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 DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE PANAMÁ EN VISITA "AD LIMINA" 


Sábado 3 de marzo de 2001

 

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con gusto os recibo hoy, Pastores de la Iglesia de Dios que peregrina en Panamá, venidos a Roma para la visita ad Limina. En estos días habéis tenido la oportunidad de renovar vuestra fe ante las tumbas de los Santos apóstoles Pedro y Pablo, de expresar la plena comunión con el Obispo de Roma, al que os unen "lazos de unidad, de amor y de paz" (cf. Lumen gentium, 22), y de reavivar la solicitud pastoral por todas la Iglesias (cf. Christus Dominus, 6). Así mismo, los contactos con los diversos Dicasterios de la Curia Romana habrán servido para recibir su apoyo y orientación en la misión que os ha sido confiada.

Agradezco de corazón a Mons. José Luis Lacunza Maestrojuan, Obispo de David y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos, expresando vuestros sentimientos de afecto y los anhelos e inquietudes que os animan en el ejercicio de vuestro ministerio. Como Pastor de toda la Iglesia, aliento la solicitud que mostráis por el pueblo panameño, al que os ruego hagáis llegar el cariñoso saludo del Papa, que no olvida la intensa y memorable jornada vivida entre ellos el 5 de marzo de 1983.

2. En los últimos años, el Señor, que ha prometido su presencia hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28, 20), ha regalado a su Iglesia una singular experiencia de sus dones. La Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para América y la Exhortación apostólica Ecclesia in America han mostrado el nuevo contexto de la Evangelización, cada vez menos limitado por divisiones y barreras que parecían infranqueables, para hacer valer un sentido más amplio y universal de la comunión (cf. Ecclesia in America, 5).

A su vez, la celebración del Gran Jubileo ha sido una experiencia eclesial no sólo extraordinariamente rica en sí misma sino, también un fuerte llamado a todas las comunidades eclesiales para que estén abiertas a lo que Dios espera de ellas al comenzar este nuevo siglo y este nuevo milenio. Como he dicho en la Carta apostólica Novo millennio ineunte, "es preciso ahora aprovechar el tesoro de la gracia recibida, traduciéndola en fervientes propósitos y en líneas de acción concretas" (n. 3). Os invito, pues, a que lo hagáis también en cada una de vuestras diócesis (cf. ibíd., 29).

3. De entre las diversas tareas que os incumben como Pastores de las Iglesias particulares de Panamá, sabéis bien que la primacía de vuestra misión de cabezas y guías de la porción del Pueblo de Dios que se os ha confiado corresponde a la proclamación misma del Evangelio. En efecto, Jesucristo es "la respuesta definitiva a la pregunta sobre el sentido de la vida y a los interrogantes fundamentales que asedian también hoy a tantos hombres y mujeres del continente americano" (Ecclesia in America, 10). Jesús mismo lo dio a entender cuando envió a sus discípulos con la advertencia de que no llevasen nada para el camino en su misión de anunciar que el Reino de Dios está cerca (cf. Mt 10, 7-14). De este modo enseñaba que el apóstol ha de poner toda su confianza en el Señor y su mensaje de salvación del que es portador, viviendo de él y para él, sin que otros apoyos, intereses o criterios humanos se interpongan en su cometido.

En este sentido, es importante que cada Obispo infunda este mismo espíritu en sus colaboradores, y muy especialmente en los sacerdotes. Ello requiere ciertamente estar cercano a ellos, a sus necesidades espirituales y materiales y a las condiciones, no siempre fáciles, en las que ejercen su ministerio. De este modo se reforzará en ellos el imprescindible vínculo de comunión con su Obispo, del que esperan recibir el aliento necesario para vivir y desempeñar generosamente su labor sacerdotal.

Esto contribuirá también de manera decisiva a otra de las prioridades más apremiantes en vuestras diócesis, como es el fomento de las vocaciones, lo cual exige un serio compromiso por parte de todos. En este campo, las diversas iniciativas han de ser respaldadas sobre todo por el testimonio los sacerdotes y de las personas consagradas, en las cuales se ha de ver una entrega incondicional a la causa del Evangelio. Su misma vida, "su concordia fraterna y su celo por la evangelización del mundo, son el factor primero y más persuasivo de fecundidad vocacional" (Pastores dabo vobis, 41).

4. Conozco la preocupación por algunos aspectos de vuestro pueblo que parecen dificultar la penetración del Evangelio en su corazón. Muchas son las diferencias de una región a otra, a veces con marcada identidad étnica y cultural; muy rápidos algunos cambios sociales que desconciertan a muchas personas, especialmente a los jóvenes; y demasiado difusa la tentación de una vida trivial, de un consumismo egoísta, de una sexualidad irresponsable o, incluso, de un fácil recurso a la violencia.

Ante ello, y lejos de ceder a cualquier tentación de desánimo, no debe faltar una actitud de acercamiento y una palabra a los jóvenes, que los interpele directamente y sin subterfugios, los rescate de una vida superficial o carente de sentido, despierte en ellos el brío de la responsabilidad y los defienda del asedio de un mundo lleno de provocaciones engañosas. De muchos jóvenes de hoy puede decirse con San Agustín: "¿quién no aspira a la verdad y la vida? Pero no todos hallan el camino" (Sermón 142, 1).

Múltiples son los cauces a través de los cuales puede llegar a ellos el mensaje de Cristo. Lo que importa es que sea auténtico y transparente, que se afiance profundamente en su ser mediante una catequesis continuada y sistemática, llene de gozo el corazón y se celebre en la liturgia; se comparta en la comunidad y se descubra cada vez más en la intimidad de cada uno a través de la oración (cf. Novo millennio ineunte, 33).

