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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE ZAIRE
ANTE LA SANTA SEDE
*

Lunes 17 de marzo de 1986

 

Señor Embajador:

1. Me alegra muchísimo poder recibiros en esta casa donde encontraréis siempre una acogida cordial. Vuestra Excelencia se sitúa en la línea de los Embajadores de Zaire, sucediendo en particular al Señor Tshimba langa Shala-Dibwe, que se había familiarizado con la vida de la Santa Sede durante nueve años. A usted le deseo que la misión inaugurada hoy sea feliz y fecunda.

Acabáis de evocar, en términos que he apreciado mucho, lo que preocupa especialmente a vuestro País y a sus gobernantes, y lo que caracteriza la misión de la Santa Sede en el mundo y la de la Iglesia en Zaire. Os agradezco este testimonio.

Os agradecería además que asegurarais a Su Excelencia el Mariscal Mobutu Sese Seko Presidente de la República, mi consideración respetuosa y mis fervientes votos por el cumplimiento de su altísimo cargo. Guardo un recuerdo agradecido de la cordial acogida que me dispensó en agosto último a mi llegada a Kinshasa, así como en el marco familiar de su residencia.

2. A todo el pueblo de Zaire le reitero hoy también mi estima y mi afecto. En dos ocasiones he podido apreciar sobre el terreno la benevolencia de su hospitalidad, el fervor de su fe religiosa, su resolución de hacer frente con responsabilidad a los inmensos retos que se presentan a la comunidad nacional y a la Iglesia. Estoy seguro de que el ejemplo de la Beata Anuarite Nengapeta seguirá ayudando, no sólo a las religiosas y a todos los cristianos en su fidelidad intrépida al Evangelio, sino también al conjunto del pueblo zaireño, justamente orgulloso de esta compatriota mártir. Pues, como afirmaba yo mismo el 15 de agosto al final de la ceremonia de beatificación, en presencia de los más altos responsables civiles y religiosos: «Con tales hechos de valentía, de fidelidad a los compromisos, de santidad, es como se construye el honor de una nación, su madurez, su solidez, su unidad, su progreso..

3. Señor Embajador: Contribuid a afianzar y acrecentar las buenas relaciones que se han establecido entre la República de Zaire y la Santa Sede. Por ambas partes se tiene conciencia clara de que representan un gran interés para el bien del pueblo de Zaire, que se halla unido, en una proporción grande, a la fe católica.

Por una parte, la Santa Sede tiene viva conciencia de la pesada tarea que incumbe a los responsables del bien común de todos los ciudadanos de Zaire. Miramos con simpatía vuestro inmenso País, en el corazón del continente africano, rico por sus recursos de todo género, y más rico aún por la variedad de sus etnias; ha sabido hacer frente a los problemas difíciles que tiene cualquier país que accede a la independencia: mantener la unidad entre todas las poblaciones, asegurar los lazos entre regiones distantes en un vasto territorio, inculcar a todos el sentido patriótico y la dedicación a la nación. Las fiestas recientes del XXV aniversario de la independencia han puesto de relieve lo que, gracias a Dios, se ha realizado.

La Santa Sede, en unión con el Episcopado de Zaire, sigue haciendo votos para que este progreso se prosiga a todos los niveles –político, económico, social, moral, espiritual–, a fin de que se realicen las condiciones que permitan responder a las necesidades humanas fundamentales de todos los ciudadanos, y cada cual encuentre su sitio y ejerza su responsabilidad, aportando su propia contribución al bien general. El conjunto de todas estas condiciones, su promoción eficaz en la armonía y la libertad, constituyen sin duda una enorme responsabilidad que invita a orar por quienes aseguran este servicio a la nación. ¿Cómo no desear que la decisión gubernamental del «septenario social» de que habláis sea para todos ocasión de compromisos y realizaciones eficaces con una mayor justicia, en favor de los grupos o sectores menos favorecidos?

4. Por otra parte, la Iglesia, sin inmiscuirse en las funciones de gobierno y de arbitraje que corresponden a los poderes públicos, se alegra de poder aportar su colaboración al progreso humano y espiritual del pueblo zaireño.

