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PAPA LEÓN XIV

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, 16 de noviembre de 2025

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Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

Mientras el año litúrgico llega a término, el Evangelio de hoy (Lc 21,5-19) nos hace reflexionar sobre los avatares de la historia y el fin de las cosas. Como Jesús conoce nuestro corazón, al contemplar estos acontecimientos nos invita ante todo a no dejarnos vencer por el miedo: «Cuando oigan hablar de guerras y revoluciones —dice— no se alarmen» (v. 9).

Su llamamiento es muy actual. Lamentablemente, cada día recibimos noticias de conflictos, calamidades y persecuciones que atormentan a millones de hombres y mujeres. Sin embargo, tanto ante estas aflicciones como ante la indiferencia que quiere ignorarlas, las palabras de Jesús anuncian que la agresión del mal no puede destruir la esperanza de quienes confían en Él. Cuanto más oscura es la noche, más brilla la fe como el sol.

Cristo, de hecho, afirma dos veces que «a causa de mi Nombre» muchos sufrirán violencia y traición (v. 12.17), pero precisamente entonces tendrán la oportunidad de dar testimonio (cf. v. 13). Siguiendo el ejemplo del Maestro, que en la cruz reveló la inmensidad de su amor, tal invitación nos concierne a todos. La persecución de los cristianos, de hecho, no sólo se produce con armas y maltratos, sino también con palabras, es decir, a través de la mentira y la manipulación ideológica. Sobre todo, cuando estamos oprimidos por estos males, físicos y morales, estamos llamados a dar testimonio de la verdad que salva al mundo, de la justicia que redime a los pueblos de la opresión, de la esperanza que indica a todos el camino de la paz.

En su estilo profético, las palabras de Jesús atestiguan que los desastres y los dolores de la historia tienen un final, mientras que la alegría de quienes reconocen en Él al Salvador está destinada a durar para siempre. «Gracias a la constancia salvarán sus vidas» (v. 19), esta promesa del Señor nos infunde la fuerza para resistir los acontecimientos amenazantes de la historia y toda ofensa; no permanezcamos impotentes ante el dolor, porque Él mismo nos da «elocuencia y sabiduría» (v. 15) para obrar siempre el bien con corazón ardiente.

Queridos hermanos, a lo largo de toda la historia de la Iglesia, son sobre todo los mártires quienes nos recuerdan que la gracia de Dios es capaz de transfigurar incluso la violencia en signo de redención. Por eso, uniéndonos a nuestros hermanos y hermanas que sufren por el nombre de Jesús, busquemos con confianza la intercesión de María, auxilio de los cristianos. Que la Santa Virgen nos consuele y nos sostengaen cada prueba y dificultad.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Como les decía antes comentando el Evangelio, también hoy, en distintas partes del mundo, los cristianos sufren discriminaciones y persecuciones. Pienso, en particular, a Bangladés, Nigeria, Mozambique, Sudán y otros países, de los cuales llegan muchas veces noticias de ataques a comunidades y lugares de culto. Dios es Padre misericordioso y quiere la paz entre sus hijos. Acompaño con mi oración a las familias de Kivu, en la República Democrática del Congo, donde en estos días ha habido una masacre de civiles, con al menos veinte víctimas a causa de un ataque terrorista. Recemos para que cese cualquier violencia y que los creyentes colaboren por el bien común.

Sigo con dolor las noticias de los ataques que continúan a golpear numerosas ciudades de Ucrania, incluida Kiev. Tales ataques causan víctimas y heridos, entre ellos también niños, e ingentes daños a las infraestructuras civiles, dejando las familias sin casa mientras el frio avanza. Aseguro mi cercanía a la población en esta dura prueba. No podemos habituarnos a la guerra y a la destrucción. Oremos juntos por una paz justa y estable en la torturada Ucrania.

Deseo asegurar mi oración también por las víctimas del grave accidente de carretera acaecido el pasado miércoles en el sur del Perú. El Señor acoja a los difuntos, sostenga a los heridos y de consuelo a las familias en luto.

Ayer, en Bari, ha sido beatificado Carmelo De Palma, sacerdote diocesano, muerto en 1961 después de una vida gastada con generosidad en el ministerio de la confesión y del acompañamiento espiritual. Su testimonio impulse a los sacerdotes a donarse sin reservas al servicio del pueblo santo de Dios.

Hoy celebramos la Jornada Mundial de los Pobres. Agradezco a cuantos en las diócesis y en las parroquias han promovido iniciativas de solidaridad con los más desfavorecidos. Idealmente, en esta jornada, vuelvo a entregar la Exhortación apostólica Dilexi te, “Te he amado”, sobre el amor a los pobres, documento que el Papa Francisco estaba preparando en los últimos meses de su vida y que con gran alegría he completado.

En este día recordamos también a todos aquellos que han muerto en los accidentes de tráfico, causados muchas veces por comportamientos irresponsables. Cada uno haga sobre esto un examen de conciencia.

Me uno también a la Iglesia de Italia que hoy propone la Jornada de oración por las víctimas y los sobrevivientes a los abusos, para que crezca la cultura del respeto como garantía de la tutela de la dignidad de cada persona, especialmente de los menores y de los más vulnerables.

Y ahora saludo con afecto a todos ustedes, romanos y pelegrinos de Italia y de otras partes del mundo, en particular a los fieles de Bar en Montengro, Valencia en España, Siros en Grecia, Puerto Rico, Sofía en Bulgaria, Bismarck en Estados Unidos de América, a los estudiantes de la Catholic Theological Union de Chicago y al Coro “Eintracht Nentershausen” de Alemania.

Saludo a los peregrinos polacos, recordando el aniversario del Mensaje de reconciliación dirigido por los obispos polacos a los obispos alemanes después de la segunda guerra mundial. Saludo finalmente a la Familia Vicenciana y a los grupos de Lurago d’Erba, Coiano, Cusano, Paderno Dugnano y Borno.

Feliz domingo.