palabra de Dios y de los sacramentos, educador en la fe y punto de enlace con el ministerio jerárquico. Más aún, precisamente de su aportación puede depender en gran medida el crecimiento de los movimientos en la "madurez eclesial" a la que aludí en el citado encuentro de Pentecostés de 1998

Por tanto, animo a este dicasterio a seguir con atención el camino de los movimientos eclesiales, favoreciendo un intenso diálogo con ellos y acompañándolos con sabiduría pastoral, sin permitir que les falte, cuando sea preciso, el discernimiento, así como las aclaraciones y orientaciones oportunas.

Encomiendo a María, la Virgen fiel, el encuentro, y, a la vez que de buen grado aseguro un recuerdo en la oración por los que intervengan en él, envío a todos una especial bendición apostólica.

Vaticano, 21 de junio de 2001

JUAN PABLO II



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