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MENSAJE DEL SANTO PADRE LEÓN XIV
A LOS PARTICIPANTES EN EL SEMINARIO
“EVANGELIZAR CON LAS FAMILIAS DE HOY Y DE MAÑANA.
DESAFÍOS ECCLESIOLÓGICOS Y PASTORALES”,
ORGANIZADO POR EL DICASTERIO PARA LOS LAICOS, LA FAMILIA Y LA VIDA

[2-3 de junio de 2025]

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¡Queridos hermanos y hermanas!

Me alegra que, al día siguiente de la celebración del Jubileo de las Familias, de los Niños, de los Abuelos y los Ancianos, un grupo de expertos se haya reunido en el Dicasterio para los laicos, la familia y la vida para reflexionar sobre el tema: Evangelizar con las familias de hoy y de mañana. Desafíos eclesiológicos y pastorales.

Este tema expresa bien la preocupación materna de la Iglesia para las familias cristianas presentes en todo el mundo: miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo y primer núcleo eclesial al que el Señor encomienda la transmisión de la fe y del Evangelio, especialmente a las nuevas generaciones.

La pregunta profunda sobre el infinito escrita en el corazón de todo hombre pone a los padres y a las madres la tarea de hacer a los propios hijos conscientes de la Paternidad de Dios, según lo que escribía san Agustín: «Porque en Ti está la fuente de la vida; En Tu luz vemos la luz» (Confesiones, XIII, 16).

El nuestro es un tiempo caracterizado por una creciente búsqueda de espiritualidad, que se encuentra especialmente en los jóvenes, deseosos de relaciones auténticas y de maestros de vida. Precisamente por eso es importante que la comunidad cristiana sepa mirar a lo lejos, convirtiéndose en guardiana, ante los desafíos del mundo, del anhelo de fe que anida en el corazón de cada uno.

Y es particularmente urgente, en este esfuerzo, dirigir una atención especial a esas familias que, por varios motivos, están espiritualmente más alejadas: a esas que no se sienten involucradas, que dicen no estar interesadas, o que se sientes excluidas de los recorridos comunes, pero aun así quieren de alguna manera ser parte de una comunidad, en la que crecer y con la que caminar. ¡Cuántas personas, hoy, ignoran la invitación al encuentro con Dios!

Lamentablemente, frente a esta necesidad, una cada vez más difundida “privatización” de la fe impide a menudo a estos hermanos y hermanas conocer la riqueza y los dones de la Iglesia, ¡lugar de gracia, de fraternidad y de amor!

Así, incluso con sanos y santos deseos, mientras buscan sinceramente puntos de apoyo para subir los senderos hermosos de la vida y de la alegría plena, muchos terminan confiando en falsos asideros que, no soportando el peso de sus instancias más profundas, les dejan resbalar de nuevo hacia abajo, alejándoles de Dios y haciéndoles naufragar en un mar de solicitudes mundanas.

Entre ellos hay padres y madres, niños, jóvenes y adolescentes, a veces alienados por modelos de vida ilusorios, donde no hay espacio para la fe, a cuya difusión contribuye en gran medida el uso distorsionado de medios en sí potencialmente buenos – como las redes sociales – pero dañinos cuando se convierten en vehículo de mensajes engañosos.

Pues bien, lo que mueve a la Iglesia en su esfuerzo pastoral y misionero es precisamente el deseo de ir a “pescar” esta humanidad, para salvarla de las aguas del mal y de la muerte a través del encuentro con Cristo.

Quizás muchos jóvenes, que hoy en día optan por la convivencia en lugar del matrimonio cristiano, necesitan en realidad a alguien que les muestre de manera concreta y comprensible, sobre todo con el ejemplo de vida, qué es el don de la gracia sacramental y qué fuerza proviene de él; que les ayude a comprender «la belleza y la grandeza de la vocación al amor y al servicio de la vida» que Dios da a los esposos (San Juan Pablo IIExhortación Apostólica Familiaris consortio, 1).

