SALUDO DEL PAPA JUAN PABLO II
AL ALCALDE DE SUBIACO
Domingo 28 de septiembre de 1980
Señor alcalde:
Las nobles expresiones con que ha querido darme la bienvenida amablemente, haciéndose intérprete de los sentimientos de los miembros de la administración consistorial y de toda la población de Subiaco, son para mí motivo de aprecio sincero por el elevado sentido de hospitalidad que tanto distingue a esta tierra, bien conocida no sólo por su adhesión secular a la Sede Apostólica, como usted ha recordado acertadamente, sino también por los gratos recuerdos dejados aquí por la presencia de San Benito Abad. Doy las gracias, por tanto, a usted y a todas las autoridades religiosas, civiles y militares que se han unido a su homenaje deferente.
En este año dedicado al recuerdo de San Benito y de su hermana Santa Escolástica, después de haber visitado Nursia, ciudad natal de los dos Santos, y Montecassino, considerada la casa madre de la Orden benedictina, no podía dejar de venir en peregrinación piadosa aquí a Subiaco, donde San Benito pasó gran parte de su existencia terrena y se entregó al ejercicio de la perfección evangélica, es decir, "la escuela del servicio del Señor" que pronto se iba a extender y derramar en las comunidades de los trece primeros monasterios fundados por él en los montes circundantes y a lo largo del valle del Aniene.
Con el santuario de la santa gruta, con su verdor, su paz y sus límpidas aguas, Subiaco sigue siendo siempre un lugar privilegiado sin haber perdido nada de sus antiguos atractivos que enmarcaron la figura solitaria y social a la vez del gran fundador del monaquismo de Occidente. Aquí se reformó a sí mismo para reformar luego la sociedad, aquí maduró su espíritu la gran revolución que encontraría más tarde expresión cabal en la regla, escrita en Montecassino, pero concebida y madurada en lo hondo de su corazón y en la soledad de estos lugares que ahora ya son sagrados para la devoción del pueblo cristiano.
Por consiguiente, se puede hablar de Subiaco como la cuna en cierto modo del espíritu benedictino que a penetrar y fermentar en pueblos enteros, hasta hacerles sentirse unidos en una sola cultura, y una misma fe. En efecto, fue. un hombre que supo armonizar alma y cuerpo, naturaleza y gracia, social y espiritual, viejo y nuevo, hasta el punto de crear una civilización nueva casi sin preverlo, quizá, la civilización cristiana: Porque como ya dije en Nursia: «En una época de profundos cambios, cuando la antigua organización romana se derrumbaba y una sociedad nueva estaba a punto de nacer bajo el impulso de nuevos pueblos que surgían en el horizonte de Europa, San Benito asumió responsablemente su propio papel, que fue preeminente y de empeño no sólo religioso, sino también social y civil. Promovió el cultivo racional de las tierras, contribuyó a la salvaguardia del antiguo patrimonio cultural literario, influyó en la transformación de las costumbres de los llamados bárbaros... Y todo ello a nivel no de un mezquino y entonces desconocido nacionalismo, sino de dimensión continental a través de sus monjes, por lo que justamente mi predecesor Pablo VI lo proclamó "Patrono de Europa"» (cf. L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 30 de marzo de, 1980, pág. 11).
Y precisamente para venerar a tan gran Patrono han venido hoy en peregrinación a Subiaco los representantes de las Conferencias Episcopales de Europa. Celebrando junto con el Papa el centenario benedictino, quieren dar gracias al Señor de cuanto ha dado a Europa por medio de San Benito y presentar de nuevo sus enseñanzas a fin de recuperar la dimensión de lo divino en toda realidad terrena.
A la vez que hago votos por 1a prosperidad y bienestar de esta ciudad reconstruida con tesón y generosidad después de las devastaciones de la guerra, con estos sentimientos imploro el patrocinio de San Benito sobre todos los habitantes y bendigo a todos en el nombre del Señor.
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