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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
CON MOTIVO DEL 50 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN
DEL SEMINARIO REGIONAL CAMPANENSE
*

Viernes 27 de abril de 1962

 

Venerables hermanos y queridos hijos:

Vuestra peregrinación a Roma, en el aniversario de la fundación del Seminario Pontificio Campanense, es motivo de alegría también para el humilde sucesor de San Pedro, a quien traéis la expresión de vuestra fe y de vuestra bondad. Al daros las gracias, queremos saludar en vosotros, especialmente en los jóvenes, la esperanza de la Iglesia. Siempre que dirigimos la palabra a los aspirantes al sacerdocio, el fervor de los corazones, la alegría en los ojos, manifiestan con qué ánimo y con qué resuelto propósito de santa vida desean éstos ofrecerse a la futura responsabilidad del apostolado.

En cincuenta años se han formado en vuestro Seminario y han venido a aumentar el número de los buenos operarios de la vida del Señor escuadras selectas de valerosos eclesiásticos. Algunos han llegado a alcanzar la tarea de sucesores de los apóstoles, otros han sido llamados a oficios de especial y grave responsabilidad.

Cuando recibió a los superiores y alumnos de vuestro Seminario en el XXV aniversario de la fundación, nuestro predecesor Pío XI sacó a plena luz la grandeza de esta obra, al manifestar que quería bendecir "la preparación en curso a esa gran cosa que es el sacerdocio, la cosa más preciosa... Bendecimos —proseguía el Papa Pío XI— esta formación vuestra, que es una preparación del entendimiento para la ciencia sagrada, y de la voluntad para la adquisición de la santidad" (L'Osservatore Romano del 5 de octubre de 1936).

Sí, queridos hijos seminaristas. A esto tiende vuestra educación, en espera de la misión que se os confiará para la gloria de Dios y la salvación de las almas: formar la mente, santificar la voluntad. El mundo espera santos; esto sobre todo. Más aún que sacerdotes cultos, elocuentes, puestos al día, se espera sacerdotes santos y santificadores.

Esta es la tarea de los sacerdotes que quieran participar con gran corazón en la reglamentación del Concilio Ecuménico. A cada Concilio ha seguido una época de intenso florecimiento espiritual: lo demuestra la historia de la Iglesia con su conjunto, ante todo, de renovadas obras de catequesis, de culto y de caridad. Pues bien, ésta será vuestra responsabilidad y vuestra alegría: ofrecer a las almas la oportunidad de sacar inmediato o remoto beneficio de las decisiones del Concilio.

Pero esta obra no se improvisa: precisa en vosotros preparación intelectual, seria y completa, empeño en la disciplina, y en la pronta obediencia,  generosidad en la mortificación. Y, sobre todo, santidad de vida. Y ahora también a vosotros, como hace poco dijimos a los seminaristas de Roma después de la terminación del Sínodo, deseamos repetiros con corazón emocionado: "¡Portaos dignamente!". Que es como como subraya la invitación del Señor a Abraham: "Ven hacia Mí y sé perfecto" (Gn 17, 1).

"Todo debe ser brillante en vuestra formación: todo debe estar claro y abierto ante vosotros: no solamente el gozo anticipado de las castas alegrías de la misa, santamente celebrada, sino también el conocimiento de las dificultades que encontraréis, de las incertidumbres y de las dudas, que parecerán quereros nublar y paralizar".

"¡Portaos dignamente! Atentos al corazón, a la sensibilidad, a las relaciones y a las reacciones. El eclesiástico no es un impulsivo, un sentimental, un hombre parcial, cerrado, tímido y triste. El eclesiástico no se contenta con la mediocridad. Ya desde los años preciosos de su formación quiere conocerse a sí mismo, para superar las eventuales deficiencias, y formarse en el ideal de perfección, que el Señor exige: ... Y sé perfecto".

He ahí, queridos hijos, nuestra efusión de paternal confidencia en esta hora tan significativa para vosotros, y presagio de nuevas realidades. A ella se une la viva complacencia por todo lo bueno y bello que se realiza en vuestro Seminario, sin olvidar, con oraciones y sufragios, a los superiores y alumnos que han pasado ya a la orilla de la inaccesible Luz.

Queridos hijos. Tened siempre a vuestro lado a la Virgen Inmaculada; que os protejan San Alfonso María de Ligorio y San Pío X, por cuya voluntad se fundó el Seminario Pontificio Campanense.

En prenda de los favores celestiales invocados, y como confirmación de la viva benevolencia que por vosotros sentimos, que os siga siempre nuestra grande y propiciadora bendición apostólica, en favor de los obispos de vuestras diócesis, de vuestros superiores y profesores, alumnos y ex alumnos presentes o lejanos, de los padres de cada uno y de vuestra región la Campania, siempre fiel y querida.

 


*  Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 237-239.

 

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