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MENSAJE URBI ET ORBI
DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


Domingo de Resurrección, 3 de abril de 1988

 

1. "Regina coeli laetare" ¡Reina del cielo, alégrate!

Precisamente hoy, el primer día después del sábado,
las mujeres
fueron al sepulcro,
donde había sido depositado el cuerpo de tu Hijo
bajado de la Cruz,
y encontraron la losa quitada, y la tumba vacía.
Desde el interior de la tumba oyeron una voz:
«No os asustéis. Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado.
No está aquí. Ha resucitado» (Mc 16, 6).

¡Alégrate, Reina del cielo! ¡Alégrate, Madre de Cristo!
Regina coeli laetare.

2. «Id a decir a sus discípulos y a Pedro» (Mc 16, 7).

María Magdalena entonces echó a correr para anunciar a los Apóstoles:
«Se han llevado del sepulcro al Señor
y no sabemos dónde lo han puesto» (Jn 20, 2).
Pedro y Juan
fueron enseguida al lugar,
y encontraron todo como habían dicho las mujeres.
No está aquí.
No está aquí,
en el lugar en que lo depositaron, en el sepulcro.
No está aquí, ha resucitado.

¡Alégrate, Reina del cielo!
Regina coeli laetare.

3. Regina coeli laetare,
quia quem meruisti portare, resurrexit sicut dixit, alleluia
.

Lo que ahora proclaman los primeros testigos,
lo había anunciado antes Él mismo.
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré...
Él hablaba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19. 21).
Su cuerpo flagelado, torturado, crucificado,
la cabeza herida por las espinas; el costado atravesado por la lanza.
No está aquí...

¡Regina coeli laetare!
quia quem meruisti portare, resurrexit sicut dixit
.

4. ¡Alégrate, María, alégrate, Madre!

Tú llevaste su cuerpo en tu seno virginal,
llevaste dentro de Ti al Hombre-Dios.
Y después lo diste a luz en la noche de Belén,
lo llevaste en tus brazos siendo niño.
Lo llevaste al templo el día de su presentación.
Y tus ojos ―más que los ojos de cualquier otro―
han visto al Verbo Encarnado.
Y tus oídos lo han escuchado,
desde sus primeras palabras.

Tus manos han tocado el Verbo de la vida
(cf. 1 Jn 1, 1).
¡Regina coeli laetare!
«El que llevaste ha resucitado».

5. Lo llevaste, más aún que en tus brazos, en tu Corazón.
Especialmente en aquellas horas extremas,
cuando tuviste que estar junto a la Cruz,
a los pies del divino Condenado.
Tu Corazón fue traspasado por la espada del dolor,
según las palabras del anciano Simeón.
Y compartiste el dolor
asociada con ánimo materno al sacrificio del Hijo.

¡Oh Madre! Consentiste en la inmolación
de la víctima engendrada por Ti (cf. Lumen gentium, 58).
Consentiste amorosamente, con aquel amor
que Él ha injertado en tu corazón.
Con aquel amor, que es más fuerte que la muerte 
y más poderoso que el pecado, en toda la historia
del hombre sobre la tierra.

6. Y luego, cuando ya habla expirado y lo hablan bajado de la Cruz,
Él descansó una vez más en sus brazos
,
igual que tantas veces había descansado de niño...
Y luego, lo depositaron en el sepulcro.
Lo tomaron de los brazos de la Madre y lo devolvieron a la tierra;
cerraron el sepulcro con una losa...
Y he aquí, quitada ahora la piedra, la tumba vacía...

Cristo, a quien Tú llevaste, ha resucitado, ¡Aleluya!
Regina coeli laetare.

«Este es el día de la alegría pascual de la Iglesia,
todos nosotros participamos de tu gloria,
¡Oh Madre...! ».
Todos, toda la Iglesia de tu Hijo,
toda la Iglesia del Verbo Encarnado.

7. Cristo, al que Tú llevaste, ha resucitado.
¡Ruega por nosotros!

Tú que estás presente de la manera más profunda
en el misterio de Cristo
.
Hoy la Iglesia entera mira hacia Ti, oh María.
Aunque no te veamos entre las personas
de las que hablan las narraciones del día de Pascua,
todos miramos hacia Ti.
Miramos hacia tu Corazón.
¿Podía cualquier narración describir
el momento de la resurrección del Hijo en el Corazón de la Madre?
Sin embargo, nuestros ojos están fijos en Ti.
Toda la Iglesia participa de tu alegría pascual,
 toda la Iglesia sabe que en este día hecho por el Señor
"vas delante" de manera singular por ese camino
en el que se realiza la peregrinación mediante la fe en el misterio pascual.

¡Ruega por nosotros!
En este año, dedicado de modo particular a Ti,
en este Año Mariano, hazte presente de manera especial en la Iglesia,
hazte presente en todos los caminos del Pueblo de Dios,
iluminados por la luz de Cristo.
¡Que nunca se aleje de nadie esta Luz
de la nueva Vida, que es Él mismo,
el Resucitado
!

¡Ruega por nosotros!
Con nuestra alegría pascual,
insistimos y una y otra vez repetimos: ruega por nosotros.
Ruega por todo el mundo,
por toda la humanidad, por todos los pueblos,
a los cuales voy a dirigir ahora
una felicitación pascual en sus respectivas lenguas.

Ruega por la paz en el mundo, por la justicia.
Ruega por los derechos del hombre,
especialmente por la libertad religiosa
para todo hombre, para cada cristiano y no cristiano,
en cualquier lugar.
¡Ruega por nosotros!
Ruega por la solidaridad de los pueblos de todos los mundos:
primero y tercero, segundo y cuarto, por todos los mundos.

He aquí que con la alegría pascual tuya y nuestra
llevamos de nuevo este peso de la humanidad,
este peso de tantos corazones humanos, hermanos nuestros, hermanas nuestras.

Y repetimos:
¡ruega por nosotros!

Regina coeli laetare.



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