LEÓN XIV
AUDIENCIA GENERAL
Aula Pablo VI
Miércoles, 27 de agosto de 2025
___________________________________
Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 4. La entrega. «¿A quién buscan?» (Jn 18,4)
¡Viva Brescia! ¡Buenos días a todos! ¡Buenos días! ¡Buenos días! Tengan un poco de paciencia, celebramos la audiencia dentro, podrán seguir todo en la pantalla y, después de la audiencia, como también voy a la basílica, pasaré por aquí, y así también ustedes, los que están al fondo, nos saludaremos un poco... ¡Gracias por estar aquí! ¡Buenos días! ¡Gracias!
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy nos detenemos en una escena que marca el inicio de la pasión de Jesús: el momento de su detención en el huerto de los Olivos. El evangelista Juan, con su habitual profundidad, no nos presenta a un Jesús asustado, que huye o se esconde. Al contrario, nos muestra a un hombre libre, que se adelanta y toma la palabra, afrontando con valentía la hora en la que puede manifestarse la luz del amor más grande.
«Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les dijo: “¿A quién buscan?”» (Jn 18,4). Jesús lo sabe. Sin embargo, decide no retroceder. Se entrega. No por debilidad, sino por amor. Un amor tan pleno, tan maduro, que no teme el rechazo. Jesús no es capturado: se deja capturar. No es víctima de un arresto, sino autor de un don. En este gesto se encarna una esperanza de salvación para nuestra humanidad: saber que, incluso en la hora más oscura, se puede seguir siendo libre para amar hasta el final.
Cuando Jesús responde «Soy yo», los soldados caen al suelo. Se trata de un pasaje misterioso, ya que esta expresión, en la revelación bíblica, evoca el nombre mismo de Dios: «Yo soy». Jesús revela que la presencia de Dios se manifiesta precisamente allí donde la humanidad experimenta la injusticia, el miedo y la soledad. Precisamente allí, la luz verdadera está dispuesta a brillar sin temor a ser abrumada por el avance de las tinieblas.
En plena noche, cuando todo parece derrumbarse, Jesús muestra que la esperanza cristiana no es evasión, sino decisión. Esta actitud es fruto de una profunda oración en la que no se pide a Dios que nos libre del sufrimiento, sino que nos dé la fuerza para perseverar en el amor, conscientes de que la vida ofrecida libremente por amor nadie nos la puede quitar.
«Si me buscan a mí, dejen que estos se vayan» (Jn 18,8). En el momento de su detención, Jesús no se preocupa por salvarse a sí mismo: solo desea que sus amigos puedan irse libres. Esto demuestra que su sacrificio es un verdadero acto de amor. Jesús se deja capturar y encarcelar por los guardias solo para poder dejar en libertad a sus discípulos.
Jesús vivió cada día de su vida como preparación para este momento dramático y sublime. Por eso, cuando llega, tiene la fuerza de no buscar una vía de escape. Su corazón sabe bien que perder la vida por amor no es un fracaso, sino que posee una misteriosa fecundidad. Como el grano de trigo que, al caer en tierra, no permanece solo, sino que muere y da fruto.
También Jesús se siente turbado ante un camino que parece conducir solo a la muerte y al fin. Pero está igualmente convencido de que solo una vida perdida por amor, al final, se reencuentra. En esto consiste la verdadera esperanza: no en tratar de evitar el dolor, sino en creer que, incluso en el corazón de los sufrimientos más injustos, se esconde la semilla de una nueva vida.
¿Y nosotros? Cuántas veces defendemos nuestra vida, nuestros proyectos, nuestras seguridades, sin darnos cuenta de que, al hacerlo, nos quedamos solos. La lógica del Evangelio es diferente: solo lo que se da florece, solo el amor que se vuelve gratuito puede devolver la confianza incluso allí donde todo parece perdido.
El Evangelio de Marcos también nos habla de un joven que, cuando Jesús es arrestado, huye desnudo (Mc 14,51). Es una imagen enigmática, pero profundamente evocadora. También nosotros, en nuestro intento de seguir a Jesús, vivimos momentos en los que nos vemos sorprendidos y quedamos despojados de nuestras certezas. Son los momentos más difíciles, en los que nos sentimos tentados de abandonar el camino del Evangelio porque el amor nos parece un viaje imposible. Sin embargo, será precisamente un joven, al final del Evangelio, quien anunciará la resurrección a las mujeres, ya no desnudo, sino vestido con una túnica blanca.
Esta es la esperanza de nuestra fe: nuestros pecados y nuestras vacilaciones no impiden que Dios nos perdone y nos devuelva el deseo de retomar nuestro seguimiento, para hacernos capaces de dar la vida por los demás.
