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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE ESTUDIANTES ORTODOXOS


Sábado 19 de mayo de 1979

 

Queridísimos:

De todo corazón os doy la bienvenida y mi saludo más cordial. Teólogos dedicados de diversos modos al servicio de vuestras Iglesias, habéis venido a esta ciudad para especializaros y, al mismo tiempo, para conocer de modo directo el gran esfuerzo de reflexión teológica y de renovación pastoral realizado, a todos los niveles, en la vida de la Iglesia católica, sobre todo después del reciente Concilio. Un esfuerzo de profundización espiritual, de tensión purificadora hacia lo esencial, de fidelidad cada vez más dinámica y coherente hacia nuestro único Señor y hacia todos los aspectos de su mensaje de salvación, que debemos anunciar a los hombres y mujeres de hoy.

En este amplio campo de la misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, las posibilidades de colaboración entre la Iglesia católica y las venerables Iglesias ortodoxas, a las que pertenecéis, son grandes porque brotan de la comunión, aunque todavía no plena, que ya nos une. Por otra parte, esforzándonos en vivir y presentar juntos toda la realidad del Evangelio dada a la Iglesia y transmitida de generación en generación hasta nosotros, es como podremos disipar y superar las divergencias heredadas de las incomprensiones del pasado.

Esta colaboración no sólo es posible desde ahora, sino que es necesaria, si queremos ser verdaderamente fieles a Cristo. El quiere nuestra unidad. Ha orado por nuestra unidad. Hoy más que nunca, en un mundo que reclama autenticidad y coherencia, nuestra división es un contra-testimonio intolerable. Es como si negásemos con nuestra vida lo que profesamos y anunciamos.

He querido comunicaros estos pensamientos, al recibiros aquí por vez primera, para pediros que manifestéis a vuestros obispos, a vuestros patriarcas, mi voluntad firme de colaborar con ellos para progresar hacia la plena unidad, manifestando en la vida de nuestras Iglesias esa unidad que ya existe entre nosotros. Es necesario que esa caridad sin engaño, en la que nos hemos encontrado y vuelto a encontrar, se vuelva creativa y animosa para hallar senderos seguros y rápidos que nos conduzcan a esa plena comunión, que sellará nuestra fidelidad a nuestro único Señor.

He aquí el mensaje que os pido transmitáis a quienes os han enviado a estudiar en los diversos Institutos de la Iglesia de Roma, la Iglesia que preside en la caridad.

A vosotros, queridos estudiantes, os deseo que esta estancia romana sea fecunda, ante todo para vuestro crecimiento en Cristo bajo la acción del Espíritu Santo. Una sólida vida espiritual personal es la condición indispensable para todo trabajo teológico y la fuente en la que debe alimentarse continuamente y renovarse todo verdadero servicio de Iglesia. Y que esta estancia pueda también ser fructuosa para vuestra preparación a las tareas que mañana os serán confiadas.

 



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