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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A UN GRUPO DE CARDENALES Y OBISPOS
AMIGOS DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES

Viernes 12 de febrero de 1999

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado:

1. Es motivo de renovada alegría acogeros al término del ya tradicional congreso que, como todos los años, reúne en el centro Mariápolis de Castelgandolfo a cardenales y obispos amigos del movimiento de los Focolares procedentes de diversos continentes.

Agradezco al señor cardenal Miloslav Vlk las palabras de saludo que me ha dirigido en nombre de todos, presentándome el intenso programa que habéis desarrollado durante estos días de vida en común, de oración y reflexión en el ámbito de la espiritualidad del Opus Mariae. Os saludo y abrazo a cada uno, a la vez que dirijo un saludo cordial a Chiara Lubich y a los demás representantes del movimiento, que nos acompañan con su oración.

El encuentro de este año, que se sitúa en el marco del itinerario de preparación para el ya inminente gran jubileo del año 2000, se ha inspirado en el Congreso mundial de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades, y en el sucesivo encuentro, celebrado el pasado Pentecostés en la plaza de San Pedro. Os ha guiado en vuestra reflexión la referencia al único Dios y Padre, cuyo amor nos transmiten la presencia viva de Cristo en medio de su pueblo y la perenne acción del Espíritu Santo, fuente de santificación de los creyentes e impulso incesante para la edificación de la única familia humana.

En este contexto, habéis subrayado oportunamente la importancia vital de la oración y la meditación cristiana, como experiencia de amor que eleva el alma y la une a Dios. «Abbá, Padre», es la invocación que brota espontáneamente del corazón del creyente, iluminado por el Espíritu Santo.

2. Es importante que en nuestra existencia diaria no falte nunca el coloquio íntimo con el Padre celestial. Esta comunión de vida debe dar sentido y valor a todo, para que nuestro ser y nuestro obrar manifiesten el amor misericordioso de Dios, fuente de unidad y comunión. Si esto vale para todo bautizado, es aún más necesario para quien está llamado por la Providencia a ser reflejo luminoso de la paternidad divina ante el pueblo cristiano, encomendado a su cuidado pastoral.

El movimiento se inspira totalmente en el amor: amor que Dios siente por nosotros y que nosotros estamos llamados a corresponder; amor a los hermanos, a quienes hay que hacer sentir la solicitud del corazón de Cristo. Este anhelo de caridad divina se transforma en centro de una acción eficaz de los creyentes para la construcción de la única familia humana. Se transforma, asimismo, en servicio a los pobres y necesitados.

Desde esta perspectiva cobran particular importancia las iniciativas promovidas por el movimiento de los Focolares no sólo en el ámbito ecuménico, sino también en los contactos con las comunidades judías y musulmanas. También es importante el desarrollo del proyecto de una «economía de comunión», puesto en práctica en Brasil y en otras naciones. Una mención especial merece, asimismo, la experiencia de los Focolares en la esfera de la comunión conyugal fundada en la sólida roca de los valores cristianos. De la correcta concepción de la institución familiar, según el proyecto originario del Creador, brotan actitudes de acogida y respeto a la vida humana, así como de apoyo recíproco, que constituyen un modelo genuino para la sociedad actual que afronta numerosos problemas.

3. Todo esto pone de manifiesto la vitalidad de los Focolares y es motivo de aliento en la prosecución del camino emprendido. Vosotros, pastores, discernid, acoged y promoved el carisma que el Espíritu suscita en el movimiento, para que se haga realidad en todos los pueblos el anhelo de unidad y comunión, que es un signo privilegiado del Opus Mariae.

Preocupaos cada vez más por anunciar y testimoniar el evangelio de la caridad. Esto exige una espiritualidad profunda, que se revitalice incesantemente con el misterio eucarístico, en plena sintonía con el magisterio de la Iglesia y con las necesidades de la comunidad eclesial. Encomiendo al Padre celestial, rico en gracia y misericordia, vuestras personas y responsabilidades, que son más urgentes aún al acercarse el evento jubilar. Invocando la protección materna de la Virgen María, Mater Ecclesiae, de corazón os bendigo a todos.

 



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