DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS
DE BOSNIA-HERZEGOVINA
Domingo 13 de abril de 1997
Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado:
1. He deseado ardientemente vivir con vosotros este encuentro fraterno y doy gracias a Dios por haber podido celebrar con vosotros la divina eucaristía, momento culminante en la vida de la Iglesia. La unión en torno al altar hace más evidente el vínculo que nos une a Cristo y funda la comunión que existe entre nosotros y con el pueblo de Dios.
Lo saludo a usted, señor cardenal Vinko Puljia, que, con la colaboración de monseñor Pero Sudar, apacienta con valentía y prudencia la grey de la Iglesia de Vrhbosna-Sarajevo; a usted, monseñor Franjo Komarica, obispo fuerte de la atribulada Iglesia de Banja Luka; y a usted, monseñor Ratko Peria, que preside celosamente la Iglesia de Mostar- Duvno y es administrador apostólico de Trebinje-Mrkan. Deseo agradeceros a cada uno el intrépido testimonio que habéis dado ante la Iglesia de Dios durante el pasado conflicto, cuando, a pesar de los graves peligros y la difícil situación, habéis permanecido siempre, vigilantes y solícitos, en medio de vuestras comunidades, compartiendo sus sufrimientos, sus calamidades y todo tipo de privaciones.
Al manifestaros mis sentimientos de afecto a vosotros, los pastores, deseo hacer llegar mis mejores deseos a las Iglesias que os han sido confiadas: a vuestros sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, y especialmente a los que se hallan afligidos en el cuerpo y en el espíritu por las consecuencias del doloroso período de la guerra reciente. El Sucesor de Pedro está entre vosotros. Conoce vuestros sufrimientos y vuestros afanes, y os alienta en vuestra fe, contemplando a Cristo, nuestro abogado ante el Padre y nuestra paz segura.
2. La divina Providencia os ha elegido para apacentar el pueblo de Dios y os ha constituido modelos de la grey (cf. 1 P 5, 2-3). Mediante vuestro ministerio, y en comunión con el Sucesor de Pedro, perpetuáis la obra de Cristo, eterno pastor de las almas, que adoctrina a todos los pueblos y santifica con el don de los sacramentos a quienes acogen con fe su palabra.
En esta tarea que Dios os ha encomendado, no estáis solos. Al ejercer el gobierno de vuestras Iglesias en comunión entre vosotros y con el Obispo de Roma, sucesor de Pedro, sois constituidos miembros del cuerpo episcopal y por eso mismo llamados a participar en la solicitud con respecto a la Iglesia universal (cf. Lumen gentium, 22; Christus Dominus, 4).
Venerados hermanos, velad para mantener la comunión con los obispos de todo el mundo, comenzando por los de la región y, en particular, de Croacia. También cuidad la caridad recíproca, en el diálogo franco y cordial, ayudándoos mutuamente. El amor que reina entre vosotros ha de servir de ejemplo a los sacerdotes, vuestros colaboradores, a los fieles que os tienen como sus guías iluminados, e incluso a los hombres de buena voluntad que, a menudo, buscan en vuestras palabras y en vuestra autoridad un estímulo para construir una sociedad verdaderamente inspirada en los valores de la paz, la concordia y la justicia.
3. El conflicto que ha tenido lugar en vuestra región durante cinco larguísimos años plantea problemas, ciertamente, difíciles. Ahora que ha cesado el fragor de las armas, debe fortalecerse aún más la voluntad de construir la paz. La primera tarea que tenéis que realizar, en este arduo camino, consiste en volver a sanar los espíritus probados por el dolor y, a veces, endurecidos por sentimientos de odio y venganza. Se trata de un proceso que exige todas vuestras energías, corroboradas por la fe en Cristo, Señor de la vida y médico del espíritu. También ese es el objetivo que os habéis propuesto en vuestra carta pastoral del pasado mes de febrero.
Estáis llamados a ser portadores de una cultura nueva que, brotando del inagotable manantial del Evangelio, predica el respeto de todos hacia todos; invoca el recíproco perdón de las culpas como requisito para el renacimiento de la convivencia civil; lucha, con las armas del amor, para que se afiance cada vez más el deseo de contribuir a la promoción del único bien común.
Eso no os exime de alzar vuestra voz profética para denunciar las violencias, desenmascarar las injusticias, llamar por su nombre a lo que está mal, defender con todos los medios legítimos a las comunidades que os han sido encomendadas. Esto es particularmente necesario cuando las intemperancias, que brotan de espíritus exacerbados por las violencias pasadas, tienden a herir directamente a los creyentes y a la Iglesia con intimidaciones o actos de intolerancia. No temáis hacer que se escuche vuestra voz con todos los medios legítimos de que dispongáis, sin dejaros atemorizar por ningún poder terreno.
4. Ahora, después de las violencias pasadas, se trata de reedificar no sólo la comunidad cristiana, sino también la sociedad civil, golpeada y dispersada por tantas calamidades. En esa tarea Dios no os deja solos. Ha puesto a vuestro lado sacerdotes, personas consagradas y laicos activamente comprometidos, que sostienen vuestros esfuerzos y están dispuestos a escuchar vuestra voz, para lograr que vuelva a florecer el anuncio que salva, la caridad que alivia, la solidaridad que a todos une. Mientras dais gracias al Señor por esos dones, sabed aprovechar las energías de cada uno para que el camino de la nueva evangelización prosiga con renovado vigor.
