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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA
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Jueves 3 de marzo de 1994

 

Señor Presidente:

1. Es para mí una gran alegría y un gran honor poder encontrarme hoy con el Jefe de Estado de la República Federal de Alemania, acompañado por su esposa, por el ministro de Sanidad y otras personalidades del Gobierno y de la Administración. Acepté complacido su deseo de celebrar este encuentro y les doy mí más cordial bienvenida, al tiempo que les agradezco esta visita.

2. Su presencia suscita en mí el recuerdo vivo de las dos visitas pastorales que realicé a su País, durante las cuales pude constatar en toda su profundidad la generosa hospitalidad y los valores humanos y cristianos que los alemanes muestran en su vida individual y colectiva. Expreso mi gratitud y mi más alta estima a los hombres y mujeres de vuestro noble País, que se encuentra en una fase decisiva y complicada de su historia.

Después de cuarenta años de división forzada, fue derribado el muro que separaba el Este del Oeste. El deseo de libertad del hombre en los países de Europa Central y Oriental ha sido más fuerte que el sistema dictatorial protegido por el cemento, el alambre de púas y las armas. Después de esta importante fase histórica de autoliberación de los pueblos aplastados por el peso de la tiranía política, usted, Señor Presidente, ha podido celebrar la primera auténtica Jornada de la unidad alemana en las escaleras del Reichstag, en Berlín. Usted es, además, el Primer Presidente de todos los alemanes.

La constitución de la República Federal de Alemania garantiza el pleno ejercicio de la libertad de religión. En Alemania la relación y la cooperación entre la Iglesia y el Estado se apoyan, para bien de ambas partes – también gracias a experiencias históricas y dolorosas –, sobre sólidos fundamentos. El Estado y la Iglesia conciben su cooperación sobre la base de los principios de respeto recíproco, subsidiariedad y solidaridad, pero sin inmiscuirse en las competencias del otro.

La idea de la Ley fundamental sólo puede ser garantizada si es aceptada y vivida por toda generación. De lo contrario, la idea y la realidad política antes o después acabarían por ser divergentes. Como cristiano convencido y en virtud de su posición de Jefe del Estado, usted, Señor Presidente, ha dado un testimonio elocuente del hecho de que la actividad política y social, si no hace referencia a una autoridad superior, corre el peligro de estancarse y de perder sus orígenes indispensables y existenciales. Nos preguntamos fundamentalmente si toda la estructura política debe residir sólo en el poder de disponer del hombre o si existe una autoridad superior, la autoridad de Dios, con quien debe medirse la voluntad de creación y en quien la libertad de creación encuentra necesariamente sus límites.

3. La afortunada realización, en plena libertad, de la unidad estatal de su País pone al pueblo alemán frente a desafíos particulares. Eso implica ulteriores responsabilidades que usted, Señor Presidente, ha asumido. Lo ha hecho frente a ciertos signos de una crisis de identidad, que se refleja en una pérdida de los valores morales. Cuando las personas, después de la desaparición de las concepciones a que estaban habituadas, provocada por un desarrollo histórico, no reconocen ya ninguna orientación y al mismo tiempo no saben ya muy bien en qué consiste la identidad del pueblo, la Iglesia, pero también todas las fuerzas responsables en el Estado y en la sociedad, deben asumir el papel de portadores de identidad.

La falta de raíces espirituales puede fácilmente desviar la mirada de lo que es verdadero y bueno. Ese desarrollo requiere que todos los responsables tengan mucha prudencia. Todas las características indicadas como virtudes secundarias sólo pueden cumplirse, con sentido común, si van unidas a las virtudes cardinales de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1805). Por medio de este comportamiento humano particular, revelan su fuerza. De lo contrario, quedan como formas de comportamiento vacías, que encierran el peligro de manipulación y aislamiento.

En este tiempo de cambios profundos y de pérdida de orientación, usted, Señor Presidente, ha sentido el deber de comprometerse por el mantenimiento del orden moral y más precisamente de su reanudación. Usted ha hecho esto también porque tiene conciencia del hecho de que el orden democrático no puede existir sin estos valores.

4. El redescubrimiento de las virtudes cardinales y de los verdaderos ideales es hoy una necesidad urgente. Las tentaciones a las que es preciso resistir en la vida pública son grandes y peligrosas. El debate sobre la defensa de la vida puede a veces suscitar también entre los políticos cristianos el miedo a oponerse con firmeza, si se tiene la impresión de que la mayoría democrática es favorable al asesinato de seres humanos amenazados y necesitados de protección, de enfermos en fase terminal y de niños por nacer. La Constitución de la República Federal de Alemania, redactada después de una dolorosa experiencia de limitación de las libertades fundamentales, fue concebida sobre la base de una elevada consideración de la vida y de la familia como fundamento de la sociedad, que protege al individuo del totalitarismo. Alemania está llamada a no emprender caminos que violen esos valores vitales reconocidos como fundamentales por las generaciones pasadas.

