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PALABRAS DEL PAPA JUAN PABLO II
AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE LA CURIA ROMANA


Sábado 27 de febrero de 1999

 

Al final de los ejercicios espirituales, demos gracias a Dios que, como al profeta Elías, nos ha hablado en el silencio. Expreso este profundo sentimiento de gratitud, ante todo, a nuestro predicador, monseñor André-Mutien Léonard, obispo de Namur, que ha sido un dócil y valioso instrumento del Señor durante estos días dedicados a la escucha.

Le agradezco cordialmente el esmero que puso en la preparación y la predicación de estos ejercicios espirituales. Gracias a ellos, nos hemos sumergido en el misterio de la Trinidad eterna, «viático del hombre en el camino del tercer milenio». Usted nos ha preparado un auténtico itinerario bíblico, enriquecido con las palabras de santos y maestros espirituales. También nos ha citado a Soloviov, recordando algunos de sus textos, como las palabras del «Anticristo»: un momento fuerte. Así, hemos podido contemplar el rostro de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a partir del centro de la revelación neotestamentaria. De este modo, nos ha ayudado a realizar una síntesis de los principales contenidos teológicos del trienio de preparación inmediata para el gran jubileo, ya inminente.

Oportunamente nos citó muchas veces la Tertio millennio adveniente. Que el Señor le recompense, querido predicador, por su esfuerzo. Acepte aún otro compromiso: deseamos mucho el texto. He escrito también en mis apuntes que esperamos el texto, porque era imposible seguir escribiendo a mano todo lo que usted decía. Eran momentos muy fuertes, originales, como por ejemplo esta idea de la confesión de Cristo.

Deseo extender la expresión de mi agradecimiento a cuantos me han acompañado durante estos días. A toda la Curia romana; ante todo, a vosotros, hermanos cardenales, a los obispos y oficiales de la Curia; a cuantos habéis compartido directamente este momento de gracia; y también a cuantos nos han acompañado con sus oraciones. Deseo que el camino cuaresmal derrame sobre cada uno abundantes frutos espirituales y, sobre todo, aumente en todos la caridad, que es «el vínculo de la perfección» (Col 3, 14).

María, que nos ha acompañado con su protección maternal durante estos días de oración, reflexión y silencio, haga fructificar nuestros propósitos y nos guíe al cumplimiento pleno de la voluntad divina en nuestra existencia: Maria, spes nostra, salve! Concluyamos cantando el paternóster, y luego daré la bendición. ¡Buena Cuaresma!

 



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