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MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO
 PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES

 

A la Asamblea plenaria
del Consejo pontificio
para las comunicaciones sociales

1. Este es un año significativo para el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, porque se celebra el 50° aniversario de la creación de la Comisión pontificia para las películas educativas y religiosas por obra de mi predecesor el Papa Pío XII. Durante los años posteriores al concilio Vaticano II, la Comisión constituyó un signo claro de la implicación creciente de la Iglesia en el mundo de las comunicaciones sociales y de su reconocimiento de la inmensa influencia de los medios de comunicación modernos en la vida de la sociedad. Finalmente, hace diez años, con la promulgación de la constitución apostólica Pastor bonus, la Comisión fue elevada a la categoría de Consejo pontificio. Cada uno de estos pasos no sólo han correspondido al momento cada vez más importante de la revolución de las comunicaciones, sino también al reconocimiento creciente de la Iglesia del papel de los medios de comunicación en su misión, como un instrumento y un campo de evangelización.

Al saludaros a vosotros, saludo a todos aquellos a quienes representáis, a las numerosas personas que han trabajado a lo largo de los años en la Comisión pontificia y ahora lo hacen en el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales. Saludo con especial afecto al cardenal Andrzej María Deskur, vuestro presidente emérito, que ha sido protagonista en gran parte de la historia del Consejo, y al arzobispo John P. Foley, cuya dedicación todos conocéis.

2. En los últimos años, la revolución de las comunicaciones ha continuado su rápido progreso. De hecho, hoy afrontamos un inmenso desafío, dado que la tecnología a menudo parece moverse a tal velocidad, que ya no podemos controlar a dónde podría llevarnos. Sin embargo, también estamos en un tiempo muy prometedor, puesto que la tecnología de las comunicaciones puede ayudar a derribar barreras y crear nuevos vínculos de comunión y nuevas formas de oportunidad en un mundo donde la solidaridad humana es el camino esencial hacia el futuro. La Iglesia está convencida de que las comunicaciones modernas, al permitir un gran flujo de información y un mayor sentido de solidaridad entre todos los miembros de la familia humana, pueden dar una contribución significativa al progreso espiritual de la humanidad y, de ese modo, a la difusión del reino de Dios (cf. Inter mirifica, 2).

En una situación tan compleja como la de las comunicaciones actuales, hacen falta un cuidadoso discernimiento y una educación efectiva, basada siempre en el reconocimiento de la prioridad de la ética sobre la tecnología, la primacía de la persona sobre las cosas y la superioridad de lo espiritual sobre lo material (cf. Redemptor hominis, 16). Vuestra asamblea plenaria de este año ha considerado el tema de la ética en las comunicaciones un asunto de creciente urgencia, puesto que los medios de comunicación están ejerciendo cada vez un influjo mayor en la vida de todos los pueblos del mundo. El reciente documento del Consejo sobre Ética en la publicidad da una contribución real a este discernimiento, pues, por una parte, muestra el inmenso potencial de la publicidad para apoyar «honesta y éticamente una responsable competitividad que contribuya al crecimiento económico y al servicio del auténtico desarrollo humano» (n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 11 de abril de 1997, p. 9); y, por otra, llama la atención sobre sus posibles abusos y su influjo en la vida de la sociedad. Espero que ese documento resulte útil para promover la reflexión y el diálogo entre los profesionales de la comunicación, con el fin de dar una contribución responsable y constructiva a la educación de los consumidores y, por tanto, a la promoción del bien común de la sociedad.

3. Este año, durante el cual la Iglesia reflexiona en la persona y en la obra del Espíritu Santo como preparación para la celebración del gran jubileo del año 2000, nuestro pensamiento va espontáneamente a la tarea de la nueva evangelización que el Espíritu Santo inspira y sostiene. Dado que esta evangelización tiene que ser «nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión» (Discurso a la XIX Asamblea plenaria del Celam, Puerto Príncipe, 9 de marzo de 1983: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de marzo de 1983, p. 24), no puede menos de recurrir a los medios de comunicación social más modernos y efectivos. El mensaje de salvación, confiado a la Iglesia para que lo proclame «hasta los confines de la tierra » (Hch 1, 8), debe conservar toda su lozanía y atractivo cuando se dirige a cada nueva generación y encuentra una expresión creativa en cada medio.

A este respecto, es un signo muy positivo el hecho de que los medios de comunicación social se están considerando como algo más que simples instrumentos. Son en sí mismos un mundo, «una cultura y una civilización» (Ecclesia in Africa, 71), que la Iglesia también está llamada a evangelizar. Por eso, la cuestión de la implicación de la Iglesia en el mundo de las comunicaciones sociales se convierte en parte de su misión, buscando una verdadera inculturación (cf. Redemptoris missio, 37). Al mismo tiempo, el mundo de las comunicaciones sociales no constituye un sector aislado; influye en las diversas culturas y está profundamente insertado en estas culturas. Por tanto, no sólo hay que inculturar la predicación del Evangelio en el mundo de las comunicaciones sociales; también tiene que encarnarse en ese mundo, y a través de él, en la variedad de culturas, antiguas y modernas, a las que los actuales medios de comunicación están abriéndoles una puerta.

4. Para dar este testimonio, todos los creyentes en Cristo necesitan un nuevo celo, que sólo puede venir de una fe más ardiente. Ojalá que en este año del Espíritu Santo seáis fortalecidos en vuestro compromiso de hacer del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales un instrumento de evangelización, tan importante para la Iglesia, que es misionera por su naturaleza y existe con el fin de evangelizar.

María, Madre de la Iglesia, os sostenga en vuestros esfuerzos por comunicar a Cristo al mundo. Con gratitud por vuestro servicio al Evangelio, os imparto a todos mi bendición apostólica.

Vaticano, 20 de marzo de 1998

JOANNES PAULUS II

 



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