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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN TEOLÓGICA INTERNACIONAL


Jueves 7 de octubre de 2004

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado;
reverendos e ilustres profesores: 

1. Con la sesión plenaria que se está celebrando durante estos días iniciáis los trabajos de un nuevo "quinquenio" de la Comisión teológica internacional, el séptimo desde su fundación. Me es muy grato recibiros en esta ocasión, en el momento en que comenzáis un período de reflexión teológica, que deseo sea fecundo para el bien de toda la Iglesia. Saludo especialmente al presidente de la Comisión, el señor cardenal Joseph Ratzinger, al que agradezco profundamente los sentimientos expresados en su discurso de saludo.

2. Los temas elegidos para el estudio de la Comisión durante los próximos años son del máximo interés. Ante todo, la cuestión del destino de los niños que mueren sin el bautismo. No se trata simplemente de un problema teológico aislado. Muchos otros temas fundamentales se entrelazan íntimamente con este:  la voluntad salvífica universal de Dios, la mediación única y universal de Jesucristo, el papel de la Iglesia, sacramento universal de salvación, la teología de los sacramentos, el sentido de la doctrina sobre el pecado original... Os corresponde a vosotros escrutar el nexus entre todos estos misterios, con vistas a ofrecer una síntesis teológica que pueda servir de ayuda para una praxis pastoral más coherente e iluminada.

3. No es de menor importancia el segundo tema, el de la ley moral natural. Como sabéis, ya hablé sobre este argumento en las cartas encíclicas Veritatis splendor y Fides et ratio. Ha sido siempre una convicción de la Iglesia que Dios ha dado al hombre la capacidad de llegar con la luz de su razón al conocimiento de verdades fundamentales sobre su vida y su destino y, en concreto, sobre las normas de su recto obrar. Subrayar ante nuestros contemporáneos esta posibilidad es de gran importancia para el diálogo con todos los hombres de buena voluntad y para la convivencia en los niveles más diversos sobre una base ética común. La revelación cristiana no hace inútil esta búsqueda, antes bien, nos impulsa a ella iluminando su camino con la luz de Cristo, en quien todo tiene consistencia (cf. Col 1, 17).

Vuestra experiencia en varios países de la tierra y vuestro conocimiento de los problemas teológicos os ayudarán a hacer vuestra reflexión concreta y orgánica.

4. Encomiendo a la intercesión de María santísima vuestros trabajos, pidiendo al Señor que vuestra sesión plenaria esté animada por un intenso espíritu de oración y de comunión fraterna, bajo la luz de la Sabiduría que viene de lo alto.

Al expresaros mi confianza, os exhorto a perseverar en la reflexión sobre los temas indicados y os acompaño con mi bendición.



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