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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA COMUNIDAD DE VIDA CRISTIANA
«MATRIMONIOS NUESTRA SEÑORA DE NAZARET Y DEL PILAR»


Sábado 27 de junio de 1992

 

Señor Cardenal,
queridos hermanos y hermanas:

Me es muy grato tener este encuentro con todos vosotros, miembros de la Comunidad de Vida Cristiana “Matrimonios Nuestra Señora de Nazaret y del Pilar”, de Madrid, que habéis querido peregrinar a Roma, centro de la catolicidad, para hacer vuestra profesión de fe ante la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo, así como para acompañar al Señor Cardenal Arzobispo de Madrid –al que agradezco vivamente sus amables palabras–, el cual, en la solemnidad de estos apóstoles, recibirá el Palio como signo de la potestad metropolitana y de comunión con el sucesor de Pedro.

Conozco vuestra actividad en el seno de la Iglesia diocesana, tanto a nivel de apostolado familiar como en obras asistenciales. Deseo alentaros a continuar, con renovado espíritu, en una mayor profundización de los ideales cristianos, haciendo de la Eucaristía el centro de unidad y encuentro de los miembros de la Comunidad, estando abiertos a un compromiso por la justicia en vuestros ambientes, firmemente unidos a vuestros Pastores y siempre disponibles a la acción del Espíritu, que sus cita permanentemente carismas y servicios para bien de los hermanos.

Considerando la espiritualidad peculiar de vuestros equipos, os exhorto también a ser sacramento vivo del amor y la entrega de Cristo a su Iglesia (cf. Ef 5, 24. 32). En esto consiste la esencia del matrimonio cristiano, que une estrechamente a Cristo y hace que el hogar sea una célula fundamental de la sociedad. En efecto, la celebración eucarística, “fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen gentium, 11), os permitirá progresar en el amor de Cristo, incorporándoos cada vez más a su Alianza íntima, y os dará fuerza para seguir renovando el amor, siempre abierto al don de la vida.

Elevo mi plegaria al Padre Todopoderoso para que vuestras familias sean auténticas “Iglesias domésticas” (ib.) en las que se viva la unidad del amor. Para que los esposos sientan cada día su paternidad como participación de la paternidad divina. Para que los hijos sepan corresponder con cariño, obediencia y ayuda, al amor y la entrega generosa de sus padres. Para que los ancianos, testigos del pasado e inspiradores de sabiduría (Familiaris consortio, 27), puedan sentirse también miembros activos y plenamente acogidos en la comunidad familiar.

Que la Sagrada Familia os ayude a mantener fielmente vuestro compromiso apostólico y a ser testigos del valor permanente de la familia en la sociedad española. Como confirmación de estos fervientes deseos, imparto a todos los presentes, a vuestros familiares y a todos los miembros de esta Comunidad de Vida Cristiana de la archidiócesis de Madrid, una especial Bendición Apostólica.



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