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DISCURSO DE SU SANTIDAD PAPA JUAN XXIII
A LA ACADEMIA POLÍGLOTA DE LA SAGRADA CONGREGACIÓN
DE PROPAGANDA FIDE
*

Sala de las Bendiciones
Martes 5 de enero de 1960

 

¡Queridos hijos!

Antes de clausurar esta solemne reunión tan grata para Nos y causa de tanta alegría al escuchar los diferentes cantos y lenguas de vuestros respectivos países; queremos unir a ellos nuestra voz para expresaros nuestro agradecimiento y nuestro gozo.

Recordamos algo muy grato para Nos. Hace hoy ente cincuenta años que llegamos por primera vez a esta alma ciudad para ingresar en el Seminario Romano, siempre tan querido para Nos, y cursar los estudios de teología.

Precisamente el 5 de enero 1901 en la capilla de la sagrada Congregación de Propaganda Fide, en la plaza de España, asistimos a la Academia anual políglota de los alumnos del Colegio Urbano y vislumbramos lo que sería después nuestra humilde existencia.

Jamás podremos olvidarlo. Ya podéis imaginar la impresión que sentiríamos entonces, joven seminarista, al dejar nuestro pueblo y ciudad y venir a la Roma de principios de siglo, tan querida de Nos por tantos motivos. Y aunque entonces no contaba como ahora con dos millones de habitantes, era esencialmente la Roma actual con sus monumentos antiguos y recuerdos cristianos.

Pues bien, aquella Academia que se reunió en las primeras vísperas de la Epifanía, fiesta, precisamente, en que Cristo, "ante luciferum genitus" es adorado por los gentiles, renovó a nuestros ojos el misterio, Pentecostés, completó aquellas felices y nuevas impresiones; sugirió perspectivas más vastas de evangelización y fue como una apremiante invitación a superar siempre, aun ejerciendo el ministerio sacerdotal en diócesis tan tradicionalmente cristianas, todo aquello a que más apegado está el hombre y que especialmente los sacerdotes han de tener en cuenta.

Esta tarde habéis hecho revivir aquel grato recuerdo y lo habéis hecho reflorecer, por decirlo así; habéis consolado nuestro corazón paternal al evocar los países que «ya blanquean para la siega» (Jn 4, 35) y habernos hecho sentir el latido de los hombres de todas las razas que ansían la luz y el amor de Cristo. Por todo ello nos complacemos en daros las gracias.

¡Queridos hijos! Dios os ha llamado a una altísima y grave misión que la Iglesia quiere que cumpláis. Para ello tenéis que consagrar vuestro sacerdocio y las gracias que el Señor os ha concedido a vuestra futura actividad, para que podáis hablar a los que os esperan en un lenguaje tan claro que todos puedan entender el mensaje de Cristo.

Tenéis la dicha de prepararos para ejercer el ministerio sacerdotal en la Ciudad Eterna, Cabeza y luz del mundo católico y en la que vuestras inteligencias se iluminan con la cultura cristiana y aprendéis a sentir plenamente vuestro mayor honor, gloria y mérito principal, pero tenéis también una gran responsabilidad, puesto que debéis dar un ejemplo luminoso de virtud a sus habitantes.

Desde esta Sala, llamada de las Bendiciones, que resuena siempre con las aclamaciones a Cristo y a su Iglesia en todas las lenguas, esta tarde enviáis un mensaje de juvenil y ardiente esperanza. De todo corazón anhelamos que consuele a vuestros Obispos, a los queridos sacerdotes del clero nativo, a los misioneros, para que se mantengan firmes, a vuestros familiares, especialmente a vuestros padres, que os consagraron al Señor, para que sientan la alegría de haber dado a Dios un hijo sacerdote.

En fin, nos complacemos en saludar a nuestros queridos hijos los eminentísimos Cardenales y a los excelentísimos señores embajadores cerca de esta Santa Sede Apostólica, que tan dignamente representan a sus respectivos gobiernos y países cuyas palabras y cantos acabamos de escuchar. Su asistencia a esta asamblea nos alegra, porque no sólo la honran con su presencia sino que le dan un sentido de universalidad.

Saludamos de modo especial a nuestro amado hijo el eminentísimo Cardenal Pietro Fumasoni Biondi Prefecto de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, a quien estimamos desde que por primera vez, hace cuarenta años, entrarnos en contacto con él; asimismo al eminentísimo Cardenal Gregorio Pedro Agagianian, Proprefecto de la misma Sagrada Congregación, agradecemos sus amables palabras.

Estos son, pues, nuestros sentimientos, recuerdos y deseos. Sólo Nos resta invocar sobre todos al Divino Paráclito para que derrame sobre todos sus dones y consuelos.

En prenda de lo cual os impartimos de todo corazón a cada uno de vosotros y respectivos países, tan queridos de Nos, la Bendición Apostólica.


* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. II, págs. 105-108



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