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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL EMBAJADOR DE ZIMBABWE ANTE LA SANTA SEDE
*

Jueves 17 de enero de 1991

 

Señor Embajador:

Me complace darle la bienvenida al Vaticano y aceptar las Cartas que lo acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Zimbabwe ante la Santa Sede. Le ruego transmita mis cordiales saludos al Presidente Mugabe y le asegure mis mejores deseos de que su nación persiga siempre los ideales de reconciliación y de paz que inspiraron su independencia y su posterior desarrollo. Como indiqué durante mi visita pastoral de 1988, Zimbabwe puede ser, para África del Sur y para todo el mundo, «un signo de que pueda construirse un futuro mejor sobre la base de la justicia y la hermandad según Dios, sin discriminación alguna. (cf. Discurso en Harare, 10 de septiembre de 1988; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 9 de octubre de 1988, pág. 9).

Entre los aspectos positivos de la actual situación mundial, figura la creciente conciencia de la necesidad de afrontar esa preocupante división que perdura entre los países desarrollados y los que están materialmente menos desarrollados. Una conciencia más profunda de la unidad de toda la familia humana y de la interdependencia de todos los pueblos está favoreciendo gradualmente una convicción generalizada de que sólo la solidaridad auténtica, entendida como una categoría moral que determina las relaciones humanas, puede salvaguardar efectivamente la dignidad y los derechos de los individuos y, por consiguiente, construir la paz en el seno de las sociedades y entre las naciones. La necesidad imperiosa de semejante solidaridad representa una exigencia específica en cada país. Todos están llamados a desarrollar la vida de la nación para fomentar el respeto mutuo y la cooperación generosa; y todos aquellos que han sido bendecidos con abundantes riquezas materiales, también están llamados a responder generosamente a las necesidades de los países menos desarrollados. En Zimbabwe, como en otras partes, la práctica de las virtudes que favorecen el espíritu de grupo, servirá a la causa de la paz en la medida en que «nos enseñe a vivir unidos, para construir juntos, dando y recibiendo, una sociedad nueva y un mundo mejor» (Sollicitudo rei socialis, 39; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 28 de febrero de 1988, pág. 20).

Al igual que otras naciones africanas, Zimbabwe afronta la urgente necesidad de asegurar un sólido y duradero desarrollo para su pueblo. Aun en su dimensión estrictamente económica, el progreso auténtico de una sociedad está guiado siempre por los modelos más elevados de responsabilidad moral. Al buscar su nación el crecimiento con el uso de medios que responden a las legítimas esperanzas y aspiraciones más profundas de sus ciudadanos, es importante que aquellos contribuyan al surgimiento de un modelo de desarrollo integral que sea genuinamente africano, tanto en sus aspiraciones como en sus intenciones, y no dependa de modelos externos. Porque «los mismos países de África deben hacerse cargo de su propio desarrollo y de su destino histórico. La ayuda externa es urgentemente necesaria; pero sólo será eficaz a la larga si la fuerza esencial de crecimiento y desarrollo es verdaderamente africana» (Discurso al Cuerpo Diplomático, Harare, 11 de septiembre de 1988; cf. L'Osservatore Romano, edición en Lengua española, 9 de octubre de 1988, pág. 22).

Me complace la alusión que ha hecho Su Excelencia a los medios con los que la Iglesia ha contribuido a promover el bienestar del pueblo de Zimbabwe a lo largo de los años. Después de haber tomado parte activa en la conquista de la independencia, los católicos de Zimbabwe participan lealmente en el proceso de construcción de la nación, dedicándose a un diálogo respetuoso sobre las importantes cuestiones que afectan la vida nacional y ocupándose directamente de muchos sectores críticos del progreso social, tales como la educación y la atención sanitaria. Guiados por su preocupación por el desarrollo integral de toda la persona, humana, se esfuerzan por edificar una sociedad que corresponda plenamente a la dignidad de sus ciudadanos y por hacer «más llevadera su propia vida» (Gaudium et spes, 38). Confío en que continúen dando una aportación valiosa a la vida pública e indicando la dimensión moral y ética de las cuestiones importantes que conciernen al futuro de la nación y de todos sus ciudadanos.

Señor Embajador, estoy seguro de que usted asume su nueva responsabilidad diplomática con profundo conocimiento en la naturaleza específica de la actividad de la Santa Sede en el concierto de la comunidad internacional. Le aseguro la cooperación de los diversos organismos de la Curia Romana en el cumplimiento de su elevada misión. Invoco de todo corazón abundantes bendiciones del Todopoderoso sobre usted y sobre todo el pueblo de la República de Zimbabwe.


*L'Osservatore Romano. Edición Semanal en lengua española, n. 8, p.8 (p.104).



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