Del mismo modo, muchos padres, al educar a sus hijos en la fe, necesitan comunidades que les sostengan en la creación de las condiciones para que puedan encontrarse con Jesús, «lugares en los que se realiza esa comunión de amor que encuentra su fuente última en Dios mismo» (FranciscoAudiencia general, 9 de septiembre de 2015).

La fe es, ante todo, respuesta a una mirada de amor, y el mayor error que podemos cometer como cristianos es, en palabras de san Agustín, «pretender que la gracia de Cristo consista en su ejemplo y no en el don de su persona» (Contra Iulianum opus imperfectum, II, 146). Cuántas veces, en un pasado quizás no tan lejano, hemos olvidado esta verdad y presentado la vida cristiana principalmente como un conjunto de preceptos que deben respetarse, sustituyendo la maravillosa experiencia del encuentro con Jesús, Dios que se nos entrega, por una religión moralista, onerosa, poco atractiva y que, en cierto modo, que no puede realizarse en la concreción de la vida cotidiana.

En este contexto, corresponde ante todo a los obispos, sucesores de los apóstoles y pastores del rebaño de Cristo, echar la red al mar convirtiéndose en «pescadores de familias». Sin embargo, los laicos también están llamados a participar en esta misión, convirtiéndose, junto con los ministros ordenados, en «pescadores» de parejas, jóvenes, niños, mujeres y hombres de toda edad y condición, para que todos puedan encontrar al Único que puede salvar. De hecho, cada uno de nosotros, en el Bautismo, es constituido Sacerdote, Rey y Profeta para sus hermanos, y se convierte en «piedra viva» (cf. 1 P 2,4-5) para la construcción del edificio de Dios «en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la coexistencia de la diversidad» (Homilía, 18 de mayo de 2025). Os invito, por tanto, a uniros a los esfuerzos con los que toda la Iglesia va en busca de estas familias que, solas, ya no se acercan; para entender cómo caminar con ellas y cómo ayudarlas a encontrar la fe, convirtiéndose a su vez en «pescadores» de otras familias. No os desaniméis ante las situaciones difíciles que enfrentaréis. Es cierto que hoy las familias están heridas de muchas maneras, pero «el Evangelio de la familia alimenta también estas semillas que todavía esperan madurar, y tiene que hacerse cargo de los árboles que han perdido vitalidad y necesitan que no se les descuide» (Francisco, Exhortación Apostólica Amoris laetitia, 76).

Por eso, es tan necesario promover el encuentro con la ternura de Dios, que valora y ama la historia de cada persona. No se trata de dar respuestas apresuradas a preguntas desafiantes, sino más bien de acercarnos a las personas, escucharlas, intentar comprender con ellas cómo afrontar las dificultades, estar dispuestos también a abrirnos, cuando sea necesario, a nuevos criterios de evaluación y diferentes maneras de actuar, porque cada generación es diferente y presenta sus propios desafíos, sueños e interrogantes. Pero, en medio de tantos cambios, Jesucristo sigue siendo «el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 13,8). Por eso, si queremos ayudar a las familias a vivir caminos alegres de comunión y a ser semillas de fe los unos para los otros, es necesario que, ante todo, cultivemos y renovemos nuestra identidad como creyentes.

Queridos hermanos y hermanas, ¡os doy las gracias por lo que hacéis! Que el Espíritu Santo os guíe en el discernimiento de criterios y métodos de compromiso eclesial para apoyar y promover la pastoral familiar. ¡Ayudemos a las familias a escuchar con valentía la propuesta de Cristo y las invitaciones de la Iglesia! Os recuerdo en la oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.

Desde el Vaticano, 28 de mayo 2025                              

León PP. XIV

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L'Osservatore Romano, Edición en lengua española, Año LVI, número 7, Jueves, 5 de junio de 2025, p. 64.



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