DISCURSO DEL PAPA JUAN PABLO II
A LOS CARDENALES CARLOS OVIEDO CAVADA,
ADOLFO ANTONIO SUÁREZ RIVERA,
JUAN SANDOVAL ÍÑIGUEZ Y BERNARDINO ECHEVERRÍA RUIZ
Sala Pablo VI
Martes 29 de noviembre de 1994
Señores Cardenales:
Con mucha alegría les recibo hoy, acompañados de sus familiares y también de tantos hermanos Obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos y laicos de América Latina, a quienes doy mi más afectuoso saludo de bienvenida.
Latinoamérica está en el corazón del Papa, como el Papa está en el corazón de los latinoamericanos. En México realicé mi primer Viaje Apostólico, al comienzo de mi pontificado, para inaugurar, en Puebla de los Ángeles, la Tercera Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. En años sucesivos el Señor me ha concedido poder compartir inolvidables momentos de intensa fe y fervor espiritual en casi todos los Países del Continente de la Esperanza.
Ahora, numerosas representaciones de algunas de esas Iglesias particulares han venido a Roma, para acompañar a sus Pastores, que han sido elevados a la dignidad cardenalicia, lo cual les convierte en consejeros y colaboradores del Papa en su solicitud por la Iglesia universal.
Generoso y dinámico ha sido el servicio pastoral del Cardenal Bernardino Echeverría Ruiz a la Iglesia que está en Ecuador, de cuya Conferencia Episcopal ha sido varias veces Presidente. Son tantas las obras e iniciativas apostólicas llevadas a cabo, con sabiduría y espíritu franciscano en las diócesis cuyo gobierno pastoral le ha sido confiado: Ambato, Guayaquil y ahora como Administrador Apostólico de Ibarra.
La Iglesia que peregrina en Chile, de la que guardo un especial recuerdo por mi Visita Pastoral de 1987, exulta de gozo al ver al querido Arzobispo de Santiago, Carlos Oviedo Cavada, de la Orden de la Merced, elevado al rango de Cardenal. Sus treinta años de ministerio episcopal, en Concepción, Antofagasta y ahora en Santiago le han llevado a emprender muchas iniciativas pastorales, entre las que cabe mencionar la Misión General de 1992, en el marco del V Centenario de la llegada del Evangelio al Nuevo Mundo, la cual está dando copiosos frutos.
Sé que ayer, con motivo del décimo aniversario de la firma del Tratado de paz y amistad entre Chile y la República Argentina, se ha recordado con gratitud al Señor lo que la Santa Sede hizo por la solución del diferendo entre las dos Naciones hermanas. Renuevo mis mejores deseos para la paz y el progreso de ambos Países.
El Cardenal Adolfo Antonio Suárez Rivera, Arzobispo de Monterrey y por tantos años Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano, ha desarrollado anteriormente un fructuoso ministerio en las diócesis de Tepic y Tlalnepantla, dando pruebas de su constante y solícita entrega a las respectivas comunidades eclesiales.
Guadalajara, que ha llorado al Cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, Pastor amable y generoso, víctima de una violencia criminal, ahora exulta de alegría por el nuevo Arzobispo, Juan Sandoval Íñiguez, elevado también a Cardenal. Su labor evangelizadora y celo apostólico desarrollados en Ciudad Juárez son una segura promesa para la nueva misión encomendada.
La religiosidad de vuestros pueblos está acrisolada por la fidelidad a la Cátedra de Pedro y por la devoción a la Santísima Virgen, la “ primera evangelizadora de América Latina ”. Que Ella siga siendo la Estrella que os guíe a todos, así como a vuestras Iglesias particulares, a una entrega incansable en la tarea evangelizadora.
Con estos vivos sentimientos, me es grato impartir a todos muy cordialmente una especial Bendición Apostólica.
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