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DISCURSO DE JUAN PABLO II
AL SEGUNDO GRUPO DE OBISPOS MEXICANOS
EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»

Viernes 28 de octubre de 1983

 

Queridos Hermanos en el episcopado:

1. Después de haber conversado con cada uno de vosotros durante los días anteriores, me proporciona gran alegría recibiros hoy en grupo, para manifestaros algunas reflexiones que me han sugerido los encuentros individuales.

Os veo aquí, en este centro de la Iglesia, llegados de diferentes regiones de México al impulso de un mismo propósito: renovar por la “ visita ad limina ” la conciencia de ser Pastores de una Iglesia universal, unida en Cristo.

Al escuchar vuestras relaciones particulares, he percibido el celo que os anima para trabajar por el Reino de Dios en medios difíciles y ante situaciones no siempre favorables; pero urgidos, como Jesús, por la interpelación de las multitudes que gimen ante vuestros ojos, buscando en cada uno de vosotros al Pastor y guardián de sus almas. 

Esta reminiscencia del Evangelio me lleva a recordar ahora los momentos de mi primer viaje apostólico, cuyo destino fue precisamente vuestra amada patria. Están frescas en mi memoria las imágenes de los diversos encuentros con el pueblo mexicano en la Catedral Metropolitana, en la Basílica de Guadalupe, en Puebla, Oaxaca, en Guadalajara, en Monterrey. Veo todavía la muchedumbre de niños, de jóvenes, de obreros, de campesinos, de indígenas, de sacerdotes, de religiosas, de seminaristas, que recibieron al Papa con tanta fe y afecto. Siento aún el palpitar de su devoción a la “ Madre de Dios por quien vivimos ”. Y al recordarla como Primera Evangelizadora de México y de América, paso al tema principal de mi reflexión de hoy: es preciso desarrollar por la catequesis el kerigma fundamental orientado a Cristo, pronunciado por Santa María de Guadalupe y recibido por vuestro querido pueblo en la predicación misionera.

2. La catequesis constituye el campo propio de la Iglesia, por lo que hace a la educación popular. La catequesis “ ilumina y robustece la fe, nutre la vida con el Espíritu de Cristo, conduce a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y excita a la acción apostólica ”. 

Yo sé que en vuestras Iglesias locales habéis concedido un lugar privilegiado a la catequesis. Pero un pueblo de jóvenes como es México, requiere una expansión cada vez más amplia del mensaje catequístico y una constante renovación de los métodos, así como una permanente formación de formadores, cuidando siempre de conservar la pureza de la enseñanza contenida en la Biblia y en el Magisterio.

3. Para vosotros es especialmente importante la catequesis en las parroquias, en las casas pastorales, en las comunidades de base, en las familias. También en esto es necesario explotar las reservas de vida cristiana que hay en tantas familias mexicanas. Pero no debéis omitir la presentación humanista del mensaje cristiano en otros niveles de comunicación, como una aportación al enronquecimiento de una cultura cuyo núcleo esencial es católico.

La Conferencia de Puebla reconoció que “la catequesis no logra llegar a todos los cristianos en medida suficiente, ni a todos los sectores y situaciones; amplios ámbitos de la juventud, de las élites intelectuales y del mundo obrero, de las fuerzas armadas, de los ancianos y de los enfermos...” carecen de catequesis.  Y una carencia semejante empobrece la fe, debilita la unidad y expone, sobre todo al pueblo humilde, a convertirse en campo abierto a la siembra de errores, en torno a los cuales proliferan las sectas.

Por esto es preciso, amados Hermanos obispos, renovar los esfuerzos para que la catequesis no se quede tan sólo en los niveles infantiles, como preparación inmediata a los sacramentos de la iniciación cristiana. Es preciso acompañar al joven durante las diversas etapas de su desarrollo intelectual, para que en la Sagrada Escritura, en la Catequesis y en la Ética Social Cristiana pueda encontrar la solución que ofrecen Cristo y su Iglesia a los problemas individuales y sociales. Y de ahí, por medio de la catequesis permanente, es preciso seguir acompañando al hombre en las diversas coyunturas de su vida.

4. Para todo esto es imprescindible contar también con la fuerza de los laicos, a quienes corresponde la responsabilidad de llevar a todos los ambientes el vigor evangélico de los valores del Reino. Su vocación específica los coloca en el corazón del mundo. Su campo propio es el vasto mundo de la cultura, de los medios de comunicación social, de la política, de lo socioeconómico. Estructuras a las cuales deben servir, sin descuidar otras realidades también necesitadas del Evangelio, como son la familia, la educación, el trabajo. Ya lo recordaba mi antecesor Pablo VI, cuando escribía en la Evangelii Nuntiandi: “La tarea primera e inmediata de los laicos no es la institución de la comunidad eclesial –esa es función de los pastores–, sino el poner en práctica todas las posibilidades cristianas y evangélicas en las cosas del mundo”. 

