CEREMONIA DE DESPEDIDA
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
Aeropuerto de Astana
Martes 25 de septiembre de 2001
Señor presidente;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señoras y señores:
1. Están a punto de concluir estos tres memorables días, en los que he tenido la ocasión de encontrarme, aquí en Astana, con numerosas personas y conocer de cerca muchas fuerzas vivas del pueblo kazajo. Me acompañará largo tiempo el recuerdo de mi estancia en esta noble nación, rica en historia y tradiciones culturales.
Gracias por la amable y cordial acogida que me habéis dispensado. Gracias, señor presidente, por su exquisita hospitalidad, testimoniada de muchas maneras. Gracias a las autoridades civiles, militares y religiosas, así como a todos los que han preparado mi visita y han cuidado los detalles de la organización: a todos y cada uno expreso mi más sincera gratitud.
Llevo grabadas en mi alma las palabras que he escuchado en los diversos momentos que hemos vivido juntos. Tengo muy presentes las esperanzas y las expectativas de este querido pueblo, al que he podido conocer más a fondo y apreciar. Un pueblo que ha sufrido años de dura persecución, pero que no duda en reanudar con empeño el camino de su desarrollo. Un pueblo que quiere construir un futuro sereno y solidario para sus hijos, porque ama y busca la paz.
2. Kazasjstán, nación con siglos de historia, sabes muy bien cuán importante y urgente es la paz. Por tu posición geográfica, eres tierra de confín y de encuentro. Aquí, en estas vastas estepas, se han encontrado y siguen encontrándose pacíficamente hombres y mujeres pertenecientes a etnias, culturas y religiones diversas.
Ojalá que tú, Kazajstán, con la ayuda de Dios, crezcas unido y solidario. Este es el deseo cordial que renuevo, repitiendo el tema que ha inspirado toda mi visita: "Amaos los unos a los otros" (Jn 13, 34). Estas comprometedoras palabras de Jesús, pronunciadas en la víspera de su muerte en la cruz, han iluminado y marcado las etapas de mi peregrinación.
"Amaos los unos a los otros". Este país, donde conviven hombres y mujeres de orígenes diversos, necesita sólido entendimiento y relaciones sociales estables. No es exagerado sostener que vuestro país tiene una vocación muy particular: ser, de modo cada vez más consciente, un puente entre Europa y Asia. Esta ha de ser vuestra opción civil y religiosa. Sed puente de hombres que abrazan a otros hombres; personas que transmiten plenitud de vida y de esperanza.
3. Al despedirme de ti, querido pueblo kazajo, quiero asegurarte que la Iglesia seguirá caminando a tu lado. En estrecha colaboración con las demás comunidades religiosas y con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, los católicos no dejarán de prestar su apoyo para que todos juntos podáis construir una casa común, cada vez más amplia y acogedora.
La búsqueda del diálogo y de la armonía ha caracterizado aquí las relaciones entre el cristianismo y el islam desde el tiempo de la formación del Kanato turco en vuestras vastas estepas, y ha permitido al país llegar a ser eslabón de unión entre Oriente y Occidente a lo largo de la gran ruta de la seda. Por esta línea deben proseguir, con nuevo empeño, también las nuevas generaciones.
"Amaos los unos a los otros". Estas palabras del Señor ponen a prueba la credibilidad de los cristianos. Jesús mismo nos advierte: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13, 35).
4. El gran jubileo del año 2000, estimulando a los cristianos a una intensa renovación espiritual, los ha invitado, además, a ser testigos del amor, para responder a los desafíos del tercer milenio. También vosotros sedlo sin cesar. Estad dispuestos a hacer realidad la necesidad de "paz, amenazada a menudo con la pesadilla de guerras catastróficas" (Novo millennio ineunte, 51). Sed centinelas atentos, velando por el "respeto a la vida de cada ser humano" (ib.).
Sed testigos del amor también vosotros, hombres y mujeres de otras religiones, que os interesáis por la suerte de vuestro pueblo. La pregunta que se hacía Abai Kunanbai nos interpela a todos: "Si se me ha dado el nombre de hombre, ¿puedo dejar de amar?" (Poesía 12). Al despedirme de vosotros, quiero repetir esta pregunta: ¿puede un ser humano dejar de amar?
En calidad de Sucesor del apóstol Pedro, repasando mentalmente los numerosos acontecimientos que han marcado la historia del siglo pasado, os repito: ¡Mirad con confianza el porvenir! He venido a vosotros como peregrino de esperanza, y ahora me dispongo a reanudar el camino de regreso con emoción y nostalgia. Llevaré conmigo los recuerdos de estos días; llevaré conmigo la certeza de que tú, pueblo de Kazajstán, no dejarás de cumplir tu misión de solidaridad y paz.
Doy gracias al Señor porque nos ha regalado estos días y el buen tiempo para que pudiésemos apreciar la belleza de Kazajstán.
¡Dios te bendiga y te proteja siempre!
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana