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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ORDEN DE LOS CABALLEROS DEL SANTO SEPULCRO


Jueves 26 de marzo de 1981

 

Señor cardenal,
excelencias,
ilustres señores:

1. Me alegra el dirigiros una breve pero cordial palabra de saludo y bienvenida a este encuentro familiar, con ocasión de vuestra reunión en Roma, en calidad de miembros del Gran Magisterio de la Orden de los Caballeros del Santo Sepulcro de Jerusalén.

Agradezco vivamente las expresiones amables que el cardenal Maximilien de Furstenberg, haciéndose intérprete de vuestros sentimientos comunes, me ha querido dirigir.

Pero os expreso sobre todo sincera complacencia por la amplia y articulada actividad que vosotros, con la diligente colaboración de más de 10.000 caballeros y damas, miembros de la Orden, desarrolláis para ir al encuentro de las necesidades espirituales y sociales de los cristianos residentes en Tierra Santa: necesidades realmente graves que no pueden dejarnos indiferentes, como ya recordé el domingo pasado durante el rezo del Ángelus.

2. En particular, he visto también con gran satisfacción, la relación en la que me habéis presentado los esfuerzos realizados por vosotros para ayudar a las obras e instituciones del Patriarcado Latino de Jerusalén; a las escuelas católicas, entre ellas la universidad de Belén, el seminario patriarcal; y a los hospitales esparcidos por toda la región.

Que el honor que os deriva del hecho de pertenecer a vuestra Orden Ecuestre, os haga sentir cada vez más la importancia y la responsabilidad de distinguir vuestro esfuerzo con una vida ejemplarmente cristiana y con una adhesión coherente, generosa y desinteresada a Cristo y a la Iglesia. De tal manera, enriquecéis realmente vuestra Orden con méritos eximios y con verdadera gloria, y daréis ante el mundo la mejor confirmación de su razón de existir y de actuar.

3. Por mi parte, siguiendo las huellas de mis venerados predecesores, os confirmo mi aprecio y os aliento a que continuéis incansables en la obra benéfica, que coincide con mis solicitudes hacia aquella tierra santificada por el paso del Señor y de sus Apóstoles, y hacia la cual se dirige cotidianamente en la oración mi pensamiento y mi corazón.

Con estos sentimientos y con estos deseos os auguro todo éxito en vuestro empeño y os imparto la propiciadora bendición apostólica, que de buen grado extiendo a todos los miembros de vuestra Asociación.

 



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