DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA DE MARFIL
Nunciatura Apostólica, Abiyán
Domingo 11 de mayo de 1980
Queridos hermanos en el Episcopado:
Desde ayer tarde estamos reunidos en medio de vuestro pueblo. Ahora me dispongo a pasar unos momentos con vosotros para tener una especie de coloquio familiar. ¡Estamos en familia!
No olvido que vuestras nueve diócesis son bastante diversas entre sí, por lo que respecta a la implantación de la Iglesia. Hablaré para todas en general.
1. Ante todo, comparto con vosotros la alegría por la vitalidad de la Iglesia en Costa de Marfil y doy gracias a Dios por ella. Ha habido, sin duda, condiciones exteriores favorables: la paz, el carácter hospitalario y cortés de sus habitantes, un sentido religioso innato, como es frecuente en África. Pero lo debemos sobre todo a los hombres destacados en la fe, al celo de esos adelantados que fueron los misioneros, a las iniciativas numerosas y perseverantes que tuvieron. Lo debemos hoy a vosotros mismos, queridos hermanos, cuya dedicación ardorosa e inteligente conozco bien. Habéis creado un excelente clima de colaboración entre el clero africano y los numerosos sacerdotes y religiosos que, gracias a Dios, continúan su ayuda. Tratáis, también de que vuestros laicos tomen conciencia de sus responsabilidades en el plan apostólico y material. Y manteniendo cuidadosamente una liturgia y una vida cristiana verdaderamente dignas, no dejáis de afrontar los múltiples problemas pastorales que surgen.
2. Me permito subrayar algunos de esos problemas, no para aportar soluciones, que son objeto de vuestra reflexión y acuerdos mutuos, sino para manifestaros el interés que tengo por vuestro ministerio episcopal.
Pienso, por ejemplo, en las grandes poblaciones de Abidján, de Bouaké, donde confluyen, en número considerable, loS recién llegados de las aldeas rurales y también emigrantes de los países cercanos. ¿Cómo conseguir que la Iglesia esté bien presente en esos nuevos barrios y nuevos ambientes? Hay allí pobres de toda índole, los desarraigados, los pequeños, a quienes debemos una presencia y un cuidado particular, a ejemplo de Cristo. Hay también una minoría selecta, los dirigentes, que tienen necesidad de una reflexión cristiana más profunda, a nivel de su cultura y de sus responsabilidades, primero para no quedar al margen de la Iglesia, y también para participar en el desarrollo más armonioso del país. Porque hay que promover una justicia social, frente a los privilegios de fortuna o de poder, a desigualdades demasiado grandes, a tentaciones de enriquecimientos excesivos, a veces de corrupción, como vosotros mismos lo decís. La Iglesia debe ayudar a los responsables a no instalar entre vosotros ciertos modelos de vida occidental que tienden a infundir en las personas y en las familias el materialismo, el individualismo y el ateísmo práctico, y a dejar a su propia suerte a muchos marginados.
Os preocupáis también de la multitud de jóvenes y de estudiantes. En el marco de las parroquias, de las escuelas, ellos necesitan una pastoral especializada y muy concretamente una catequesis, en la que sería indudablemente bien acogida la ayuda de los mayores. Habéis hecho mucho por las escuelas católicas, en un país que no debería haber conocido los miasmas del laicismo occidental, y tenéis razón. La puesta en juego de la juventud estudiantil es muy grande: ¡Ojalá podamos poner a su disposición la asistencia religiosa que tanto necesita!
Los catequistas siguen siendo los colaboradores indispensables de la evangelización y a buen derecho os preocupáis de darles una formación inicial y continua, apropiada a las necesidades de las diversas comunidades y de los diferentes ambientes. A ello me he referido muchas veces a la largo de este viaje. Conviene formar también educadores, sacerdotes, religiosas y laicos, que realicen estudios religiosos más profundos, teniendo en cuenta su cultura africana. La evangelización sacará gran provecho de sus servicios cualificados, en el plano teológico y apostólico. Conozco la excelente labor que sigue haciendo aquí el instituto Católico de África Occidental, que acabo de visitar. Es también una suerte para vosotros.
La pastoral familiar es especialmente importante; no ignoro los problemas difíciles que suscita. Ya hablé de ello en Kinshasa. Os corresponde a vosotros, los obispos, resolverlos de común acuerdo, firmemente convencidos de que, partiendo del Evangelio y teniendo en cuenta la experiencia secular de la Iglesia, expresada por el Magisterio universal, y gracias a una paciente formación de los futuros esposos, es posible a los matrimonios africanos vivir, con una especial intensidad, el misterio, de la Alianza, cuyo origen y símbolo siguen siendo la alianza de Dios con su pueblo, y la alianza de Jesucristo con su Iglesia. De esas familias cristianas se recabarán beneficios profundos y duraderos, incluso para la fe de los jóvenes y para las vocaciones.