Queridos hermanos y hermanas, aprendamos también nosotros a entregarnos a la buena voluntad del Padre, dejando que nuestra vida sea una respuesta al bien recibido. En la vida no es necesario tenerlo todo bajo control. Basta con elegir cada día amar con libertad. Esta es la verdadera esperanza: saber que, incluso en la oscuridad de la prueba, el amor de Dios nos sostiene y hace madurar en nosotros el fruto de la vida eterna.
_________________________________________________
Llamamiento
El viernes pasado acompañamos con la oración y el ayuno a nuestros hermanos y hermanas que sufren a causa de las guerras. Hoy vuelvo a hacer un fuerte llamamiento tanto a las partes implicadas como a la comunidad internacional para que pongan fin al conflicto en Tierra Santa, que ha causado tanto terror, destrucción y muerte.
Ruego que se libere a todos los rehenes, se alcance un alto el fuego permanente, se facilite la entrada segura de la ayuda humanitaria y se respete íntegramente el derecho humanitario, en particular la obligación de proteger a los civiles y la prohibición del castigo colectivo, del uso indiscriminado de la fuerza y del desplazamiento forzoso de la población. Me uno a la declaración conjunta de los patriarcas greco-ortodoxo y latino de Jerusalén, que ayer pidieron que se pusiera fin a esta espiral de violencia, que se pusiera fin a la guerra y que se diera prioridad al bien común de las personas.
Imploramos a María, Reina de la Paz, fuente de consuelo y esperanza. Que su intercesión obtenga la reconciliación y la paz en esa tierra tan querida por todos.
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Hoy celebramos la fiesta litúrgica de santa Mónica y mañana la de su hijo, san Agustín. Pidamos al Señor, por la intercesión de estos queridos santos, que sepamos —siguiendo la lógica del Evangelio— amar y dar la vida de manera libre y gratuita, como lo hizo Cristo, nuestra esperanza. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
____________________________________
¡Buenos días de nuevo! ¡Gracias por vuestra paciencia! Muchas gracias a todos por vuestra paciencia y por estar aquí, lo cual es una señal muy bonita de nuestra unidad en la fe. Y todos queremos renovar nuestra fe. Hoy es la fiesta de Santa Mónica, mañana la de San Agustín, que nos ha llamado a todos a estar siempre unidos en Cristo, a vivir esta fe en nuestra peregrinación. bSaludos a ustedes de Brescia que están aquí hoy, y que la bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca siempre con ustedes. Amén. ¡Felicidades y gracias!
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, ¡la paz esté con vosotros!
Supongo que habéis seguido toda la audiencia, os agradezco vuestra presencia y también vuestra paciencia. Es una señal, también esta es una señal de la presencia del espíritu de Dios que está con nosotros. Muchas veces en la vida nos gustaría recibir una respuesta inmediata, una solución inmediata, y por alguna razón Dios nos hace esperar, y hay mucho que aprender. Sin embargo, como Jesús mismo nos enseña, debemos tener esa confianza que solo viene porque sabemos que somos hijos e hijas de Dios, y que Dios siempre nos da la gracia. No siempre nos quita el dolor, no siempre nos quita el sufrimiento, pero nos dice que está cerca de nosotros. Dios está siempre con nosotros, y hay que renovar esta fe.
Dios está siempre con nosotros, y por eso somos felices. Hermanas y hermanos, que Dios os bendiga a todos en este día, que camine con vosotros, con nosotros, como Iglesia, y nos ayude a ser siempre una familia, una comunión de fe que da testimonio en el mundo de la presencia del amor de Dios.
Damos ahora la bendición.
Ahora impartimos la bendición a todos vosotros, pidiendo al Señor que la gracia, el amor y la misericordia desciendan sobre cada uno de vosotros. (traducción del inglés)
______________________________________
Resumen leído por el Santo Padre en español
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis reflexionamos sobre el momento en el que Jesús fue arrestado en el huerto de los olivos. El Evangelio no nos muestra un Jesús temeroso, que huye o se esconde. Por el contrario, nos revela un hombre sereno, que se entrega gratuitamente, manifestando así el amor más grande. En este gesto se encarna una esperanza de salvación para nuestra humanidad; es el hecho de saber que, aun en los momentos más oscuros, podemos ser libres de amar hasta el final.
Jesús nos enseña que la esperanza cristiana no es evasión, sino compromiso. Esta actitud es fruto de una oración profunda, en la que se pide a Dios la fuerza para perseverar y permanecer en el amor. Además, Jesús se deja apresar por los soldados para que sus discípulos queden en libertad. Él sabe que es un camino que lo conducirá a la muerte. Pero también está persuadido de que, en medio de los sufrimientos más injustos, se esconde el germen de una vida nueva. Y en esto consiste la auténtica esperanza.
Copyright © Dicasterio para la Comunicación - Libreria Editrice Vaticana