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MENSAJE ENVIADO POR EL CARDENAL SODANO 
EN NOMBRE DEL SANTO PADRE
A MONS. MARIANO DE NICOLÒ, OBISPO DE RÍMINI,
CON MOTIVO DEL 22° MEETING PARA LA AMISTAD ENTRE LOS PUEBLOS

 

Excelencia reverendísima: 

Su Santidad, acogiendo la solicitud hecha por los organizadores del Meeting para la amistad entre los pueblos, que ha llegado ya a su XXII edición, envía sus mejores deseos de éxito a los promotores y participantes. Encarga a vuestra excelencia se haga intérprete ante ellos de sus sentimientos y profundo aprecio por esta oportuna iniciativa cultural y religiosa.

Toda la vida pide la eternidad:  esta frase, escogida como título del interesante encuentro, compendia de modo sugestivo los temas hacia los que pretende atraer la atención. La idea recoge y expresa un aspecto central de la naturaleza del hombre, es decir, su sed de plenitud de vida. El ser humano, cuando se detiene a reflexionar, no puede por menos de advertir que su existencia es demasiado breve y está caracterizada por el dolor y el límite, experiencias que le recuerdan su incapacidad de realizarse plenamente y obtener con sus solas fuerzas aquello para lo que se siente creado. Entonces brota el grito al que los espíritus más finos han dado voz con dramática intensidad en todas las épocas de la historia:  la imploración de eternidad, que surge de lo más íntimo de nuestra experiencia de peregrinos hacia la eternidad.

Toda la vida pide la eternidad. El tema del Meeting de este año, al mismo tiempo que estimula profundamente el corazón del hombre, interpela eficazmente la mentalidad actual, aludiendo a las cuestiones fundamentales que se debaten hoy. Son cuestiones que, mediante los medios de comunicación y a través de la actividad legislativa de muchos Estados, están destinadas a interesar cada vez más a la opinión pública. Baste pensar en las expectativas suscitadas por los progresos de los descubrimientos científicos en el campo de la ingeniería genética y en los problemas sin resolver que acompañan ese desarrollo. De ello se discute apasionadamente en varios niveles con la perspectiva de que pronto se pueda disponer de los instrumentos necesarios para asegurar una prolongación de la existencia, eliminando el dolor, la enfermedad, la imperfección física.

A este propósito se podría observar que se da una paradoja:  la vida niega la eternidad. En efecto, por un lado, cuando se utiliza la ciencia como instrumento que tiende a no reconocer otras limitaciones que las que ella misma fija, el hombre se ve impulsado a tomar la actitud de dueño absoluto de la realidad. La búsqueda de una vida "realizada", es decir, privada de las limitaciones que la caracterizan, va acompañada de hecho, implícita o abiertamente, por un rechazo de la trascendencia.

Esta paradoja tiene sus raíces en una visión que excluye toda intervención divina en la naturaleza y en la historia. Se trata de una concepción del mundo muy diversa de la judía y la cristiana. Según esta última, Dios no está separado del mundo, no está confinado en una "eternidad" de indiferencia impasible, sino que interviene en las vicisitudes del universo. Se interesa por lo que el hombre vive, dialoga con él, cuida de él. La historia de Israel lo testimonia a lo largo del camino de maduración de esta relación, y llega a su total realización en Jesús, "nacido de mujer" (cf. Ga 2, 20), para llevar a todo hombre y a todo el hombre a la salvación.

Así pues, la eternidad no es una simple atemporalidad, que se podría describir, en términos puramente negativos, como lo que tiene las características opuestas a las de la realidad temporal. El espíritu humano no pide que el instante presente se prolongue indefinidamente, sino que aspira a un amor en el que no haya lugar para el temor a perder al Amado. Si el límite de la vida terrena no se puede eliminar, a pesar de la gran contribución que la ciencia puede ofrecer para aliviar los sufrimientos y el dolor de los hombres, entonces la criatura humana necesita hacer experiencia real, dentro del límite, de la compañía del Eterno.

Quien se encontró con Jesús por los caminos de Palestina, halló en él la respuesta a esos interrogantes existenciales. Por eso los discípulos del Nazareno, guiados por el Espíritu Santo, recorrieron el mundo proclamando que sólo Cristo tenía palabras de vida eterna. Su anuncio ha llegado a nosotros a través de los siglos, y sigue fascinando a hombres y mujeres de toda condición. En el anuncio del discípulo es Cristo mismo el que ofrece a quien le abre su corazón la posibilidad de penetrar el sentido de la existencia que escapa y de sondear el misterio de la eternidad.

El Santo Padre desea que el próximo Meeting, con sus múltiples actividades, contribuya a poner de relieve un aspecto importante de la existencia, bien sintetizado en el lema:  Toda la vida pide la eternidad. Asimismo espera que los días del congreso sean ocasión propicia para profundizar la fe cristiana y gimnasio provechoso de diálogo con la cultura contemporánea. Con ese fin, Su Santidad asegura un recuerdo particular en la oración y envía a vuestra excelencia, a los promotores, a los organizadores y a todos los participantes una bendición apostólica especial.

Uno mis deseos personales de éxito pleno para el Meeting y aprovecho la ocasión para confirmarme afectísimo en el Señor,

Card. Angelo SODANO
Secretario de Estado

 



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