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VISITA PASTORAL A FRASCATI

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
CON LOS JÓVENES


Oratorio salesiano de la Virgen de Capocroce
Lunes 8 de septiembre de 1980

 

Después de oír la ejecución de varias composiciones por parte de una banda formada por jóvenes el Santo Padre decidió no leer el discurso preparado, que, por otra parte, los chicos podrían leer en L'Osservatore Romano, e improvisó este discurso:

El obispo, que aquí es nuestro superior, al llegar a esta reunión me ha hecho pasar por el pasillo central para ver de cerca a esta juventud reunida para estar con el Papa. Y he de decir que he visto a jóvenes muy distintos, comenzando por los que sólo tienen unos meses de vida, hasta los que ya cuentan 60, 70 y 80 años de edad. Y os doy las gracias, porque es joven no sólo el que tiene pocos años, sino el joven de espíritu entre los más viejos, por ejemplo yo. También ellos pueden sentirse jóvenes y serlo, si son jóvenes de espíritu. Esta es la primera constatación, el primer punto de este discurso improvisado...

El segundo punto que quiero tratar concierne el tema tratado por el sacerdote responsable de la pastoral juvenil, por el obispo y también por los representantes de los grupos juveniles implicados en la pastoral de la diócesis. Han intervenido sólo tres, pero en el programa figuraban otros que iban a hablar de los campos de la cultura, enseñanza, liturgia, misiones, del Oratorio, etc. De los títulos de las intervenciones de esta juventud de Frascati deduzco que habéis entrado de verdad en la óptica del Concilio Vaticano II. El Concilio Vaticano II os dice en líneas generales que vivir la fe cristiana, ser creyente, ser cristiano quiera decir entrar en la misión de la Iglesia, compartir la misión de la Iglesia. No se puede ser cristianos ausentes, hay que estas presentes y responsabilizarse, como la juventud de Frascati. Y los títulos de las intervenciones dan a entender que los jóvenes de la diócesis están seriamente orientados según la definición de la fe y del ser cristiano enunciada por el Concilio Vaticano II. Esta es la segunda constatación.

Y después debo daros las gracias por los varios dones que me habéis traído; pero más que por los dones que pueden considerarse visibles, materiales, os agradezco el afecto manifestado a través de esos dones. Y éstos no son sólo los que habéis presentado, sino también los que integran nuestra reunión, es decir, vuestra presencia, la preparación del encuentro, los cantos y el gozo. Quiero subrayar los artísticos cantos del grupo "Mini-mini', después, los de la banda de música de la parroquia. Todo ello integra, como he dicho, la realidad de nuestro encuentro, de nuestra comunión, de la reunión espiritual —diría yo— de esta noche. Esta comunión espiritual es casi un fundamento para la Eucaristía. Sabéis ya que los primeros cristianos se reunían después de la Eucaristía en un ágape, o cena, o comunión fraterna, o mejor, expresión humana de la comunión fraterna. Pienso que esta reunión ha tenido el carácter del ágape de los antiguos cristianos, y de ello debo daros las gracias.

Las últimas palabras que deseo dirigiros nos remontan al comienzo de nuestra fiesta de boy que, como sabéis, es la fiesta de la Natividad de la Virgen María. Cuando nace un hombre, un niño, claro está que hay motivo de gozo; y en la fiesta de hoy se alegra la Iglesia, goza en su liturgia y su espíritu. Todos sentimos la fiesta, la vivimos. Yo estoy muy contento de haber celebrado y vivido esta fiesta con vosotros, tusculanos de Frascati. Es la fiesta del hombre, la fiesta de la Natividad, del nacimiento de un ser humano. A todos, pequeños y mayores, os deseo que seáis siempre jóvenes de espíritu; si somos jóvenes de espíritu, el Espíritu Santo trabaja en nuestros corazones y los visita, actúa en nosotros. De esta manera era siempre joven María y sigue siéndolo en la gloria de loa cielos. A todos deseo esta Juventud, también a los más viejos y a mí mismo. Jóvenes de Frascati: ¡Animo!".