Sabed comprender con paternal bondad las dificultades que encuentran cada día vuestros más directos colaboradores; sostenedlos con vuestra oración y con vuestro buen corazón, impulsándolos a recurrir a las energías que nacen del encuentro diario con Cristo, sumo y eterno sacerdote, especialmente en la oración y en la celebración de la eucaristía. Que vuestra solicitud de padres en la fe sepa obtener lo mejor de todos, de forma que los dones de cada uno redunden en beneficio de la comunidad cristiana y de la sociedad civil.
No ha de faltar la colaboración de todos en la elaboración y la realización de los programas pastorales de las diversas diócesis, bajo vuestra dirección y respetando la especificidad de cada carisma, tanto de los sacerdotes seculares como de los religiosos, de manera que el recíproco intercambio de dones aumente la caridad, alivie las tensiones y contribuya a la unidad. También formad a vuestros seminaristas según estos criterios y valores, para que tomen clara conciencia de que un día serán llamados a servir a la Iglesia con sacrificio, convicción, generosidad y obediencia al legítimo pastor.
5. La obra principal, a la que habéis de dedicaros incansablemente, es «la oración y el ministerio de la palabra» (Hch 6, 4), para que el Evangelio de Cristo se siga anunciando en esta región, y la benéfica «palabra de vida» lleve esperanza y consuelo a los pueblos de Bosnia-Herzegovina.
Mediante la presidencia de la asamblea litúrgica, especialmente en la sagrada Sinaxis, repartís los dones de Dios para alimento de los fieles, después de haberlos instruido abiertamente en «el pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente» (Tt 1, 1-2).
La Iglesia, al final de este milenio y en el umbral del nuevo, debe proseguir con perseverancia su misión de proclamar la buena nueva, para que «todos los hombres se salven» (1 Tm 2, 4). En este trienio de preparación para el gran jubileo del año 2000 debéis ser asiduos en la predicación, según las indicaciones que propuse en la carta apostólica Tertio millennio adveniente. Al perseguir todos estos objetivos, edificáis el Cuerpo de Cristo (cf. Ef 4, 12) en estas tierras, en comunión con toda la Iglesia.
6. A pesar de su pobreza, la Iglesia en Bosnia-Herzegovina no ha de olvidar a los pobres que llaman a su puerta. Las devastaciones que se produjeron durante el pasado conflicto os han dejado como herencia familias destruidas, viudas y huérfanos, prófugos y desplazados, mutilados y afligidos. Es preciso permanecer al lado de ellos, llevándoles el consuelo de vuestra caridad concreta y de vuestra solicitud pastoral. A este respecto, no puedo por menos de elogiar de manera especial a los organismos de la Cáritas, que en las diversas diócesis han hecho tanto, y lo siguen haciendo, para aliviar los sufrimientos de las personas que atraviesan dificultades.
El testimonio de la caridad favorece una mayor comprensión entre las diversas culturas y religiones que florecen en esta región, pues el dolor y la necesidad no tienen fronteras. Con el gesto amable de la caridad, contribuís al diálogo sincero con todos vuestros conciudadanos, teniendo como objetivo la construcción de la civilización del amor. Así, perdonando y pidiendo perdón, será posible salir de la espiral de recriminaciones recíprocas y emprender con decisión el camino de la reconstrucción moral y civil. «Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3, 13).
El método del diálogo, promovido con perseverancia y en profundidad, debe marcar ante todo la relación con los hermanos ortodoxos y con los demás hermanos cristianos, a los que nos unen numerosos vínculos de fe. Asimismo, con palabras cordiales y una actitud sincera, buscad motivos de encuentro y comprensión con los seguidores del islam, para que se pueda construir una convivencia pacífica en el recíproco respeto de los derechos de cada persona y de cada pueblo.
7. Venerados hermanos, el Sucesor de Pedro, que desea hoy confirmaros en vuestros buenos propósitos, también quiere repetiros que no estáis solos en vuestro camino. Estamos y estaremos siempre con vosotros para sostener los esfuerzos que estáis realizando a fin de que se fortalezca en toda la Iglesia «la caridad, que es el vínculo de la perfección » (Col 3, 14).
Encomiendo vuestro compromiso apostólico a la maternal protección de María, Madre de la Iglesia y Reina de la paz, a quien vosotros, junto con las comunidades que os han sido encomendadas, veneráis con tanta devoción. La Madre de Dios, modelo de perfección para toda la Iglesia, os sostenga en vuestros esfuerzos y proyectos, a fin de que siga resonando en vuestra región el himno pascual: «Scimus Christum surrexisse a mortuis vere. Tu nobis, victor Rex, miserere!».
Con estos sentimientos imparto a cada uno de vosotros, como prenda de mi afecto, una bendición apostólica especial, que con gusto extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosa y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.
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