Vuestras comunidades católicas deben también entablar relaciones adecuadas con las otras comunidades cristianas, con los musulmanes, con los otros grupos religiosos. Pero, sobre todo, tenéis también ante vosotros un inmenso campo de evangelización: los que siguen estando disponibles para el anuncio del Evangelio en las villas y aldeas. Ese es un apostolado propiamente misionero que hay que continuar.
3. Todo esto tiene su valor, su importancia y resulta muy difícil para mí indicaros las prioridades en estos sectores de apostolado. Sin embargo, creo que os conviene, sin descuidar nada, analizar conjuntamente los planes pastorales para hacer converger los esfuerzos en lo esencial, en las direcciones precisas, dedicándoos a ello con perseverancia.
Por mi parte, quisiera solamente confirmar vuestras convicciones sobre algunas actitudes fundamentales.
Ante todo, por lo que respecta a vuestro ministerio episcopal. Conocéis mejor que nadie sus exigencias. San Pablo nos ha advertido que ser ministros de Cristo, con la mirada puesta en el Evangelio, es exponerse a incomprensiones y tribulaciones. Como dice uno de vuestros proverbios, "el árbol situado al borde del sendero recibe golpes de todos los que pasan". Pero yo os auguro también grandes consuelos espirituales. Seguid siendo jefes espirituales y al mismo tiempo padres para vuestro pueblo, a ejemplo de Cristo a quien servís. Permaneced desligados claramente de todo poder profano, sin dejar de reconocerle su competencia y su responsabilidad específica. Continuad suscitando una amplia colaboración entre vuestros sacerdotes y vuestros laicos, para examinar los problemas y asociarlos a vuestras decisiones. Por encima de todo, mantened entre vosotros una estrecha cohesión y una auténtica colaboración, así como con los demás obispos de África Occidental. Ah, sí; vivid muy unidos en solidaridad inquebrantable, entre vosotros y con la Santa Sede. Esa es vuestra fuerza.
Insisto especialmente en vuestros sacerdotes, vuestros colaboradores natos, sean indígenas o venidos de lejos. Forman todos un mismo presbiterio, una misma familia. A veces se hallan dispersos, en un apostolado difícil. Y tienen una especial necesidad de sentir vuestro apoyo, vuestra proximidad, vuestra presencia amistosa, vuestro aprecio de su trabajo, vuestro aliento para una vida sacerdotal digna y generosa. Y esto fomentará también las vocaciones.
Porque yo quiero estimular lo más posible la atención que dedicáis a suscitar vocaciones sacerdotales y religiosas, a procurar a los jóvenes y a los seminaristas mayores una formación que les proporcione el gusto del Evangelio, una fe sólida, y el deseo de responder al llamamiento de Cristo y de servir a la Iglesia de modo desinteresado, para satisfacer todas las necesidades de las comunidades cristianas y también para la evangelización. Pablo VI dijo en Uganda en 1969: "Vosotros sois vuestros propios misioneros". Cada vez es más necesario esto para vosotros. Ya se ha dado el paso, a nivel de Episcopado; conviene prepararlo también a nivel de sacerdotes. aunque, como fundadamente espero, podréis disponer durante largo tiempo todavía de sacerdotes puestos a vuestro servicio por otras Iglesias o congregaciones religiosas. En fin, yo iría incluso más lejos en el camino "misionero": toda vuestra Iglesia debe hacerse misionera —sacerdotes, religiosas, laicos y aun las mismas comunidades— para la acogida, el testimonio y el anuncio explícito entre quienes ignoran todavía el Evangelio, tanto en este país como en otros países de Europa.
4. Estas actitudes, como las diferentes obras pastorales que hay que promover, no deben hacernos perder de vista, queridos hermanos, lo esencial: la presencia entre nosotros de Cristo, que actúa con nosotros y por nosotros en la medida en que le dediquemos nuestra vida, nuestras preocupaciones, nuestras esperanzas, en una oración incesante. Ayudad a todos vuestros colaboradores para que se adiestren en esa llama de la vida espiritual, en ese amor de Dios, sin el cual no seríamos otra cosa que címbalos que retiñen. Precisamente en estos tiempos en que vuestra sociedad de Costa de Marfil se halla en rápida expansión económica y cultural, con todas sus posibilidades, pero también con las tentaciones materialistas que lleva consigo, se trata de asegurar un alma a esta civilización. Y sólo las personas espirituales podrán arrastrarla hacia un sentido profundamente cristiano que sea al mismo tiempo profundamente africano. ¡Que Nuestra Señora abra nuestros corazones al Espíritu de su Hijo! Recibid mi afectuosa bendición.
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