 

(Texto del discurso preparado)

Queridísimos jóvenes:

Me siento feliz al encontrarme en medio de vosotros, queridos jóvenes de Frascati, que pertenecéis al Grupo Catequístico Diocesano, a la Acción Católica y a los Movimientos de GEN y de Comunión y Liberación. Os habéis reunido aquí para el ya acostumbrado diálogo con el Papa, acompañados de otros muchos jóvenes en representación también de tantos muchachos y muchachas que colaboran con vosotros en el esfuerzo de construir una sociedad viva, animada por el amor de Cristo. Y en el nombre y en el signo victorioso de Cristo os dirijo hoy mi saludo paterno y alegre a cada uno de vosotros, en esta plaza que se ha convertido en jardín de jubilosas esperanzas.

Recibid mi agradecimiento por este encuentro que, como en cada una de las otras ocasiones, ocupa un puesto central en mi visita a la comunidad eclesial de Frascati, y que en las circunstancias de hoy está animado también por vuestras sinceras y valientes intervenciones. Efectivamente, he escuchado con gran satisfacción las noticias que me habéis dado sobre vuestro compromiso de conocer y hacer conocer a Cristo en el ambiente que os rodea, a través de planes siempre renovados y actualizados de evangelización, proyectos de nuevos incrementos de vida cristiana en los diversos estratos del tejido social, y válidas aportaciones de concreto testimonio de fe. Gracias, queridos jóvenes, por todo lo que hacéis, con miras a ofrecer un mensaje de alegría y de confianza a una sociedad, a veces envilecida u obscuramente exasperada por sus mismas contradicciones interiores. Es una gran misión la vuestra, que la Iglesia quiere sostener, animar y estimular, en nombre del Evangelio que es la buena noticia y, por lo tanto, anuncio de salvación. y de perenne felicidad del corazón.

1. La Iglesia tiene el mandato, confiado a las débiles fuerzas de hombres frecuentemente frágiles e imperfectos, de comunicaros auténticamente a Cristo en su Palabra divina y en su vida, a través de la liturgia y de los sacramentos, a fin de que podáis asumir vuestras futuras responsabilidades, vuestras decisiones importantes, con el espíritu y con la actitud de Cristo. Así estaréis en disposición de influir, también mediante el ejercicio de vuestras tareas personales, sobre la actuación de los otros y en el deseado cambio de la convivencia civil..

Se os ha pedido aprender desde ahora el arte, difícil y a la vez apasionante, de afrontar los desafíos actuales, presentados por el compromiso terrestre cotidiano, a la luz de la cruz y de la resurrección de Cristo, con una entrega que tampoco excluye el sacrificio total de vosotros mismos, y que está abierta, simultáneamente, y con toda certeza, a una aurora luminosa de renovación, que no podrá faltar, porque la nuestra es una esperanza que no defrauda (cf. Rom 5, 5).

Como ya dije, el pasado octubre, a los 20.000 jóvenes reunidos en el Madison Square Garden de Nueva York: "Cuando os preguntéis por el misterio de vosotros mismos, mirad a Cristo, que es quien os da el sentido de la vida. Cuando os preguntéis qué es lo que significa ser una persona madura, mirad a Cristo, plenitud de humanidad. Y cuando os preguntéis por vuestro papel en el futuro del mundo..., mirad a Cristo. Sólo en Cristo podréis realizar vuestra potencialidad de hombres y de ciudadanos" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de octubre de 1979, pág- 6).

2. Mientras la Iglesia tiene la misión de formar a Cristo en vosotros, para que podáis alcanzar la plena madurez del hombre en El, que es el Hombre perfecto y al mismo tiempo el Hijo de Dios, vosotros, por vuestra parte, acogiendo sus palabras de vida, encarnáis cada vez más a fondo en vosotros el misterio mismo de la Iglesia, entráis a formar parte de ella, asumís su suerte y sus destinos, y estáis así llamados a prestar un servicio a la Iglesia y, juntamente, a los hermanos. Sois interpelados, de las formas más diversas, en sintonía con las propensiones interiores de vuestro corazón, para servir, en la verdad y en la caridad, a cuantos sufren aún por su debilidad y por la fatiga del largo, incierto caminar.