5. En mi visita pastoral a Panamá tuve la oportunidad de hablar sobre el sentido cristiano de la familia, la cual no solamente es la célula fundamental de la sociedad, sino también lugar privilegiado donde se vive y se transmite la fe. Por eso ha de tener un lugar preeminente en los proyectos de evangelización, tanto para que responda al proyecto de Dios sobre el matrimonio, como para que sean los hogares mismos cauce de irradiación de los valores evangélicos. En aquella ocasión hice notar que "el matrimonio es una historia de amor mutuo, un camino de madurez humana y cristiana. Sólo en el progresivo revelarse de las personas se puede consolidar una relación de amor que envuelve la totalidad de la vida de los esposos" (Homilía en la Misa para las familias, Panamá, 5 de marzo 1983, 4).

Esta alta concepción del matrimonio y la familia sigue siendo uno de los retos para la Iglesia del tercer milenio que, también en vuestro País, constata la existencia de ciertas actitudes que dificultan en su raíz la plena realización de un proyecto familiar basado en el designio divino. Me refiero, sobre todo, a la poca estima por la dignidad de la mujer y al frecuente abandono de los deberes conyugales y familiares. En efecto, es triste observar cómo, en ocasiones, "la mujer es todavía objeto de discriminaciones" (Ecclesia in America, 45). Por eso, la pastoral familiar debe ocuparse de subsanar estas carencias mediante una necesaria y adecuada preparación al matrimonio, una atención constante a la vida de los hogares, apelando también a la responsabilidad de las instancias públicas en lo que se refiere a los programas educativos y a la inserción de los jóvenes en la sociedad.

6. Por otra parte la celebración del Gran Jubileo ha hecho sentir la necesidad de que la Iglesia esté "más que nunca fija en el rostro del Señor" (Novo millennio ineunte, 16). Además, quienes han recibido la misión de guiar al pueblo de Dios, reciben de Cristo el ejemplo y las mejores indicaciones para una actuación pastoral abnegada y generosa hasta el sacrificio de sí mismos (cf. Jn 10, 11; Lumen gentium, 27). Las actuales circunstancias, que inducen cada vez más a la dispersión y el alejamiento, hacen particularmente urgente una figura de pastor que no sólo atiende a los fieles asiduos, sino que incansablemente va en busca de los desorientados y alejados (cf. Lumen gentium, 28).

La imagen evangélica de poner sobre los hombros a la oveja descarriada (cf. Lc 15, 4-5) sugiere la situación, cada vez más frecuente, de tantos cristianos que, aún deseando mantenerse firmes en la fe, o de volver a ella en el seno de la Iglesia, no se sienten con fuerzas para retomar ellos solos el camino. Surge así la necesidad de una especial atención por el débil y por quien, no obstante su buena voluntad, tiene dificultades para vivir en plena coherencia su compromiso bautismal, para que no se apague la llama vacilante de su fe, sino que se avive hasta alcanzar su máximo fulgor.

7. En Panamá, la Iglesia y sus Pastores tienen una gran tradición de asistencia a los necesitados, de defensa de las minorías étnicas, de promoción humana y de fomento de la educación. Deseo animaros a proseguir por este camino, más aún, a promover con "mayor creatividad una nueva imaginación de la caridad (Novo millennio ineunte, 50) para hacer frente a la magnitud de algunos fenómenos de marginación social y cultural, así a como a las nuevas formas de pobreza, tanto material como espiritual, que se perfilan al comienzo del nuevo milenio.

En este sentido, es importante mantener la voz profética frente al perpetuarse de situaciones de discriminación, aún cuando éstas no parezcan provocar desestabilización social. Pero la creatividad de la caridad ha de orientarse sobre todo a la búsqueda de métodos y actividades por parte de todos y cada uno en la construcción de su propio porvenir y en el de la comunidad local y nacional. La Iglesia, que se esfuerza por promover el bien integral de cada persona, y, por tanto, de su dimensión social y comunitaria, no se conforma con que se alcance un simple bienestar o comodidad de vida. Ha de esforzarse en promover la verdadera dignidad de la persona, que implica, por un lado, el respeto de los derechos humanos fundamentales y, por otro, su sentido de responsabilidad, solidaridad y cooperación para construir un mundo mejor para todos.

Ésta es una misión específica de los fieles laicos, a los que se ha de prestar una atención pastoral privilegiada, para que tengan una recia formación cristiana y una gran fuerza de ánimo en su cometido social. De este modo sabrán impregnar con los valores evangélicos el mundo de la cultura, de la ciencia o de la política. Además, la esperanza incansable que proviene de la fe y con su ejemplo de vida, estimularán a otros en su compromiso de superar aquellas situaciones que producen degrado material y moral, que hace particularmente vulnerables a la mujeres, a los niños y a ciertos grupos sociales, o que provocan criminalidad y violencia.

8. Al terminar este encuentro, deseo unirme de corazón a todos vosotros en las esperanzas que os acomunan y os ayudan a trabajar cada vez más hermanados, reforzando la comunión eclesial a la que he invitado en la Carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. 44-45). La imagen que tiene vuestro País en el mundo, como lugar crucial de paso y comunicación, es una invitación a que sus comunidades eclesiales sean modelo en su capacidad de aunar esfuerzos, de dialogar con todos y de construir indestructibles lazos de unidad, respetando al mismo tiempo la diversidad de cada cultura.

Mientras pido a la Virgen María que os acompañe en vuestro ministerio pastoral y proteja a los queridos hijos e hijas panameños, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

 



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