La pérdida de los valores no puede justificar jamás el silencio por parte del político que es responsable ante Dios de las personas y del orden moral. La prudencia del que tiene la responsabilidad política se muestra en la medida en que está en condiciones de afrontar una mayoría aparentemente favorable cuando se trata de los valores fundamentales de la cultura humana. Precisamente en casos límite de la vida, en que ya no hay un consenso social incondicional, es preciso a veces pronunciar una palabra incómoda.

5. Usted, Señor Presidente, siempre se ha comprometido en favor de los débiles en la sociedad. Ha ofrecido protección a los refugiados y a los inmigrantes, ha hecho referencia a sus inalienables derechos, y ha tenido el deseo fundamental de comprometerse en el ámbito de su acción política por la cuestión de los Derechos del hombre y de la protección de las minorías. A este respecto, quisiera expresar mi sincera gratitud a los responsables políticos y sociales en la República Federal de Alemania por haber acogido a un gran número de refugiados. En efecto, Alemania ha acogido a numerosos refugiados procedentes de los territorios en crisis de todos los demás países europeos. Del mismo modo, su País merece gratitud y reconocimiento por la ayuda que ha prestado a los países en vías de desarrollo y a la población reducida a un estado de indescriptible privación y de inconmensurable necesidad a causa de la guerra en la ex-Yugoslavia.

6. Este año, a nivel internacional y en el ámbito de la Iglesia, recordamos la familia y su significado para la Iglesia y para la sociedad. Como he escrito en mi Carta a las familias, para la Iglesia y para la sociedad es de fundamental importancia que «en cuestiones de fondo concernientes a la esencia del matrimonio y de la familia» no corramos «el riesgo del permisivismo» (n. 17).

Por cuanto atañe a la educación de los hijos, las antiguas virtudes humanas, como el deber y la obediencia, no deben ser consideradas aisladas del conjunto de virtudes cristianas. Hoy estamos antes el diagnóstico de un cuadro clínico de toda la sociedad, en cuya base están el egocentrismo y el puro consumismo, la falta de solidaridad y los intereses privados, cuya motivación principal es la de los costos y los beneficios.

Es importante guiar a los niños y jóvenes hacia la autonomía e independencia de juicio, para que adquieran una personalidad capaz de desarrollarse de manera autónoma. Es importante también la concepción según la cual es preciso respetar la dignidad de los jóvenes, y la cordialidad y la aceptación son presupuestos de la educación. Los argumentos, las tareas y la autoridad de los padres y de los educadores deben satisfacer la exigencia de la credibilidad y de la motivación.

Por otra parte, la educación debe dejarse guiar por la conciencia del hecho de que toda libertad tiene sus límites. En el delirio de libertad de los años pasados se corrió el peligro de seguir el falso credo según el cual la libertad es un salvoconducto para todo y para todos. La libertad es y sigue siendo sólo libertad si está unida a la responsabilidad y se realiza a partir de ella. Y la responsabilidad puede atribuirse sólo a quien es al mismo tiempo garante de la libertad auténtica: Dios mismo. Su palabra es verdad (cf. Jn 17, 17) y quien obra con la verdad viene a la luz (cf. Jn 3,21).

7. Como en otros países, también en Alemania, Señor Presidente, se manifiestan las consecuencias de la Reforma. Muchos cristianos desean restablecer la unidad de fe que se rompió entonces. Al final, la unidad sólo podrá lograrse por medio de la fe, gracias a Cristo mismo. En Él los cristianos de todas las confesiones pueden volver a reunirse con confianza. Un día será posible celebrar juntos la Eucaristía como fiesta de la unidad recuperada.

8. Antes de concluir este encuentro, quisiera agradecerle de corazón, Señor Presidente, esta cortés visita. A través de usted expreso la gran estima que siento hacia toda la Nación Alemana. Imploro la guía de Dios para usted y para su esposa, y pido para ustedes y para todos los fieles y las personas de buena voluntad de vuestro noble País la intercesión de la Madre de Dios, de San Bonifacio, el apóstol de los alemanes, y de todos los santos patronos protectores de vuestro País, así como la abundante gracia celestial. Os imparto de corazón mi bendición apostólica.


*L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, n.10, p.8.



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