Recordemos juntos a este respecto, cuanto dijo Jesús durante la última Cena, después del lavatorio de los pies: "Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque os he dado el ejemplo, para que vosotros hagáis también como yo he hecho" (Jn 13, 14-15). Y San Pablo traduce este mandato de Cristo con las siguientes palabras: "Los fuertes debemos sobrellevar las flaquezas de los débiles, sin complacernos a nosotros mismos..., que Cristo no buscó su propia complacencia" (Rom 15, 1. 3). Queridos jóvenes, vosotros y yo, y todos nosotros juntos formamos la Iglesia y estamos llamados a "complacer al prójimo para su bien, para su edificación" (Rom 15, 2), ofreciendo a todos "el sublime conocimiento de Cristo Jesús" (Flp 3, 8), en quien únicamente está el verdadero amor del hombre y la plenitud de la vida.

3. Y ahora mi invitación a mirar a Cristo para prestar un servicio a los hermanos, asume un significado preciso que someto a vuestra reflexión: la Iglesia tiene necesidad de vosotros.

Vosotros estáis convencidos de ello. La Iglesia espera mucho de vosotros, aún más, la Iglesia depende de vuestro compromiso en testimoniar a Cristo y en transmitir a los otros el Evangelio. Vosotros, que sois "Iglesia", no podéis sustraeros a la llamada, que se justifica por vuestra formación católica, a colaborar con todos los medios en la difusión del Evangelio. Se espera de vosotros este servicio. Pero servir a la Iglesia quiere decir aceptar su constitución jerárquica y espiritual a la vez, y por lo tanto, sentirse parte de una ordenada ensambladura cuyo gobierno ha sido confiado a los Pastores que Cristo elige incesantemente como Sucesores de los Apóstoles. No puede haber servicio auténtico, eficaz, duradero, sin unión de propósitos y de iniciativas con el obispo diocesano, a fin de cooperar a su obra pastoral en beneficio de toda la comunidad eclesial.

Esta obra impone particulares opciones prioritarias, exige un desarrollo coordinado en el tiempo y en el espacio, debe ser defendida de muchas insidias. Todo esto requiere la vigilancia, la protección y el gobierno del obispo, a quien debe corresponder vuestra confiada y obediente colaboración. Debéis servir a la Iglesia en la Iglesia, en comunión de amor y de disciplina con los Pastores legítimamente constituidos.

Hay además un servicio especialísimo, que es el que presta el sacerdocio ministerial, tarea sublime que asegura entre los hombres la continuidad de la obra redentora de Cristo. La Iglesia tiene necesidad de hombres que garanticen a los propios hermanos un servicio de vida, altísimo y exaltante, el de ser depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos vivos de perdón y de gracia, ministros de la Palabra que salva.

Queridos jóvenes, hoy Jesucristo os dirige, por medio de su Vicario, la llamada a seguirlo con entrega irrevocable y total, para ser sus representantes vivos y continuadores de su ministerio de redención entre las muchedumbres que anhelan la salvación. Es una llamada que se dirige a vuestra libertad y a vuestra generosidad. Yo confío firmemente que la voz de Jesús penetre en el corazón, se identifique con las esperanzas, anime las perspectivas interiores de los más generosos entre vosotros. Vuestra respuesta a su invitación no es sólo una prueba de valentía humana, sino también y sobre todo fruto auténtico de la eficacia de la gracia divina.

En la plegaria, pues, en la meditación, en el anhelo profundo de adheriros a Cristo Señor, es donde vosotros debéis confrontaros con esta vocación a prestar a la Iglesia, cuando el Señor llama, el sublime servicio del sacerdocio ministerial.

La Virgen Santísima, Madre de la Iglesia, cuya Natividad festejamos hoy, esto es, la aurora radiante y prometedora de la gran obra de la redención del hombre, os asista en vuestra reflexión, abra vuestro corazón a una auténtica entrega y os dé la valentía de asumir con confianza y alegría responsabilidades fecundas en el servicio de la Iglesia.

Os acompañe siempre mi afectuosa bendición.

(L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 21 de septiembre, 1980, pág- 8)

 



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