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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CARDENAL AUGUSTO VARGAS ALZAMORA,
ARZOBISPO DE LIMA

Lunes 28 de noviembre de 1994

 

Señor Cardenal:

Me es muy grato recibirle, junto con sus acompañantes: obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, a quienes quiero saludar cordialmente, de modo especial a vuestro predecesor en la sede primada del Perú, el Señor Cardenal Juan Landázuri Ricketts. Con él me unen lazos de particular amistad eclesial, sobre todo a partir del Sínodo de 1974, en el que fue Presidente Delegado del Papa Pablo VI y a mí me tocó ser Relator General para el tema de la Evangelización.

La Evangelización ha sido, es y será siempre la tarea, el motor y el gozo de la Iglesia, según el camino señalado por Jesucristo que fue el “ primero y el más grande evangelizador ”.

Hace casi quinientos años, el más ilustre de vuestros predecesores, Santo Toribio de Mogrovejo, arzobispo de Lima, promovió en todo el Perú y en los territorios limítrofes una gran empresa evangelizadora, que las Iglesias de América Latina tienen que recordar ahora, al final de este milenio, para sentirse más motivadas en la gran tarea de la Nueva Evangelización.

Me complace constatar que, en la Iglesia particular de Lima, los tres cardenales que hasta ahora ha tenido tan ilustre Sede, Juan Gualberto Guevara, Juan Landázuri y ahora Usted, han venido promoviendo notables iniciativas pastorales para afianzar la cristianización del amado pueblo peruano.

Ya en sus primeros años de ministerio sacerdotal como jesuita, fundó Usted en Perú la obra “ Fe y Alegría ”, que actualmente es una de las principales instituciones católicas de educación popular existentes en América Latina. Como Obispo llevó a cabo una intensa labor misionera en el Vicariato Apostólico de Jaén o San Francisco Javier.

Actualmente, en calidad de Presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y Arzobispo de Lima, está desarrollando una gran labor, con especial dedicación por la preparación de evangelizadores y por la atención a los pobres, por desgracia tan numerosos aún entre los casi seis millones de habitantes que tiene la diócesis. El Sínodo arquidiocesano que se viene realizando, así como el especial cuidado dedicado al Seminario y a la promoción de las vocaciones, asegurarán a su comunidad diocesana un porvenir esperanzador.

Que Nuestra Señora de la Evangelización, cuya imagen se venera en la Catedral de Lima y ante la cual tuve yo la dicha de postrarme en mis visitas de 1985 y de 1988, ilumine y guie su nueva trayectoria de Cardenal de la Santa Iglesia Romana.

Con estos deseos, me complace impartirle, señor cardenal, así como a los peregrinos que le acompañan en esta feliz circunstancia y a todos los fieles diocesanos, una especial Bendición Apostólica.



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