ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CAPÍTULO GENERAL DE LOS MISIONEROS DE ÁFRICA
Lunes 15 de diciembre de 1980
Muy queridos hermanos en Cristo:
1. Muy contento de poder recibiros al término del XXII capítulo general de vuestra Sociedad, dirijo un cordial saludo a cada uno de vosotros y a los 3.500 padres y hermanos a quienes vosotros representáis. Permitidme saludar de modo particular al querido padre Jean-Marie Vasseur, que acaba de dar fin a su mandato de superior general, y ofrecer a su sucesor, el padre Robert Gay, a quien acabáis de elegir, mis fervientes deseos de un fructífero servicio a vuestra familia misionera.
Si el gran cardenal Lavigerie, que os fundó en 1868, pudiese reaparecer entre vosotros, me parece que os arengaría con el mismo ardor evangélico: "Sed apóstoles, y nada más...". Esta consigna, breve y penetrante, es siempre de actualidad. En nombre de la Iglesia, como un eco de vuestro fundador, os lo digo encarecidamente: "Sed apóstoles, y nada más...". Por otra parte, ésta es la perspectiva en la que se ha movido vuestro capítulo. Vuestros espíritus y vuestros corazones están empapados de las convicciones del cardenal, que quería apóstoles de corazón ardiente y profundamente enraizados en la vida espiritual. Respecto a este último punto, conozco los esfuerzos llevados a cabo desde hace seis años por el consejo general. El ha creído oportuno favorecer los retiros ignacianos y las sesiones bíblicas en la misma Jerusalén, lugar adonde Lavigerie había enviado ya a los padres blancos para que trabajasen en el servicio de las Iglesias del Próximo Oriente; vuestros hermanos siguen trabajando allí en una perspectiva ecuménica. Estos esfuerzos impulsores dan, y darán cada vez más a vuestras comunidades, un dinamismo y una transparencia evangélicas. ¡La Iglesia tiene tanta necesidad de apóstoles infatigables y llenos de Cristo!
2. Desde su fundación, vuestra Sociedad es un instituto misionero; ella contribuye, junto con otras, a la gran obra de la evangelización de los pueblos, que es "la misión esencial de la Iglesia" (Evangelii nuntiandi, 14). Podemos imaginar la felicidad del cardenal Lavigerie, si hubiese conocido los estudios y las experiencias misioneras de nuestra época, así como los documentos de la Iglesia, que son, al mismo tiempo, sus sabrosos frutos y sus normas indispensables. Citemos solamente la Exhortación Evangelii nuntiandi, que nos recuerda precisamente que la evangelización es la vocación propia de la Iglesia (cf. núm. 14), y que "evangelizar, para la Iglesia, es llevar la Buena Nueva a todos los medios de la humanidad y, con su impacto, transformar desde dentro, renovar la humanidad misma..." (ib., 18). ¡Que esta Exhortación sea para vosotros programa y luz en vuestro camino! Vuestra tarea particular ha sido y sigue siendo la evangelización del mundo africano. Por este motivo, vuestra Sociedad ha dirigido siempre una atención especial a los creyentes del Islam. La Iglesia se alegra de ello y os anima a que llevéis adelante las tareas que con tanta competencia realizáis al servicio del mundo musulmán; tareas de diálogo y testimonio, tan importantes en años venideros. Precisamente con esta finalidad eminentemente pastoral, la Santa Sede os ha confiado el "Pontificio Instituto de Estudios Árabes", a fin de permitir que clérigos y laicos se perfeccionen en la lengua y la literatura árabes, así como en el conocimiento de la religión y de las instituciones del Islam. La epopeya africana de los padres blancos es un hecho. Es necesario releerla con una gran comprensión de las circunstancias que la han visto nacer y desplegarse, con respeto y agradecimiento a vuestros antecesores. Yo mismo, durante mi viaje pastoral a África, me he detenido en la tumba de antiguos misioneros de Kisangani, en el Zaire. En mi oración estaban presentes las generaciones de padres blancos que entregaron cuerpo y alma al anuncio del Evangelio en África. Permitidme añadir que la Iglesia os expresa públicamente sus vivas felicitaciones y su agradecimiento por toda esta tarea realizada desde hace más de un siglo.