Entre los laicos deben atraer vuestra atención los jóvenes, no sólo como objeto de la catequesis, sino como agentes. Yo tengo confianza en la juventud. En una forma clara he manifestado la esperanza que deposito en ella. El joven que ama y vive su fe, será el mejor transmisor de la palabra que la expresa. Será el mejor catequista.

5. Todo esto exige elaborar planes y programas de formación y acción catequética. No es este el momento de sugerirlo. En mi Exhortación apostólica Catechesi tradendae, he dictado normas que vosotros conocéis y ponéis en práctica.

Seguid adelante hasta encontrar, conforme a las exigencias de vuestras Iglesias locales, lo que más se acomode al medio y a la condición de los agentes. Pero que en todas partes se busque una “ catequesis integrada ”, como se dijo en Puebla,  recordando la enseñanza del Sínodo de los Obispos de 1977, proposición 11.

Hay que lograr, en efecto, una catequesis que sea conocimiento, celebración y confesión de la fe en la vida cotidiana:

– conocimiento de la Palabra de Dios, para lo cual será preciso unir los movimientos destinados al estudio de la Biblia con el movimiento catequístico nacional;

– celebración de la fe en los sacramentos, lo cual exige que los programas de renovación catequística no desconozcan las disposiciones universales y locales para la renovación de la liturgia;

– confesión de la fe en la vida cotidiana, que a su vez impone, sobre todo a los catequistas, un testimonio explícito de vida cristiana, de íntima adhesión al Papa, al Obispo y a la realidad de la Iglesia en que se vive, para que la fe sea en verdad una respuesta a los problemas sentidos por el hombre.

6. En esta línea de respuesta concreta desde la fe a los problemas vitales del hombre, quiero hacer ahora referencia a un tema muy importante para la vida del católico mexicano: la educación moral y religiosa en la escuela.

La Nación mexicana recibió en sus albores la fe cristiana junto con la educación y cultura. Bajo la guía de los Pastores, surgen en el siglo XVI centros de formación que han continuado su obra durante más de cuatro siglos. No es posible silenciar aquí una de las glorias de la Iglesia en México: la universidad pontificia, donde se formaron tantos hombres ilustres que mucho aportaron al bien de su patria. Con no pocos esfuerzos y dificultades, existen de hecho otras numerosas instituciones católicas donde se imparte enseñanza religiosa; y muchos son también los católicos que trabajan en centros oficiales.

Secundando, pues, los deseos de los padres de familia y de acuerdo con los derechos originarios e inviolables de aquéllos –recogidos también en la Declaración de los Derechos Humanos reconocida en vuestro país– la Iglesia no puede menos de ser fiel a su misión.

De ahí la necesidad de que los Pastores fomenten las auténticas vocaciones al apostolado educativo –que conserva toda su validez en el día de hoy y no debe ser abandonado por fáciles pretextos– tanto entre quienes se dedican a él desde la vida consagrada como entre los laicos. Para ello hay que promocionar tales vocaciones magisteriales, que transformen la sólida formación pedagógica en apostolado evangelizador.

Atención particular merecen los maestros procedentes del laicado y su formación; no sólo porque son la gran mayoría, sino porque a ellos corresponde una peculiar función de testimonio cristiano en la escuela, mediante su ejemplo y tarea.

Todo ello requerirá la unión de fuerzas y la ayuda mutua entre los diversos centros, así como la elaboración de un plan orgánico nacional de educación católica, a fin de dar cauce a los derechos legítimos y prestar una verdadera labor de servicio en beneficio del pueblo mexicano.

Pero la acción de la Iglesia no puede olvidar los otros ámbitos de la educación y formación de las nuevas generaciones, desde la escuela hasta la universidad. También a quienes asisten a centros no católicos procurará hacer llegar la formación moral y religiosa, dentro del justo respeto a la libertad de las conciencias. Una tarea y desafío para los Pastores y para las personas que colaboran con ellos en los Secretariados de Educación, que habrán de potenciarse en cuanto sea posible.

7. Hermanos Obispos: estamos reunidos al concluir el Sínodo sobre la Reconciliación y la Penitencia en la misión de la Iglesia. Quiero pues terminar estas palabras invitándoos a reconocer la necesidad de una profunda reconciliación del hombre consigo mismo, con Dios, con los hermanos y con la creación entera. Convertid vuestras Iglesias locales en centros de reconciliación y penitencia. Promoved la práctica del Sacramento del perdón, donde el hombre busca a Dios y Dios sale a su encuentro. Convertíos vosotros mismos en reconciliados-reconciliadores que den al mundo el testimonio vivo que hoy necesita para restablecer la paz.

Que María de Guadalupe, reconciliadora Ella misma para crear el mestizaje de dos pueblos y dos culturas, sea la constante inspiración de vuestra pastoral; que Ella os proteja y haga fecundos vuestros esfuerzos; y que, como primera Evangelizadora de América os ayude a seguir convirtiendo en “educación ordenada y progresiva de la fe” el mensaje guadalupano.

Termino agradeciéndoos vuestra visita. Con mi Bendición Apostólica para vosotros, para vuestras Iglesias locales y para las personas y proyectos pastorales que lleváis en vuestro corazón.

 



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