DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS REPRESENTANTES DE MEDIOS DE COMUNICACIÓN SOCIAL
Madrid, martes 2 de noviembre de 1982
Queridos amigos, representantes de medios de comunicación social:
1. Recibid ante todo mi cordial saludo, lleno de estima hacia la importantísima función que desarrolláis en la sociedad moderna.
Mañana encontraré brevemente a los numerosos periodistas y profesionales de la televisión que cubren la información de mi viaje a España.
Ahora quiero entretenerme con vosotros, que representáis los centros programadores, colectores y difusores de esa ingente actividad del complejo mundo de la comunicación en sus varias formas. Un mundo de importancia capital en la vida de nuestro tiempo, por la delicadeza y extensión del fenómeno al que se refiere.
En efecto, a través de los organismos que dependen de vosotros, podéis recoger y ponderar el latido vital de nuestras sociedades. Transmitiendo esa “historia diaria”, y haciéndola en parte, a tantos millones de personas. Es un hecho que se nos hace habitual, pero no por eso resulta menos espectacular. Hoy el mundo es con frecuencia una inmensa audiencia y un único público, unido en torno a los mismos acontecimientos culturales, deportivos, políticos y religiosos.
La información y cultura han creado la necesidad de potenciarlas, y vosotros os dedicáis a esa hermosa tarea. Un servicio de incalculable trascendencia. Por las posibilidades enormes que encierra y la necesidad de no limitarse a informar, sino de promover los bienes de la inteligencia, de la cultura y de la convivencia, creando a la vez una recta opinión pública, tal como solicita el Concilio Vaticano II (Cfr. Inter Mirifica, 8).
2. He pronunciado una palabra bien pensada: servicio. Porque, en efecto, con vuestro trabajo servís y debéis servir la causa del hombre en su integridad: en su cuerpo, en su espíritu, en su necesidad de honesto esparcimiento, de alimento cultural y religioso, de correcto criterio moral para su vida individual y social.
Se trata de una noble misión que enaltece a quien la ejerce dignamente, porque presta una valiosísima contribución al bien de la sociedad, a su equilibrio y enriquecimiento. Por eso la Iglesia atribuye tanta importancia al sector de la comunicación social y de transmisión de la cultura. Por ello no duda en invitar a los cristianos a adquirir la necesaria competencia técnica, y trabajar con buena conciencia en ese sensible campo, donde están en juego tan altos valores.
Al hacer con vosotros estas reflexiones, no puedo menos de pensar en que hay mucho de común entre vuestra misión y la mía, en cuanto servidores que somos de la comunicación entre los hombres. Me corresponde a mí, de manera singular, transmitir a la humanidad la Buena Noticia del Evangelio y con ella el mensaje de amor, de justicia y paz de Cristo. Valores que tanto podéis favorecer vosotros, en vuestro esfuerzo por hacer un mundo más unido, pacífico y humano, donde brille la verdad y la moralidad.
3. Un sector que tan de cerca toca la información y formación del hombre y de la opinión pública, es lógico que tenga exigencias muy apremiantes de carácter ético. Entre ellas están la de que quienes se dedican a la comunicación “conozcan y lleven a la práctica fielmente en este campo las normas de orden moral”(Ibid. 4), y que “la información sea siempre verdadera”, respetando “escrupulosamente las leyes morales y los legítimos derechos y dignidad del hombre” (Ibid. 5).
Así, desde una dimensión antropológica no reductiva, se podrá ofrecer un servicio de comunicación que responda a la verdad profunda del hombre. Y en la que las normas de la ética profesional hallen su sentido de convergencia con la Verdad que aporta el cristianismo.
La búsqueda de la verdad indeclinable exige un esfuerzo constante, exige situarse en el adecuado nivel de conocimiento y de selección crítica. No es fácil, lo sabemos bien. Cada hombre lleva consigo sus propias ideas, sus preferencias y hasta sus prejuicios. Pero el responsable de la comunicación no puede escudarse en lo que suele llamarse la imposible objetividad. Si es difícil una objetividad completa y total, no lo es la lucha por dar con la verdad, la decisión de proponer la verdad, la praxis de no manipular la verdad, la actitud de ser incorruptibles ante la verdad. Con la sola guía de una recta conciencia ética y sin claudicaciones por motivos de falso prestigio, de interés personal, político, económico o de grupo.
4. Para las personas de vuestra profesión existen numerosos textos deontológicos, la mayoría elaborados con gran sensibilidad ética. Ellos os animan a respetar la verdad, a defender el legítimo secreto profesional, a huir del sensacionalismo, a tener muy en cuenta la formación moral de la infancia y de la juventud, a promover la convivencia en el legítimo pluralismo de personas, grupos y pueblos.
Yo os aliento también a pensar en estos temas, no ya como protagonistas de la comunicación, sino como usuarios, como receptores. Pensad en vuestras familias y en vuestros hijos, receptores asimismo de un gran número de mensajes; algunos de los cuales no edifican, no construyen, sino que transmiten una idea degradada del hombre y de su dignidad, en aras quizá del permisivismo sexual, de la ideología de moda, de una crítica antirreligiosa de viejos resabios o de una cierta condescendencia ante fenómenos como la violencia.
No olvidéis nunca que de vuestra actuación depende a veces, al menos en buena parte, la conducta moral de tantos hombres y mujeres, en vuestra nación y aun fuera de ella. Según vuestro comportamiento, según el “producto” que aceptáis, pedís a vuestros colaboradores u ofrecéis, será motivo de mérito o de recriminación. Y nunca será algo exento de valoración moral, ante Dios, ante vuestra conciencia y ante la sociedad.
5. No puedo terminar este coloquio sin dirigir una palabra más específica a los sacerdotes, religiosos y laicos católicos aquí presentes, responsables de entes de comunicación de la Iglesia en los diversos campos.
Sabéis que vuestros Pastores siguen con interés y cariño esta preciosa actividad, imprescindible para que se oiga la voz de la Iglesia en la opinión pública, a través de esos medios de comunicación y cultura creados por la propia jerarquía, alguna familia religiosa, secular o por grupos católicos.
Muchas veces, por vuestra condición concreta y por el medio en el que trabajáis, los destinatarios de vuestros servicios pueden pensar que sois de un modo o de otro la voz de la Iglesia o de vuestros prelados. Ello os impone una mayor responsabilidad. De ahí la necesidad de afinar la sensibilidad, para identificarse plenamente, en las cuestiones fundamentales, dogmáticas y morales, con la auténtica voz del Magisterio, desde una actitud de amor a la Iglesia y de colaboración leal con ella. Sólo así se hace la labor constructiva, solo así se evita disolver el mensaje cristiano y confundir a los fieles con tomas de posición inaceptables o con críticas destructivas.
6. Queridos amigos: Permitidme que, con profunda estima y respeto por vuestra justa libertad, os aliente en vuestra alta misión humana y cristiana. La de servidores del hombre, hijo de Dios, y, cada vez más, ciudadano del mundo. La Iglesia aprecia y respeta vuestra labor. Pide también el respeto del vasto sector de la comunicación.
Que Dios bendiga vuestro trascendental trabajo y vuestra vida. Esta es mi oración por vosotros, por vuestras familias y por todos los que sirven la dignidad del hombre en la noble causa de la verdad.
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