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MENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL EXCMO. SEÑOR KURT WALDHEIN, SECRETARIO GENERAL
DE LA ORGANIZACIÓN DE LAS NACIONES UNIDAS *

 

Gustosamente aprovechamos la ocasión de esta sesión especial para enviar un mensaje de apoyo en el momento en que la Asamblea general se propone estudiar los problemas de las materias primas y del desarrollo. Nuestro profundo interés por estos importantes aspectos de la vida humana brota de nuestra misión espiritual al servicio de todo el hombre y de todos los hombres.

Somos consciente de la importancia y urgencia de los problemas que esta Asamblea general está tratando de resolver mediante una revisión de las relaciones existentes entre naciones desarrolladas y en vías de desarrollo, trabajando por crear las bases de una nueva relación que elimine la desigualdad que existe entre las naciones ricas y poderosas y aquellas cuyo verdadero desarrollo está siendo impedido por tantos obstáculos. Es absolutamente necesario para la comunidad mundial eliminar esta creciente desigualdad y cambiar situaciones en las que las materias primas no procuran a los países productores un justo y equitativo grado de bienestar humano.

Es evidente que ninguno de estos problemas puede ser solucionado con medidas que sólo tienen en cuenta el propio interés nacional. Las naciones están frecuentemente cegadas por el egoísmo, que les impide ver que sus verdaderos intereses son compatibles con los intereses de otros Estados y coinciden con el bien general de la entera familia humana. Es por ello necesario que las dificulta des existentes sean resueltas a través de un diálogo emprendido en un foro internacional en el que todos trabajen juntos. Estamos convencido de que solamente de esta manera pueden ser promovidos los intereses de la entera comunidad humana y de cada uno de sus miembros; y sólo de esta forma los intereses egoístas de algunas naciones o grupos de naciones pueden ser superados en beneficio de todos.

La Iglesia está firmemente convencida de que toda solución aceptable debe basarse en la justicia social internacional y en la solidaridad humana, que han de ser la aplicación práctica de tales principios.

Las naciones en vías de desarrollo tienen que continuar sus esfuerzos para promover el verdadero bienestar de sus habitantes, utilizando todas sus energías, trabajando unidos y sabiendo dividir entre sí sus propios haberes. Pero la justicia internacional pide igualmente que las naciones ricas y privilegiadas apoyen estos esfuerzos quitando todos los obstáculos y ambiciones de dominio económico o político, dividiendo de manera más equitativa su poder económico con las naciones menos fuertes y ayudando a los países todavía no desarrollados a ser agentes de su propio desarrollo y a participar de manera activa en la toma de decisiones que afectan a la vida de sus ciudadanos. Solamente cuando las naciones en vías de desarrollo tengan medios suficientes para realizar su propio destino, serán a su vez capaces de ofrecer, en la debida medida, su responsable aportación dentro del concierto de las naciones.

En nuestra firme creencia de que un nuevo orden de desarrollo promoverá la causa de la paz y traerá ventajas verdaderas para todos, Nos hacemos una llamada a las naciones desarrolladas para que no regateen esfuerzos por dejar a un lado sus propias ventajas inmediatas y adopten un nuevo estilo de vida que excluya a la vez el excesivo «consumismo» y las necesidades superfluas, que con frecuencia son creadas de manera artificial por un limitado sector de la sociedad, hambriento de riquezas, mediante el uso de los modernos medios de comunicación social. De la misma manera, no debería olvidarse que tal estilo de vida, basado en un creciente «consumísmo», surte efectos deletéreos en la naturaleza y el ambiente y al fin en la fibra moral del ser humano, sobre todo en la juventud.

A través de la buena voluntad de todos, las riquezas del mundo deben servir para beneficio de todos, de acuerdo con el destino querido por el Creador, quien, en su maravillosa providencia, las ha puesto a disposición de todo el género humano (cf. Juan XXIII, Mater et Magistra AAS, 53, 1961, p. 430).

Al hacer esta llamada en pro de una justicia verdadera para todos, juzgamos un deber elevar nuestra 1 voz especialmente en favor de las naciones más desprovistas de recursos naturales o de los beneficios de la industria. Merecedoras de particular prioridad si se las mira con criterio ecuánime, estas poblaciones deben disponer de los medios que, las capaciten para poder realizar dignamente su destino humano.

Todas las naciones deben ser conscientes de sus obligaciones en este terreno y de las consecuencias que su éxito o fracaso puede acarrear.

Relaciones justas y equitativas entre todos tos pueblos pueden ser promovidas únicamente si todos se ponen de acuerdo para tomar, dentro del contexto internacional, las medidas necesarias para revisar ciertas prácticas que han sido seguidas hasta ahora. Si no se hace esto, los pobres y débiles caerán en la desesperación, la cual los empujará a la búsqueda de métodos agresivos – ajenos a la cooperación internacional –, para estructuras nuevas, más justas y eficaces en la esfera económica, comercial, industrial, financiera y de la ayuda tecnológica para conseguir lo que ellos consideran derechos económicos suyos.

A este respecto nos sentimos obligado a declarar una vez más que la mera ayuda – por laudable y necesaria que sea - no es suficiente para promover en toda la extensión debida la dignidad humana, que requiere la solidaridad del género humano bajo la paternidad universal de Dios. Las naciones deben crear estructuras nuevas, más justas y eficaces en la esfera económica, comercial, industrial, financiera y de la ayuda tecnológica.

Repetimos hoy la declaración que hicimos hace tres años cuando decíamos que "se ha de tener también la valentía de emprender una revisión de las relaciones entre las naciones, ... de poner en interrogante los modelos de crecimiento de ras naciones ricas, de transformar las mentalidades..." (Octogésima adveniens, 43: AAS, 63, 1971, p. 432).

A pesar de los esfuerzos que exige un programa tan ambicioso, Nos confiamos en la buena voluntad de todos. Estamos además convencido de que todos los que creen en Dios se darán cada vez más cuenta de que la justicia y el amor fraterno para con todos son una exigencia de su fe. En el siglo primero del cristianismo, un gran exponente de la fraternidad en Dios expresó el llamamiento universal a la solidaridad humana con estas palabras: "El que tuviere bienes de este mundo y viendo a su hermano padecer necesidad le cierra sus entrañas, ¿cómo mora en él la caridad de Dios?" (1 Jn 3, 17).

A causa de la profunda convicción que expresamos personalmente ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, es decir, "que esta Organización representa el camino que la civilización moderna y la paz mundial están obligadas a tomar" (Discurso del 4 de octubre de 1965: AAS, 57, 1965, p. 878), Nos no dudamos en repetir la invitación que posteriormente dirigimos en nuestra Encíclica sobre el Desarrollo de los Pueblos: "Delegados de las Organizaciones Internacionales, de vosotros depende que el peligroso y estéril enfrentamiento de fuerzas deje paso a la colaboración amigable, pacífica y desinteresada, a fin de lograr un progreso solidario de la humanidad, en el que todos los hombres puedan desarrollarse" (Populorum progressio, 84: AAS, 59, 1967, p. 298).

A cuantos persiguen estas metas y a cuantos se esfuerzan denodadamente por encontrar soluciones justas a los problemas apremiantes de la sociedad de hoy, les aseguramos nuestro recuerdo en la oración y nuestro permanente apoyo.

Vaticano, 4 de abril de 1974.

PAULUS PP. VI


*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.16, p.9.

 



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