3. Pero vuestra tarea no ha terminado. Precisamente, en el curso de este XXII capítulo general, habéis considerado atentamente todos juntos las necesidades actuales, e incluso urgentes, del continente africano, que afirma cada vez con más fuerza su identidad cultural y su voluntad de crecimiento en el plano socio-económico. Vosotros no podréis desarrollar vuestra tarea de evangelizadores si no os prestáis al diálogo con los otros creyentes y si no tomáis en consideración las necesidades, a veces apremiantes, del desarrollo africano (cf. Evangelii nuntiandi, 31 y siguientes). Pero también tenéis Una gran responsabilidad respecto a las Iglesias locales, que todavía no tienen suficiente número de sacerdotes y animadores. ¡Cuántos obispos dirigen a la Sede Apostólica de Roma llamamientos urgentes y conmovedores! Permaneced al lado de estas jóvenes Iglesias y buscad cada vez más vuestro estilo de corresponsabilidad de cara a ellas. Continuad también colaborando en la acción conducida por las diócesis de Europa —lo he constatado durante mis visitas pastorales a Francia y Alemania— en favor de los trabajadores y los estudiantes africanos que vienen temporalmente a este continente. Esta prolongada consideración de vuestro campo de apostolado ha hecho nacer, a lo largo de las semanas de estudios y de oración de vuestro capítulo, un "proyecto apostólico común". Ahora vais a aplicarlo con la seriedad y el dinamismo que os caracterizan. Pero para preparar con realismo el porvenir, os esforzaréis evidentemente en formar evangelizadores. Desde siempre, vuestra Sociedad se ha propuesto el objetivo de preparar a las Iglesias locales de África para que sean, a su vez, misioneras. Les habéis ayudado mucho a hacerse auténticamente africanas, formando —por vuestra parte— un impresionante número de sus sacerdotes y de sus obispos. Pero hay también africanos que desean llevar la Buena Nueva a otros países distintos del suyo. Incluso hay otros que, al igual que ayer, desean ser miembros de vuestra Sociedad misionera. Es una buena ocasión para el apostolado. Estos sacerdotes y hermanos africanos heredarán vuestra tradición misionera y podrán vivir en comunidades que, con el tiempo, llegarán a ser interraciales y, al mismo tiempo, internacionales.
4. Vosotros sois hombres de Iglesia, misioneros y apóstoles. Esto constituye vuestra propia identidad y la fuente de vuestra alegría. Quiero subrayar una vez más que vosotros habéis querido vivir siempre vuestra vocación, ya desde los orígenes de vuestra Sociedad, en comunidades que testifican que los prejuicios de raza, de clase, de nación y de cultura pueden ser superados por el Reino de Dios. A partir de ahí vivís vuestra consagración a la misión. A partir de ahí queréis avanzar por el camino de una vida espiritual profunda, donde los valores de la pobreza, de la castidad y de la obediencia encuentren todo su sentido, ya seáis sacerdotes o hermanos. Mantener y construir ese tipo de comunidades de padres blancos es un objetivo prioritario de vuestra Sociedad en años venideros. El Papa se alegra profundamente y os anima de todo corazón. La Iglesia y el mundo de hoy tienen una necesidad absoluta de estas comunidades en las que el compartir y la comunión no sean meras palabras, sino realidades vividas día a día, con humildad y entusiasmo. ¿Es necesario añadir que tales fraternidades serán, por sí solas, una llamada a los jóvenes e incluso a los adultos de todos los países para que entren a formar parte de vuestras filas y; tomen el relevo? Estoy convencido de que el proyecto de poner su existencia entera al servicio exclusivo del Reino es algo capaz de seducir el corazón de los jóvenes, tanto hoy como ayer, y de conducirlos a África para trabajar en colaboración con las "Iglesias hermanas", como me gusta llamarlas. ¡Liberémonos todos de nuestros estados de ánimo y de nuestras reacciones demasiado subjetivas! Ninguna Iglesia debería replegarse sobre ella misma. ¡Hoy es, más que nunca, la hora de la misión!
Por esto, nuestras más hermosas resoluciones no son suficientes. Tenemos una gran necesidad, como en los primeros días de la Iglesia, de la luz y la fuerza del Espíritu Santo. Invocando estas gracias sobre vuestra Sociedad, soy feliz de poder impartiros, a vosotros y a todos los padres blancos que viven y trabajan por el Reino de Dios, en la paciencia y la esperanza, en África y en el mundo, mi afectuosa bendición apostólica.
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