La Santa Sede lo hace a través de su testimonio y de su acción en el seno de las relaciones internacionales y en las relaciones bilaterales, gracias al papel que se le reconoce en condiciones de igualdad con los Estados soberanos: usted mismo, Señor Embajador, ha subrayado sus preocupaciones en relación con la justicia y la paz sin fronteras, así como sus esfuerzos incansables por ayudar a los pueblos a superar sus visiones interesadas o nacionalistas y a comprometerse resueltamente en las vías del diálogo y de la solidaridad. La Iglesia se alegra de contar en ese caso con la confianza y la colaboración de los responsables políticos.

Pero 1a Santa Sede, presentando el ideal del Evangelio y de la Doctrina de la Iglesia que lo explicita, se dedica además a formar la conciencia de los ciudadanos y a animarlos en sus compromisos de justicia y de caridad al servicio de sus hermanos. Esta influencia se realiza principalmente y concretamente a través de la Iglesia local, que se nutre de estos principios y actúa en comunión con el Sucesor de Pedro. En este sentido, os doy la gracias por haber evocado justamente el papel de la Iglesia en Zaire, que ha manifestado con frecuencia hasta qué punto comparte las alegrías y las esperanzas, las penas y las preocupaciones del conjunto de los compatriotas. La Iglesia quiere presentar, tanto a los jóvenes como a los adultos, el sentido de la vida orientada hacia su fin sobrenatural, el respeto al hombre, a su dignidad y a todos sus Derechos fundamentales, sea cual sea su raza, su rango social o sus capacidades; desea fortalecer en ellos el deseo de prepararse con competencia para una profesión, de trabajar con ánimo e integridad en las tareas que les son confiadas, sobre todo en los servicios públicos, de comprender las exigencias del bien común y del patriotismo, sin aceptar que las personas sean subordinadas a ellos y sin cerrarse a los problemas y las necesidades de los otros países. En re­sumen, la Iglesia desea promover todos los valores morales que permitan a un país progresar en la justicia y en la paz, e intenta hacerlo de forma concreta a través de las obras educativas, sanitarias y sociales que ha asumido o que puede asumir

He apreciado muchísimo el modo en que Vuestra Excelencia ha reconocido que las respuestas a los grandes problemas actuales – injusticias, desigualdades, delincuencia, crisis económicas y alimenticias – son a la vez de orden material y espiritual.

La Iglesia, en fin, desea que se comprenda el sentido de sus compromisos leales, incluso cuando siente que debe formular exigencias que son de orden humanitario o moral y que tienen evidentemente repercusiones en la vida social y en la actividad de los responsables. Pide además gozar ella misma de la libertad religiosa a la que tienen derecho naturalmente los creyentes y su comunidad. Me apresuro a añadir que, en este punto, los católicos de Zaire aprecian las garantías que se les conceden.

5. Por último, Vuestra Excelencia ha evocado los problemas que constituyen objeto de preocupación en la comunidad mundial –la brecha Norte-Sur, las relaciones Este-Oeste– y sobre todo en los países africanos: hambre, enfermedades, subdesarrollo, discriminación racial, conflictos locales. Estas cuestiones preocupan de tal modo a la Santa Sede que yo, con la mayor frecuencia posible, aprovecho la ocasión de atraer sobre ellas la atención de los responsables políticos, como hice en Yaundé ante los Embajadores presentes en esa ciudad. Y el pasado 11 de enero, ante la totalidad del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, insistí en la solidaridad que debe existir primero a nivel local, regional, continental para llegar a soluciones verdaderamente humanas.

La Santa Sede desea que Zaire aporte toda la contribución de que es capaz a la resolución de los graves problemas de la región del continente o de la comunidad mundial, para hacer progresar la paz, la justicia y la fraternidad.

Señor Embajador: Yo tengo presente todas estas intenciones en la oración, deseando el bienestar, la prosperidad y el progreso espiritual de vuestro querido País y le deseo a usted mismo que aporte la parte que le corresponde a lo largo de la misión asumida ahora ante la Santa Sede. Que Dios le inspire y conceda su favor al trabajo de vuestros gobernantes. ¡Que Él le bendiga a usted y a todos los suyos.


*L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, n. 15, p.6.


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