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VIAJE APOSTÓLICO A ÁFRICA

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
EN LA CEREMONIA DE BIENVENIDA A BRAZZAVILLE


Lunes 5 de mayo de 1980

 

1. Que Dios bendiga la tierra congoleña en la que he sido invitado a detenerme durante mi visita pastoral a África.

Señor Presidente:

Son palabras de paz y bendición las que el Jefe de la Iglesia católica dirige hoy a la nación cuya más alta dignidad ostenta. usted. Y con cuánta alegría y cuánto agradecimiento hacia Dios que ha permitido este viaje tan deseado. Habiendo podido ir ya a varias partes del mundo para llevar allí el testimonio del Evangelio, después que la Providencia me llamó al servicio de la Iglesia universal, me sentía impulsado a visitar lo más pronto posible las poblaciones africanas en sus propios países, y a expresarles mi solicitud: "mis cuidados de cada día, la solicitud por todas las Iglesias" (2 Cor 11, 28).

Por haberme ofrecido cortésmente su hospitalidad y colaboración, las autoridades de la República Popular del Congo, y de modo particular Vuestra Excelencia, merecen justamente que les agradezca la acogida. Les presento mi respetuoso saludo, expresión de las relaciones cada vez más cordiales que me agradaría mantener personalmente con cada una de ellas.

2. Os saludo a todos, queridos congoleños y congoleñas, habitantes de Brazzaville, y a vosotros, que sin tener en cuenta las fatigas del viaje, habéis acudido de otras partes del país. Y también a vosotros que, habiendo quedado en vuestras ciudades y poblados, quizá me estáis escuchando a través de la radio. Quiero bendeciros a todos vosotros y estimularos en vuestro trabajo, en vuestras diversas actividades, pero sobre todo en vuestra vida, mientras pienso en vuestras alegrías y penas, así como en todos los esfuerzos que sostenéis a nivel personal o como ciudadanos. A todos vosotros, sin excepción alguna, traigo mi profundo afecto junto con los mejores deseos para todas vuestras intenciones personales y familiares. Buenos deseos también para vuestra patria y para su porvenir próspero y pacífico.

3. A las comunidades cristianas del país y a los que a ellas se dedican, así como a los católicos de los países cercanos, que no tendré la suerte de visitar, quiero animarles fervientemente por su celo apostólico y su fidelidad a la Iglesia. Que Dios les recompense tanto entusiasmo y haga de él un motivo de edificación para los hermanos en la fe, tanto en África como en el mundo. Dentro de un momento, tendré la alegría de encontrarme con las delegaciones reunidas en la catedral, y de dirigirles la palabra; pero, mediante ellas, el Vicario de Cristo hablará a todos.

Sí, ruego por el feliz desarrollo de la etapa congoleña de mi viaje, un viaje de amistad, un viaje religioso en el que fundo numerosas esperanzas porque quiere servir al futuro de los pueblos, según Dios.

 



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